El interesante ciclo de Las Noches del Botánico que se está celebrando durante estas fechas en Madrid acogía a Kraftwerk, la banda pionera de lo que con el paso de los tiempos ha venido definiéndose con el nombre de Techno pop.
El renovado cuarteto teutón hizo acto de presencia de forma puntual ante un público ataviado con unas cuanto menos curiosas gafas de 3D que regalaban en puerta, cuya finalidad era trasladarte a un universo paralelo en el que tus sentidos se veían alterados; y es que si por algo puede caracterizarse este conjunto desde sus orígenes allá por principios de los años setenta es por su inconmensurable originalidad y su estética neofuturista.
Ralf Hütter es el único robot militante de la formación original al que todavía no se le han oxidado los engranajes. Haciendo gala de su hieratismo, el cuarteto entro en escena de manera circunspecta y mecánica para ofrecernos un espectáculo sin precedentes. Comenzaron su repertorio con la mítica Numbers, para seguir repasando el Mundo de Computadoras (Computerwelt) que crearon hace ya la friolera de treinta y siete años. Cabe destacar el fantástico lavado de cara que han llevado a cabo con la mítica Computer Liebe, dotándola de energía renovada. De esta ingeniosa forma, la banda siguió realizando una epatante retrospectiva por su carrera discográfica, deteniéndose en uno de sus trabajos más celebrados, Die Mensch·Maschine (1978). Sin duda lo recordarás por su característica portada dicromática y los torsos de sus cuatro componentes mirando con mucha atención hacia el futuro. De su contenido seleccionaron perlas como la encargada de dar nombre al disco y Das Model, todo un emblema de estos obreros cibernéticos que consiguió atrapar al público de manera indefectible. Y es que la fórmula planteada por Kraftwerk era prácticamente perfecta, ya que conseguían gestar un adecuado equilibrio calibrando la sobriedad repetitiva y minimalista de sus composiciones con un espectáculo visual muy dinámico y revolucionario, situándose una vez más como garantes de las nuevas tecnologías y la sofisticación electrónica.
Retrocediendo un poco más en el tiempo, la banda se detuvo en el disco que consiguió encumbrarles de manera internacional, Autobahn (1974). De él decidieron desmultiplicar el interminable corte que bautiza al trabajo, para continuar con emblemas de la talla de Radioactivity (1975), Tour de France (2003) o Die Roboter (1978). El cuarteto decidió darse un respiro para engrasar sus tuercas después de Trans Europa Express (1977), regresando a hacer los bises. Estos fueron andamiados con otra batería de clasicazos como Aero Dynamik (2003) y un repaso al Electric Café (1986) que finalizó con Musique Non-Stop. Sin embargo la música cesó, y el cuarteto fue saliendo del escenario de forma gradual y acompasada a la extinción de líneas sonoras. Ralf no se deshizo en muestras de agradecimiento. El mítico androide dio las buenas noches y se largó por donde había venido, dejándonos a todos con una inefable experiencia dentro del cuerpo.
Kraftwerk volvió a demostrarnos una vez más que si por algo puede caracterizarse es por saber adelantarse a sus propias circunstancias. Sus espectáculos en 3D son algo que todo amente de la música electrónica está obligado a disfrutar.
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