Había leído a Javier Marías que lo único que le queda a un escritor en estos días es la noble y ardua tarea de entretener. No conseguí espantar esta idea intrusa, herética, frente al (merecidamente) prestigioso sexteto liderado por Kurt Wagner, durante buena parte de los 90 minutos largos de un concierto en el que la banda interpretó lo más granado de su repertorio, con especial énfasis en aquel magnífico “Nixon” del ya lejano cambio de siglo. Presenciar un show de los de Nashville en el mejor escenario posible, como era el caso, apenas se diferencia de escucharles en disco. Vale, en vivo se pueden disfrutar más desarrollos instrumentales y la química de sus excelentes (e hieráticos) músicos, pero los lánguidos paisajes de "country-soul-lounge-pop de cámara" que arropan esas historias que cuenta Wagner con su voz a la vez poderosa y vulnerable, repletas de inteligencia y humor sutil, son los mismos. Uno debe dejarse seducir por su exquisita contención y parsimonia. Si no termina de hacerlo, la incómoda idea persiste.
¿Estoy mirando el reloj? ¿Tendré un mal día, teniendo en cuenta el entusiasmo que me rodea? Las bromas sobre la hora o los “delicados oídos” de Wagner confirman que el hombre de la sempiterna gorra es muy consciente del carácter extremadamente contenido y delicado de su cancionero. Menos mal que con la enorme “Up With People” -lo más cercano que tienen a un hit- y la estupenda versión de “Young Americans” de Bowie, con la que culminan el bis, se desmelenan un poco, dejándome con las mejores sensaciones de la noche: me había preocupado.
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