Por fin llegó la hora, como cada verano, tocaba peregrinar a esa tierra prometida bañada de olivos y disfrutar del milagro: sentir como brota de los campos el algodón al son de la música más auténtica. Vale que a primera vista no rebosaba puro blues este año del cartel, pero este género musical no es sólo la utilización de notas de blues o estructuras de doce compases… Esta melancolía y raíces se extienden como enredaderas por toda la historia musical del siglo XX. Y Con esto no quiero decir que no se echara en falta este año algún bluesman más de la vieja escuela. Pero creo que, respetando todas las opiniones, hubo una buena dosis de TRISTEZA y de su contrario en esta edición. Porque el blues es también la ALEGRÍA que renace cuando dejamos atrás los malos momentos o incluso cuando reflotan y aún así bailamos sobre ellos. Esa es la esencia de Cazorleans y se reflejó en cada uno de los 25.000 rostros que se unieron este año a esta fiesta de la música, y que por ejemplo, lloraron de emoción con la actuación antológica de John Hiatt, o rieron, bailaron y robaron algún que otro beso entre las rancheras y los aullidos de Los Lobos.
¿Dónde está el blues? Pues todo empezó un jueves bajo el cielo de armónicas que dibujó Curtis Salgado. El de Oregón dejó claro en poco tiempo el porqué de tantos premios como mejor bluesman durante los últimos tiempos. Una actuación salpicada de R & B, Soul y mucha, mucha clase. Hasta Willie Walker se sumó a Curtis en el escenario. Y tras el pistoletazo de salida, el suelo comenzó a temblar... Se aproximaba la primera locomotora que protagonizaría el esperadísimo choque de trenes de la noche. Imelda May volvía con su banda para que Cazorla se contoneara al antojo de sus caderas y su potente voz. Cayeron los hits de su último disco y sus himnos rockabillies más esperados, como el “Johnny Got a Boom Boom”. Y si con Imelda nos conseguimos mantener a duras penas en las vías, con Nikki Hill descarriló la madrugada y todos con ella. Pocos artistas pueden decir que repiten al año siguiente en el escenario principal. La responsabilidad era grande y Nikki no defraudó. Más stoniana que nunca, compartiendo protagonismo con la guitarra imprescindible de Matt Hill (su marido), incendió la luna llena y nos dejó exhaustos en una de las primeras jornadas más potentes de la última década.
El viernes tocaba ya “Mardi Gras” en el corazón de Cazorla. Con un sol de justicia, llegamos a la Plaza de Santa María para vibrar con el ambiente que hace tan grande a este festival. Reencuentros muy esperados y refrigerios compartidos en una mañana en la que, tras los Dead Flowers y el buen acústico de Moreland & Arbuckle, Lichis y su banda conquistaron la plaza, sobre todo en la segunda parte de su actuación, donde el blues corrió a rienda suelta. Pero sin lugar a dudas, el triunfador de la tarde (y uno de los más destacados del festival en sí) fue Luke Winslow King, con el que nos sumergimos en New Orleans. Raíces que sonaban tan frescas y festivas como la guerra de agua que nos acompañó en todo momento.
Y recorrimos las calles de Cazorleans llenas de tanta buena gente, y sin darnos cuenta, estábamos en el Paseo del Cristo. King Pug caldearon aún más la tarde, y Aurora & The Betrayers, como era de esperar, dieron un conciertazo. Sudaron y se vaciaron como nadie. Verónica y Carolina causaron sensación con sus coros y bailes, la banda es un obús y Aurora... Lo de Aurora no tiene nombre. Se llevaron una de las ovaciones más grandes del festival. Tras un pequeño respiro, aparecieron Burning en escena. Rock ‘n’ Roll y diversión a raudales que se vio empañada por el rocambolesco y lamentable final, en el que le cortaron el sonido a la banda antes de que terminaran.
El sol, que parecía que jamás se iría, nos concedió una tregua, y bajo el cielo estrellado Willie Walker se marcó un “A Change I gonna come” " con el que le escapó una sonrisa hasta a Sam Cooke.
El relevo a Willie y a Igor Prado se lo dio un trío comandado por un tal Wilko Johnson... Leyenda y jefe de la noche. Un látigo eléctrico sobre el escenario, serpenteo a sus anchas y nos enseñó sus mil caras. Con la crudeza de su genuino sonido puso el listón de los decibelios por las nubes.
Moreland & Arbuckle son una apuesta segura y volvieron a demostrarlo, aunque se les vio más cómodos por la mañana. Y si Wilko fue el Boss, Selwyn Birchwood fue el alma de la noche. Hasta se mezclo entre el público que abarrotaba el albero de la plaza, mientras seguía exprimiendo su guitarra como sino hubiera mañana.
Es sábado y los días pesan, pero la Plaza Santa María resucita hasta a un muerto. Y nosotros resucitamos con otro de los vencedores del festival, Marcus Bonfanti, que solo en el escenario con su guitarra deleitó a todos los valientes que disparaban agua contra el Lorenzo para apaciguar un poco el calor y que siguiera la fiesta. Y sí, la fiesta continuó con Jose Luis Pardo y su banda, con los que nos despedimos de esta Plaza que nos tiene enamorados desde hace ya tantos años.
En el escenario Jaén en Julio siguió el buen nivel con Adrián Costa y con la guapísima Labelle. Cerró el Paseo del Cristo esta edición Bonfanti, esta vez con su banda, consagrándose como una de las revelaciones para muchos de los asistentes.
Con Edu Manazas & Whiskey Tren llego el blues más guitarrero a la plaza de toros, y con John Hiatt se pararon los relojes y todo lo demás. Repasó sus clásicos y demostró por qué es unos de los compositores más influyentes de la música americana. Se movió a la perfección por el folk, el rock y el blues. Verdad y emoción en cada nota. Se llevó bajo su sombrero la estrella que más brilló este año en Cazorleans.
Y de leyenda a leyendas. Los lobos dieron un concierto ecléctico y demostraron sus infinitas tablas. Blues, rock, rancheras, y como no, la eterna “La Bamba”, con la que bailó albero y tendido.
El tiro de gracia lo puso el blues garajero de “The London Soul” (otros de los ganadores de este año) con una potencia y energía que nos hacía cerrar fuerte los ojos para que el final de los finales no llegara. Y mientras escalábamos el cuello del Alba para pedirle tiempo al amanecer, la música se fue apagando… Pero no del todo, ya lo dijo Lorca, en Cazorleans “siempre habrá cuatro espejos para que jueguen tu boca y los ecos”. Hasta pronto.
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