La primera edición madrileña del festival apostaba por la calidad, la electrónica y los ritmos bailables. El balance es positivo, con una respuesta de público razonable a una propuesta artística indudablemente atractiva. El violento aguacero del viernes truncó parcialmente la fiesta, pero el sábado terminó por todo lo alto.
Como hitos, el fabuloso concierto de LCD Soundsystem -que no pisaban la ciudad desde hace una eternidad-, la energía pop con un punto nostálgico de The Postal Service, el espíritu vitalista de Yard Act, la energía cruda de The Prodigy y la prodigiosa hipnosis colectiva a que nos sometió Massive Attack. El buen sonido (hasta donde sé, sin limitaciones de volumen) fue clave, aunque volvió a levantar quejas vecinales en redes. Un clásico.
Festival mediano sin solapamientos -descontando la pequeña carpa de electrónica local- y con un cartel atractivo, Kalorama congregó a algo más de 41.000 personas según la organización. Una cifra importante, pero menor de la esperada, especialmente el viernes. Agosto no es fácil en Madrid. Lo del tiempo es imprevisible. Por lo demás, la normalidad que se puede pedir a un evento de estas características.
El jueves amaneció tormentoso en la ciudad, pero el cielo amenazante no acabó de romperse. English Teacher dejaron sensaciones óptimas en su primera visita a España. Exponentes de la penúltima hornada de grupos británicos de pop inventivo con un ojo en el pasado y otro en el futuro, estuvieron certeros y brillantes con sus imaginativas canciones de guitarras y la expresiva voz de Lily Fontaine.
Su compatriota Joe Goddard, componente de Hot Chip, sacó adelante un set melódico y enérgico ante una nutrida parroquia, aunque era un poco temprano para el house. También congregaron a muchos los neoyorquinos Nation of Language, que desplegaron las melodías luminosas de un pop retro deudor (en exceso) de sus ídolos OMD y New Order.
Lo de The Kills nunca lo he pillado, y que me perdonen los que sí. Su actuación no despejó mis dudas, aunque el blues rock arrastrado e impersonal que caracteriza al dúo sonó con nitidez y potencia.
Doblete sabroso
Justo después, al otro escenario iba a llegar uno de los menús más nutritivos y esperados, con el doblete que se iba a marcar Ben Gibbard con Death Cab For Cutie y The Postal Service. Los primeros llevaron al escenario su majestuoso “Trasantlanticism” de hace dos décadas, lastrados por un sonido de juguete que, por suerte, no arruinó la magia de la canción que da título al disco. Otros momentos también brillaron con la complicidad de un público entregado.
Ya fuera porque se habían soltado o porque al pop electrónico le sientan mejor los grandes escenarios, The Postal Service -Gibbard, Jimmy Tamborello y Jenny Lewis más músicos de refuerzo, todos de blanco en lugar de negro- convencieron recreando las gemas pop de su único disco de 2003, con una estupenda versión final de Depeche Mode (“Enjoy The Silence”) como guinda.
Precedidos por el house festivo del francés Folamour, LCD Soundsystem, que no pisaban Madrid nada menos que desde el Summercase de 2007, iban a poner el listón por las nubes, mostrándose como una de las bandas más fiables y poderosas del mundo sobre un escenario.
Da gusto ver cómo James Murphy y sus siete músicos tiran de repertorio entre sus cachivaches analógicos con tanta pasión como precisión. Precedidos por la voz del eterno Lou Reed, impartieron otra lección magistral de ese pop inteligente, sobrio, atemporal y bailable que les sigue haciendo insustituibles. “You Wanted a Hit” sentó las bases, a partir de un sonido poderoso en el que cada detalle se entiende y suma. Después, maravillas de la casa como “Tonite”, “I Can Change" o “Daft Punk Is Playing at My House” completaron una actuación formidable que condensó medio siglo de música popular, con guiño a Kraftwerk incluido.
The Prodigy - Foto de Sergi Albert
Y…se abrieron los cielos
El viernes arrancó con el joven madrileño Tristán!, la gaditana Judeline -que sustituía a última hora a Fever Ray- y los granadinos Colectivo Da Silva y sus sonidos cálidos.
