¡Dios,qué lleno estaba el Moviedisco esa noche! Parecía la estaciónGrand Central un 3 de julio a las 11 de la mañana: gente apelotonadaen las escaleras, gente empujándose en la pista (la de arriba y lade abajo), gente amontonándose en el guardarropía y delantede la cabina, gente y más gente por todas partes. Y en medio de lamultitud, parapetado detrás de los platos, un hombre, francéspara más señas, de nombre Laurent Garnier, uno de los popesde la música electrónica de fin de siglo. El chico no sorprendió(de hecho hace ya mucho que no lo consigue) y, a mi juicio, pecóde serenidad y linealidad. No hubo subidones incendiarios, ni tralla surgeónicaque nos hiciera olvidar al sudoroso bulbo. En un ambiente tumultuoso y radicalcomo el que había esa noche en el 277 de la Meridiana, unos glóbulosrojos de más no hubieran ido nada mal. Era una guerra, estábamosanclados en las putas trincheras y Garnier, con rostro de comandante serioe insobornable, no parecía entenderlo. El tío estáconsiderado uno de los grandes y haga lo que haga a estas alturas no perderáel prestigio. En el MD, ni ganó ni perdió adeptos, sino queconfirmó que es una estrella y que, como tal, la gente le sigue.(PD: Ahora se tomará un año off para cuidar a su retoñorecién nacido). ¡¡¡Hora de bailar!!!
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