Son como la Guardia Real. Pocos, pero fieles a la corona. Hicieron sold out y estaban citados en Razzmatazz dos horas antes del concierto para un photocall con Guille Milkyway, rey del pop chicloso por estas latitudes. Los fans de La Casa Azul son muy fans de La Casa Azul. Y su monarca es un capataz tirano; nunca preguntó si podía remover tan al fondo con sus canciones. Y un punto excesivo. Nunca pidió más sacrificio que el propio, aquello de caer una y otra vez en el engaño del amor romántico, pero sí necesitó de explicar el cuento hasta en 29 ocasiones.
Comprensiblemente, Guille Milkyway llegó con ganas este viernes a la presentación de “La gran esfera” (19), después de haber cancelado a causa de las protestas en Catalunya por la sentencia del Procés unos meses atrás. El mejor disco catalán del pasado año para esta publicación, y muy probablemente el mejor disco del ex profesor de Operación Triunfo, ex jurado de Oh Happy Day y productor de –entre otros– Fangoria, no defraudó. Los temas de su quinto álbum protagonizaron los mejores momentos de un vastísimo setlist. La Casa Azul formó con quinteto para la ocasión y lució pantallas epilépticas.
Bakalao-pop, french touch, EDM y mucho emo. Esas fueron las columnas del bolo, que abrió con un remix –todavía más pegón– de “El momento”, que creció hacia la mitad gracias a “Hasta perder el control” y “ATARAXIA” y que fue concluyendo de forma magistral con la atmósfera de “Gran esfera”. Entremedio, confeti físico hasta en tres ocasiones y confeti musical en muchas más: los temas de Milkyway son pop de laboratorio, edificados a la perfección.
El bolo tuve más fases que en plazas al aire libre, por ejemplo en las pasadas fiestas de la Mercè, donde la descarga fue de alto voltaje en todo momento. En Razzmatazz el catalán también gastó piano en solitario (“Yo también” o “Como un fan”) y se dejó caer mucho más por sus primeras piezas, del sunshine pop al disco.
Milkyway, productor manirroto, llevó al directo todo tipo de trastos con los que sacó partido –sonido casi de estudio– a la sala. Y su voz, ese finísimo hilo que viste de gala y resulta cuco, no titubeó. Siquiera cuando las piezas hablaban de caer una y otra vez en el enamoramiento, en las relaciones tóxicas o en la idealización de la pareja. El artefacto pop pasó por encima de lo personal y el canto generacional surtió efecto. Los asistentes, de la quinta del propio Milkyway, botaron sin mesura. Pero no sabían que estaban en una clase de aeróbic de las duras.
El concierto se fue prácticamente a las dos horas y media. El show se mantuvo en lo alto, pero la carraca tiene un límite. Y con mucho estrés, peligro de esguince. Aún así, la fidelidad del público a unas canciones que llevan años dándoles compañía –y consuelo– fue ciega. Y Milkyway se fue volando, literal, con alas de ángel en “Nunca nadie pudo volar”. Más de uno las hubiésemos necesitado para llegar a casa.
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