La primera visita de los noruegos Kvelertak a nuestro país como cabezas de cartel se saldó con un éxito a medias. Su concierto estuvo precedido por la contundente descarga de los norteamericanos Skeletonwitch, teloneros de lujo que presentaban nuevo EP, “The Apothic Gloom”, y nuevo cantante, Adam Clemans, que desplegó nervio y cuerdas vocales de acero sobre un cancionero de thrash death potente aunque algo lineal.
El setlist de Kvelertak reflejó una paleta cromática mucho más amplia: sus tres discos hasta la fecha han ido aportando colores y matices a un conglomerado sonoro rico en el que el hard rock ochentero ha ido calando en el black-heavy-punk de su ADN. Sin embargo, el sonido no les acompañó: agudos demasiado estridentes eclipsando los bajos, tres guitarras entrelazadas sin suficiente cuerpo, conjunto embarullado; todo lo contrario a su primera vez por aquí, en el Primavera Sound de 2014. Su cantante Erlend Hjelvik apareció, como de costumbre, con una máscara de búho, esta vez iluminada, mientras arrancaban como su último “Nattersfed”: con una veloz “Dendrofil for Yggdrasil” y una pegadiza y aorera “1985”, coreada con los puños en alto por la toda la sala. “Mjod” subió la temperatura con su hímnico y lúdico hard rock, como si Andrew W.K. padeciera una posesión black metal, con guturales conviviendo con palmas y panderetas. “Blodtorst” y “Nekroskop” mostraron su cara más hardcore, y “Bruane Brenn” su perfil más festivo; una celebración total que a los cuarenta minutos ya avanzaba con una ecualización, por fin, mejorada, aunque no óptima.
Lo compensó, en gran medida, la entrega absoluta de una banda que, tras la última nota de “Utrydd Dei Svake”, abandonó un escenario cubierto por su propio sudor. Una remontada épica que no mitigó nuestras ganas de verles, de una vez, con un sonido a la altura de su discografía.
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