La Casa Azul salió al escenario de La Riviera de Madrid el sábado 23 de abril, dispuesta a poner en marcha la fiesta que todos los presentes iban buscando, superando cualquiera de las expectativas imaginables. El grupo de pop electrónico liderado por Guille Milkyway inauguró la noche con su nuevo tema “No hay futuro”, que el público cantó con la fuerza de los de siempre, estallando en una euforia colectiva cada vez que rompía la canción, dónde cada beat iba acompañado de confeti, liberación y purpurina.
Sonaron encadenadas las canciones de “La Gran Esfera”, a las que el público respondió con la energía que exigen las letras, porque están hilvanadas para que las grites y las saltes. La sala entera cerraba los ojos y vibraba a la par, cantándole a “El final del amor eterno”, y a ese miedo a caer en la monotonía y el aburrimiento junto a la persona que prometió liberarte de todo aquello; al vértigo de atreverse a vivir y las consecuencias de no pensar nunca en las consecuencias. Yo me quedo con la estrofa que sonó más fuerte, esa previa al estribillo que dice: “Dudas, de retener la emoción/ De que después del Edén podamos con la comodidad/ Del día a día cosmocócico/ Y la rutina habitual/ Del amor eterno”. Siempre me ha alucinado ese talento sobrehumano de Guille Milkyway para poner ritmo de discoteca a las cosas más tristes y conseguir que bailemos con desenfreno letras ácidas y punzantes.
La Casa Azul nos hizo viajar a otros planetas y realidades, trasladándonos a una escena a cámara lenta de una fiesta en la que todo ocurre deprisa. De esas en las que una quiere parar el tiempo mientras canta: “Déjame gritar/ Hasta que ya no tenga fuerza/ Hasta que ya no quede nada, / Nada más.” Un fotograma adolescente donde las emociones viven disparadas, como en uno de esos capítulos efervescentes de “Merlí”, en el que se colaban infinidad de hits de La Casa Azul y todo estaba a punto de pasar. En los que la noche siempre aguardaba posibilidades, sorpresas y finales felices, sobre todo, finales felices.
También sonó rítmico como ninguno “El momento”, con toda una masa de gente deslizándose y bailando por la pista, esperando que la canción rompiese para gritar: “Era el momento de empezar a latir/ Y de volver a crear/ El momento de tener otra vida/ Morfogénesis mental.” No había rastro de mascarillas y claro, una sonreía por inercia al observar esa línea magnética en las caras de los otros. Todo un público expresando con el gesto bien marcado la efusividad incontrolable que nos recorre el cuerpo cuando suena en directo nuestro tema favorito. Una de esas sensaciones que ojalá se ensancharan en el tiempo, para saborearlas mejor, para poder volver a ellas. Suerte que nos quedan más conciertos por vivir, muchos más directos.
La fiesta cerró por todo lo alto con la aparición de Soleá Morente y ese tema apoteósico que canta junto a la banda: “No pensar en ti”. A partir de ahí, el ímpetu se apoderó de la sala y llegó la más esperada: “La revolución sexual”, que más que una canción es un himno generacional a la libertad y que hizo que nos dejásemos la voz cantando: “Tú que decidiste que tu amor ya no servía/ Que preferiste maquillar tu identidad/ Hoy te preparas para el golpe más fantástico/ Porque hoy empieza la revolución sexual”. Cuando el público tenía el corazón más fuera que dentro, la banda decidió sellar la noche con “Nunca nadie pudo volar”, y seguimos fieles las indicaciones de sus letras “levitar, y sentir al fin, la antigravedad”. ¡Vaya viaje de noche! ¡Vaya viaje de concierto! Aún seguimos flotando en todos esos estribillos eternos.
“Levitar en medio de un estribillo“
Maravillosa nota, que refleja la magia sin igual, que provoca @lacasaazuloficial en cada una de sus presentaciones…
“Y todos envueltos en una espiral de emociones infinitas es esta Gran Fiesta de amor universal” 🙌@guillemilkyway
!Felicitaciones a quien escribió esta nota!👏 👏👏