Kate Tempest aparece en el escenario. Menuda y sonriente, allí está Kate. Saluda y empieza a agradecernos nuestra presencia. Se siente privilegiada por poder volver a Barcelona frente a tanta gente que ha pagado una entrada por verla desarrollar su propuesta. Para la tempestad hará falta esperar un poco más, unos segundos apenas, porque cuando se arranca con “Picture A Vacuum” para repasar entero su reciente y arrollador “Let Them Eat Chaos” ya no hay vuelta atrás.
Las palabras tienen valor, y las acciones, por supuesto. Por eso no le cubren las espaldas tres jovencitos de flequillo repeinado, sino un batería negro y dos teclistas, un hombre y una mujer, que aceptan su papel de comparsas que solamente deben reproducir la base musical del disco para que las palabras de Tempest fluyan por encima a la velocidad de una ametralladora y la precisión de un bisturí abriendo en canal la sociedad actual (la británica, y por extensión la nuestra). Tempest se mueve de un lado a otro, respira entre palabras, enlazando ideas una tras otra y nosotros intentamos seguir su discurso desde la distancia, no física, sino generada por una lengua materna distinta que provoca lagunas a la hora de entenderla en su totalidad.
Tempest la emprende con todos los cortes de su segundo disco, “Lionmouth Door Knocker”, “Europe Is Lost” o “Pictures On A Screen”, aunque es la voz imparable la que manda. Kate Tempest acerca al mundo globalizado del siglo XXI el legado de otros maestros de la palabra interpretada sobre el escenario y combinada con música como fueron Linton Kwesi Johnson, John Cooper Clarke, Gil Scott Heron, el Michael Franti de los tiempos de Disposable Heroes Of Hiphoprisy, Mike Skinner (The Streets), James Williamson (Sleaford Mods), The Last Poets o incluso Zach De La Rocha y Patti Smith. La palabra, la poesía y el mensaje, la tradición y la ruptura, lo sensible y lo combativo, todo ello desde los ojos de una chica de treinta años que, como todos nosotros, solamente quiere seguir adelante y abrir los ojos en un mundo plano en el que la mierda rebosa por los extremos. Y es tal su magnetismo al comunicarle eso a la audiencia que su actuación gana incluso enteros cuando la música cesa y ella es la absoluta protagonista.
Mientras Donald Trump ganaba votos al otro lado del Atlántico, Tempest se despedía de Barcelona recuperando su “Brand New Ancients” y recitando con un músculo sorprendente aquello de “there’s always been heroes/there’s always been villains/the stakes may have changed/but really there’s no difference”.
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