Fiestón en un palacio en llamas

Para un cronista musical un concierto de Kiss es un chollo porque te olvidas de las metáforas. Si os digo que Paul Stanley vuela, Gene Simmons escupe sangre, Tommy Thayer dispara fuego o Eric Singer se eleva a baquetazos es tal cual: realidad empírica. 40 años después un bolo de Kiss sigue siendo el entierro vikingo con el que todo fan del rock sueña, la púa del destino de Jack Black hecha realidad, el videojuego Brutal Legend de Tim Schafer resumido en dos horas de fiesta. Todo dentro de un palacio en llamas.

Cada tema suena como si fuese el último, y el sudor cae desde el maquillaje hasta las botas con plataformas, de "Detroit Rock City" a "Rock And Roll All Night" la fiesta no tiene pausa. Paul derrochaba amor por los fans en Madrid, supo calentarnos con cada una de las decenas de púas que lanzó a una primera fila llena de calor, pinturas y poca ropa. "Esta noche es la noche y no la olvidaréis" repetía una y otra vez antes de himnos de bola de espejo como "Lick It Up", "Deuce", "Calling Dr. Love" o la inevitable "I Was Made For Lovin´ You", sin tregua hasta dejarnos saciados y húmedos bajo el confeti de "Rock And Roll All Nite". No respetar a Kiss es no respetar la historia del rock más básico, más necesario, más divertido. Lo dan todo, en cada gesto impagable, en cada riff pegadizo. Y te mandan a casa con una gran sonrisa, olor a pólvora y cara de niño.