Después de casi dos años sin pisar un escenario de Madrid, la banda de rock alternativo patria se agarró con ganas a las tablas del Tomavistas en su edición extra el pasado sábado 18 de septiembre. León Benavente llegó para cerrar la noche por todo lo alto y recordarnos que por mucho que las normas de ahora nos aprieten fuerte los sueños, las fieras que llevamos dentro no están muertas, solo adormecidas. Lo gritó el líder de la banda, ya en la primera canción: “No son leones, pero saben rugir”. A raíz de ahí fue todo energía, bullicio y fiesta, con César Verdú a la batería, Luis Rodríguez alternando guitarra eléctrica y bajo, Edu Baos con el bajo, la guitarra eléctrica, y el sintetizador y la voz desgarradora del gran letrista Abraham Boba.
Los estribillos se sucedían dando prioridad a las canciones, resistiéndose a soltar más que un gracias entre ellas. Las letras ya lo decían todo, poco quedaba por explicar. Entonces sonaron los primeros acordes de “La piedra que flota” en la que se intuían los coros de María Arnal: “En la noche oscura recordaré cuando bailábamos ¿Acaso hay algo mejor?, ¿Acaso hay algo más bello que la electricidad cuando atraviesa nuestro cuerpo?” Sospecho que fue un pensamiento colectivo, una especie de conjuro compartido. La libertad va ligada al baile, eso es así desde que el mundo es mundo.
Fue en el ecuador del concierto cuando Abraham Boba agarró fuerte el micrófono y extenuó un sueño personal, que no deja de ser el sueño común de las gradas en esta época grisácea y neblinosa: “Esperamos que se puedan volver a disfrutar los conciertos, aunque sea de una forma parecida a cómo eran antes”. Acto seguido tocaron “Ánimo valiente”, una canción que el público acogió emocionado apuntando al cielo con el índice.
La noche se abría paso y León Benavente se atrevió con su oda a la resaca: “Vamos con una canción prepandémica”, gritó Boba, y gran parte del público se vio superado por la euforia del momento. Las cervezas se agitaban a la par que los cuerpos mientras de las bocas de los extraños salían frases embalsamadas por los excesos de antaño. “Estaba tan despierto, locuaz y tan amable. Estaba tan lejos de sentirme un miserable”. Hay canciones que no están construidas para asumirlas anclados a una silla.
La fiesta no había hecho más que empezar, las cuerdas y los sintetizadores eran los reyes del show y la voz de Abraham Boba inmersa en su característico spoken word recitaba: “aún no ha salido el sol”. Un canto férreo a la noche, siempre espídica y oscura, una noche imperecedera que no estaba dispuesta a morir hasta el nuevo día.
Minutos después, siguiendo con los temas de su álbum “2” cayó “Gloria”. La composición que a caballo entre el cinismo y la liberación engrana una historia que nace tras darle una patada seca a la vida. Cada frase de esa canción es un vendaval en sí misma, pero los gritos subieron de decibelios en una estrofa concreta: “Entonces fuimos a su casa, hicimos lo que hacen los perros, lamiéndonos las heridas justo después de corrernos. Fue como subir a una noria”. Luego reventó ese estribillo agridulce con su “ahora soy feliz”, y el público lo recibió como un mandamiento.
El concierto se selló con un gracias recíproco, donde los aplausos se entremezclaban con los acordes de la canción que cerró el show: “Ser brigada”, no podía ser otra. León Benavente tiene un directo brillante. Es el escenario el punto en el que el rock, las letras mordaces y cáusticas y el calor del público confluyen y crean un cóctel vibrante y precioso. Queremos de manera perpetua a los leones frenéticos ahí a lo alto y a nosotros libres y danzantes chillando sus himnos desde la pista.
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