Cinco discos de estudio y once años de carrera han proporcionado a León Benavente una brillante y sólida colección de canciones, capaces de configurar un set-list de esos que resultan ganadores de antemano. Solo hace falta dotar a las canciones de una interpretación sólida y correosa, para salir aupado a hombros de cualquier plaza. Pero si a todo eso le añades ese plus de motivación y entusiasmo que le supuso a la banda subirse por primera vez (y no será la última) a las tablas de la sala grande de la Razzmatazz de Barcelona, ya tienes un bolo de los que quedan impresos en tu memoria auditiva durante una larga temporada. Y es que nada resulta más embriagador y fantástico que disfrutar de un gran concierto en formato sala, con más de una veintena de canciones y un sonido que demuestra que el recinto barcelonés suena de maravilla. Tan solo hay que saber domarlo. Así que una mención especial para esos grandes olvidados de los focos que son los técnicos de sonido y para cuatro intérpretes con mucho oficio sobre sus espaldas. Todo de cara.
Y lo cierto es que la sala se llenó de un público talludito y ávido de participar en la fiesta de los leones. Un show que se inició de la misma forma que su último trabajo, con esa invitación a la pista de baile que es “ÚSAME /TÍRAME”. Tema en el que ya advierten de entrada que vienen dispuestos a darlo todo. Y así fue. Con un pie en el calzado nuevo de la escudería DFA (‘A la moda’) y otro en su capacidad de generar melodías memorables (“Como la piedra que flota”, “Ánimo valiente”) se irquieron sobre las tablas del Razz en una de las mejores actuaciones que les recuerdo. Y eso que no siempre la aciertan del todo. Algo que quedó patente en la elección de temas menores como “La canción del daño” o “Gerry” que no están a la misma altura de las mencionadas con anterioridad. Pero todo es perdonable si luego te regalan joyas tan rotundas como “Mítico” o “Qué cruel” que hace que incluso les perdones el olvido en el tintero de otras como “Librame del mal”.
Saltos, vítores e incluso algún conato de pogo apaciguado al momento, que tenemos una edad, fue la respuesta de un público entusiasta que salió en éxtasis teresiano cuando la banda jugó al todo o nada en los bises con esa tripleta infalible compuesta por “En el festín”, “Gloria” y un “Ayer salí” convertido en clásico, por esa complicidad que teje con la generación nacida en los setenta que se resiste a envejecer o al menos a aburrirse. Un vinculo emocional con una banda con la que es fácil sentirse identificado, gracias a las historias que narra y que tan a menudo nos muestra lugares comunes que nos resultan familiares. La única pega es que vi a muy pocos veinteañeros entre el público en lo que puede ser un encuentro que solo se produzca en festivales y a mi me resulta un síntoma preocupante de la baja asistencia de los más jóvenes a los conciertos que se producen donde de verdad importan: en esos santuarios que, como el Razz, dotan a la música de una nueva dimensión. Una experiencia arrolladora que te reconcilia con el noble arte del directo. Un don que no todo el mundo tiene, pero al que los leones le sacan el máximo de los partidos.
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