Familiarizados en un espíritu de avance y experimentación con el rock y sus fronteras, Lagartija Nick no pierden el tiempo en añoranzas o lamentaciones inútiles. Mientras otros han acabado paseando su decadencia en cruceros, separándose y juntándose a la carta, o perdiendo gas repitiendo el mismo disco (a la baja) una y otra vez, la banda granadina tras más de tres décadas de vida continúa profundizando en su calenturienta inspiración que ya en 1996 les llevó al mítico "Omega" con Enrique Morente, o poco después al universo del artista y cineasta Val del Omar, y que hoy les permite probar con el surrealismo de la Generación del 27 y la poesía extrañamente desconocida y absolutamente clarividente del tótem Buñuel.
Coartadas culturales desdeñarán algunos; inquietud por emparentar la música, al rock en este caso, con diferentes géneros más o menos colindantes, considerarán otros. Y no sólo con otras formas musicales, conectándose también a distintas disciplinas y vanguardias artísticas que a la postre configuran ese fondo de campo necesario para crear y crecer. Ya su nombre venía de una canción del grupo Bauhaus, quienes a su vez tomaron el suyo de la escuela de arte y arquitecta de principios del XX. Pero a la vez Lagartija Nick venían de la mismísima base, de la calle, "nos hemos hechos hombres en los gaztetxes de Euskadi", dice Antonio Arias en una de sus presentaciones de este concierto que les lleva a la sala BBK ante algo más de 400 personas, justo al día siguiente de la edición de "El perro andaluz", su decimocuarto álbum de una carrera notable y siempre coherente, aliéndose con el paso del tiempo. Buñuel ya lo explicó: la edad es algo que no importa, a menos que usted sea un queso. Bueno, el surrealismo puede permitirse estas licencias, aunque todos podemos entender su lógica y/o ilógica terquedad "realista".
El aragonés nos sitúa de nuevo en esas primeras generaciones del s. XX. Cien años atrás para mirar de cara al presente. "Me acuerdo aún del 'Limehouse Blues', me acuerdo muy bien. Blues es Jazz ya ¿no?. Esto es del año 20. Lo que pasa es que llegaban a Zaragoza, el tempo y el ritmo llegaba pervertido, la síncopa. Por ejemplo: Pa pa pa pa pa pa pa papa". Palabras que sirvan de arranque a "Pájaro de angustia", uno de los momentos destacados de una selección que hacen de "El perro andaluz" un álbum magnífico, sobresaliente, y en el que el cuarteto (ellos también se autoafirman cuatro perros andaluces, cual Lorcas musicales) ha empleado cinco años de trabajo. A veces, un siglo no es tanto tiempo cuando se coge el hilo adecuado. "Luego viene la oración y el viento. El viento que teje sonidos en punta. Sonidos de una dulzura de sangre y de aullidos hechos carne". Ahí parece como si Buñuel estuviera pensando en el rock y su electricidad (y su elasticidad cuando progresa). Esos sonidos en punta, esos sonidos de una dulzura de sangre (buff, cuánta belleza! qué se le pregunten a los mosquitos, o la creencia popular que estimaba que elegían a sus víctimas por eso mismo, si bien luego, para nuestra decepción, un estudio confirmó que es la cantidad de dioxido de carbono emitida al respirar, lo que decanta la elección del insecto). Pero entonces que nos quiten los aullidos hechos carne, otra probable alegoría de esa música que empeza a asomarse en 1920 y que Buñuel ya detectaba.
