El Día de la Música sirvió de excusa para ese ensayo clínico que era aplicar la nueva normalidad a los conciertos en sala. Una iniciativa de ACCES (Asociación Estatal de Salas) promovía diferentes actuaciones en distintas salas del país que se podían seguir en streaming (otro experimento) puesto que el aforo permitido era testimonial. En Granada, la sala PlantaBaja abría sus puertas cerradas desde marzo. Qué mejor para abrirse paso entre las telarañas del confinamiento que Guadalupe Plata.
El público, unas cincuenta personas, dispuestos en sillas, a un metro de distancia y en esa posición casi inerte que te provoca asistir a un concierto sin poder mover el trasero, reproducía a la perfección esas escenas de terror serie b que tanto les gusta a Jimena y Perico recrear en sus fotos de promo. Si un grupo podía mimetizarse en esta anormalidad eran ellos.
Sin mediar palabra, arrancaron marcando la distancia que hay que tener a un Nido de Avispas, aunque el zumbido era del ampli de Perico de Dios que todavía no había cogido la incandescencia. Como es habitual, el ahora dúo, estáticos en cuerpo, en alma se iban a mover por su repertorio con amplitud, de arriba a abajo y viceversa. Como una serpiente, de su debut largo, describía el movimiento que había entre el publico, reptando hacia la barra con el sigilo de un ofidio en busca de su presa. Qué difícil medir los espacios donde antes no existían. En esto, Guadalupe Plata ha avanzado mucho y sus temas lucen más compactos, y sí, lucen incluso con el fuego de la fragua de No te vayas de su disco más sombrío incluso.
Ya con todo el mundo hecho a las circunstancias, el trance se apoderaba de las sillas con 500 mujeres como si verdaderamente tuviéramos el diablo en el cuerpo. Porque Jesús está llorando y el blues de los ubetenses es el mejor incienso para este tiempo de duelo y quebranto. Ya lo dice la norma, las salas se pueden abrir, pero no se puede bailar ni siquiera cuando Perico te incita con eso de Baby me vuelves loco o echa a volar esa Milana en clave de swing.
Enfilamos la parte final de esta especie de misa pagana con esa incursión que los Guadalupe Plata han hecho río abajo. El Mississippi ha desembocado en el Caribe y la Calle 24 podría ser una perpendicular de la Calle 54. De hecho se sube, al escenario El Pantera, guía espiritual en la carretera de Guadalupe Plata. Cuentan las malas lenguas que se trata de un disidente cubano, aunque para sus menesteres cambia la botella de ron por la de anís y se instala detrás de la Zarzamora. Huele a muerto, Huele a rata. Es lo que tiene dormir con serpientes durante todo este tiempo, con la amenaza de ese virus silencioso. Son las doce, atrás quedó esa primavera gris, suena la Corralera del Verano, precisamente el lado gris de Guadalupe Plata. Los bises están permitidos, así que vuelven al escenario, y vuelven para fundirse de nuevo a negro con Cementerio. La sala se vuelve a quedar vacía, con las sillas dispuestas como un campo santo.
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