Es agosto, es Donostia y arranca la Semana Grande, donde miles y miles de personas acuden a ver los fuegos artificiales alrededor de la bahía de la Concha. Rara vez pasa algo mínimamente interesante para el gran público de espaldas al mar o lejos de los bares de pintxos. La sala Dabadaba, que no suele dejar nada al azar el resto del año, asoma tímidamente la cabecita, como si no quisiera robar el protagonismo de estos meses veraniegos. Pero hoy es un día grande. Un señor bajito de 72 años vestido con una cantosa chaqueta de flores y unos brillantes zapatos glam, quizás el cantante de música soul más importante de la última década, está sudando a chorros desde la primera canción.
En los primeros compases suena “I`ve Got It” y, sí, se confirman los presagios más optimistas: Lee Fields, que parece haber hecho un pacto con el diablo por su sorprendente aspecto juvenil, llega en un gran estado de forma. Su voz suena tan profunda y potente como siempre, canta con una honestidad que arañaría los corazones de las personas más insensibles del planeta. Un evento de calado en una pequeña sala con capacidad para unas 250 personas. No cabe un alfiler. Hace mucho calor. Un sonido perfecto. Puro y auténtico soul, sin adulterar, sin poses, sin recreaciones absurdas ni moderneces.
Un hombre que generalmente canta al amor y que tiene un mensaje que repite como un mantra durante toda la velada: “Are you happy?!”. La respuesta de sus seguidores es unánime: “YES”. Hoy es un día para el recuerdo. Hoy es uno de esos días en los que el precio de la entrada (30 euros) está sobradamente justificado. Soul de toda la vida, romántico y arrebatador como en el baladón “What Did I Do”, con el que uno es capaz de imaginar cómo serían aquellas actuaciones en el histórico Apollo Theater de Nueva York, donde en su día pasaron las primeras espadas del soul, el r&b y el funk. Lee Fields dedica “Ladies” a las mujeres y se dirige personalmente a algunos chicos de la sala que se han desplazado con sus parejas para decirles que tienen mucha suerte. La escena sucede en un palmo de distancia. Un lujo en la era de los festivales.
No es la primera vez que Lee Fields, superviviente del sello neosoul de Brooklyn Daptone Records, pasa por las tablas donostiarras. Si el soul es una especie de religión, el cantante se ha convertido en un credo fiable a seguir desde aquel “My World” (2009) hasta “Sentimental Fool”, editado el año pasado y que Fields pidió permiso al público para poder hacerle un hueco en el repertorio. Entre los temas elegidos sorprendió el parlamento previo de “Two Jobs”, donde se critica la precariedad laboral (“I`m working for two jobs, gettin’ paid for one”) y el saxo, agazapado en una esquina, acabó estallando en mil colores. Eso sí, se echó de menos el sentido cierre del álbum, “Extraordinary man”.
Parte de la letra de esta emocionante canción podría ser el resumen de la vida azarosa del propio Fields. Un hombre que, pese a sus impresionantes dotes vocales, no lo ha tenido fácil para triunfar en el mundo de la música y que realmente ha fraguado su carrera pasados los 60 años, en la última década y media: “Trying to be an extraordinary man / It was easy when I was strong / But when I'd stumble, you don't always come along”. El periplo veraniego del cantante junto a su banda de apoyo actual, de seis miembros, combina actuaciones en festivales con recitales más íntimos. Esa fue la razón que esgrimió el tour manager, ya en el merchandising, para justificar la extraña ausencia de “Faithful Man”, convertida en un himno absoluto. ¿Cuál fue la razón de apartarla del setlist? Lee Fields tiene una agenda muy apretada, dijo. El guitarrista de la banda comentó a posteriori que había sido una decisión personal de su jefe de filas.
Sea como sea, a las 23:28 horas la banda regreso al escenario y el bis se centró en “Honey Dove”, que tampoco es moco de pavo. Lee Fields se había quitado la camiseta interior y con la misma chaqueta de flores ahora sobre un pecho descubierto se desgañitó al grito de “Baby Love”. El mensaje había quedado claro. Vozarrón, carisma, comunicación desde el escenario y el soul de siempre. Un frontman único con un pundonor juvenil y en el que cada concierto es todo un acontecimiento en el que se deja hasta la última gota de sudor. Literalmente. Fuera los fuegos artificiales remataron la faena en pugna y mezclada con un inclemente sirimiri.
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