El gérmen (instrumental) de esta maravillosa aventura viene del festival de cine Abycine de Albacete en 2017, cuando se programa un concierto homenaje a la producción cinematográfica de Buñuel con los granadinos asumiento el reto de crear la banda sonora. Es entonces cuando Antonio Arias piensa en la poesía del cineasta y la rescata del olvido. Y ahí empieza el trabajo concienzudo y la búsqueda del misterio. Y vuelvo a Buñuel, claro: el misterio es el elemento esencial de toda obra de arte. Un misterio que contradice lo previsible, lo conocido, lo ramplón... Aquí hay música para dar y tomar (además de esos versos que quitan el hipo, por supuesto). Referencias que viajan en el tiempo del pasado al futuro, del jazz o el foxtrox ("Bacanal"), las músicas populares aragonesas, los tambores de Calanda ("Al meternos en el lecho",que Antonio presenta afirmando que situarse al lado de las víctimas es no equivocarse nunca), por si alguien duda de la existencia de Teruel (Buñuel justifica un continente, hombre!), el surrealismo francés de André Breton y sus performances ("Una jirafa", extraordinario texto de 1933 que comienza: "En la undécima, una membrana de vejiga de puerco reemplaza la mancha. Nada más tomar la jirafa, y transportarla a España para colocarla en el lugar Llamado 'Masada del Vicario', a siete kilómetros de Calanda. Al sur de Aragón, la cabeza orientada hacia el norte"). Refiriendo únicamente a los temas del álbum presentes en este directo.
Pero ¿a dónde lleva todo este inmenso caudal Lagartija Nick? ¿Dónde desemboca esta misión obsesivo-buñuelesca? El propio Arias hablaba de memoria histórica, de misión pedagógica, también de lanzar una moneda al aire. Memoria histórica y misión pedagógica, tan necesarias y muchas veces ausentes, pero situando la diana en una visión desde el presente para que esa moneda lanzada al aire salga con la cara del hallazgo de sonoridades vigentes en consonancia con la espesa negrura de su fondo y un manto eléctrico y visionario de acento sureño, hacia un surrealismo de por sí entendido como una especie sublime de psicodelia del lenguaje.
Ese acento andaluz que ya probaron otros antes, en unos márgenes que probablemente se inician en el progresivo y la propia psicodelia oscura y onírica de los años 70 del pasado siglo, transformado de nuevo en un algo distinto y distintivo para estos nuevos años 20. Es el hilo que enlaza las cosas, donde dialogan antecedentes y consecuencias.
Todo en el concierto y en esa música grabada es grande y grandioso, a la vez que huye de la grandilocuencia vacua. Porque como también añade Arias, por ejemplo, el disco "Crimen, sabotaje y creación" de 2017 era igualmente memoria histórica. Pero ahí no entramos en la grandeza de los más grandes creadores de todo un siglo, sino en la modesta historia de cuatro maquis urbanos que mueren en Granada, "su leyenda está dentro de esa memoria histórica, casi de un surrealismo mágico".
El concierto dura un poquito más de hora y media. Se interpretan dieciséis canciones, de las cuales seis pertenecen al nuevo álbum (las cinco previamente conocidas, más la inaugural "Palacio de hielo"), también se recuperan dos de "Val de Omar" (la cuasi metalera "Yo, día y orden" y "Celeste", que es la última antes del bis), tres de "Omega" ("Niña ahogada en el pozo", "Vuelta de paseo" y "Ciudad sin sueño", con samplers de Morente), dos del reciente "Los cielos cabizbajos" de 2019 (Guernika 2019, con subtítulo en euskera "Zer egiten arrainak" y "Somalia", dedicada a Jesús Arias, hermano de Antonio, que fuera líder de TNT, además de poeta y periodista, fallecido en 2015), y tres desperdigadas de "Ulterior" ("Decadencia"), "Crimen sabotaje y creación" ("El teatro bajo la arena") e "Inercia" ("Nuevo Harlem" como despedida).
Las canciones de Lagartija Nick se acompañaron de visuales con proyecciones en blanco y negro de las propias películas de Buñuel y Val del Omar, elegidas para cada momento del concierto. Lagartija Nick son Antonio Arias, voz y bajo, Eric Jiménez, batería, Juan Codorniu, guitarra y voz, y JJ Machuca, teclados y programaciones. El sonido comenzó deficiente, pero mejoró ya desde el segundo tema. Ah! y no todo fue un canto al surrealismo. No olvidemos que en "Guernika" está Picasso y los arreglos se vuelven cubistas y fragmentados. Y cuando Arias lo formula en tono jocoso, arranca la sonrisa cómplice. Lagartija Nick es rock de verdad. Y Buñuel. Lo del postureo, el cliché y la mano cornuta es otra cosa.
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