Los británicos Yard Act, dueños de un directo gozosamente festivo que sigue precisamente la estela de referentes como LCD Soundsystem, convirtieron el escenario Dos en una fiesta a base de guitarras angulosas y bajos demoledores sobre los que navegan las parrafadas de James Smith. Han ampliado su estilo también en el escenario, con dos coristas-bailarinas que la liaron parda junto a sus compañeros. El poder de canciones como “Petroleum” o “We Make Hits” se hace irresistible.
Entre bajos trepidantes y bombos contundentes, la transición a Gossip se hizo sencilla. La banda de Washington parece no haber dicho su última palabra, y tiró de sus hits -todos con el mismo ritmo, pero eso ya lo sabíamos-, y una Beth Ditto tan sobrada de voz como locuaz y bromista, que aseguró que si ellos lo han conseguido cualquiera puede hacerlo.
A eso de las nueve de la noche irrumpía en el otro escenario Yves Tumor. El chillido escalofriante que precedió su set, sumado a los rayos que rasgaban el horizonte y los murciélagos sobrevolando el recinto, no eran buenos presagios para los aprensivos. El norteamericano demostró, sin apenas una sola palabra más allá de sus letras, que se puede hacer pop raro e inquietante, con electrónica de atmósferas viciadas, a estas alturas de la película. Tiene mérito. La tensión eléctrica del ambiente multiplicó el efecto, desde luego.
El público esperaba a Raye cuando el cielo gris, hasta entonces sólo amenazante, empezó a descargar litros y litros de agua con una furia desmoralizadora. Al diablo con las previsiones. Otra vez. Un deja vù que nos retrotraía dos años atrás…El resultado fue el habitual en estos casos: Carreras frenéticas en busca de un refugio -se abrió un pabellón para cobijar a la gente-, reparto de chubasqueros, incertidumbre ante el resto de la noche, gente deambulando calada de los pies a la cabeza, pero echándole humor a la desgracia. Triste e incontrolable tradición que azota los festivales madrileños como una periódica maldición…
Suspendido el concierto de Raye, el festival se reanudaría con el set de Overmono. The Prodigy compensaría a los bastantes valientes que se quedaron con una agresiva y convincente descarga de sus hits reinterpretados (por desgracia me lo perdí). La cancelación de Soulwax fue otro bajón, pero al parecer su equipo había sido seriamente afectado por el agua.
Sábado intenso y normalizado
Afortunadamente el festival culminó con un último día tan festivo -quitando lo de Massive Attack- como normalizado, y muy concurrido. Los neoyorquinos Monobloc son algo así como unos The Strokes anglófilos con un punto de melancolía. No es que vayan sobrados de carácter, pero hicieron pasar un buen rato a los congregados bajo el sol.
En el otro escenario, los londinenses Ezra Collective pusieron a bailar al ya numeroso público a base de ritmo, vientos jazzeros y espíritu positivo, Una celebración colectiva en toda regla que nos hizo olvidar el mal trago de la noche anterior, según el cielo se iba despejando.
Massive Attack - Foto de Sergi Albert
El buen rollo se prolongó con el soul suave y elegante de la también británica Olivia Dean, pero se cortó en seco con las brumas viciadas de unos imperiales Massive Attack, que no visitaban Madrid desde más de cinco años. Que no se me malinterprete: la actuación de los de Bristol volvió a ser tan imponente como política (¿demasiado?), con continuas alusiones a las guerras de Gaza y Ucrania, y provocadores reflexiones sobre nuestra falible condición humana. Siempre han sido así, y la explosiva situación geopolítica mundial les pone en bandeja abundante material.
En lo musical, tensión, magistral fusión de electrónica y sonidos orgánicos con material propio y ajeno, y vocalistas del nivel de la angelical Elizabeth Fraser. El sonidazo nos regalaba otra cima del festival, pese a las penosas traducciones de los textos que acompañan sus proyecciones (detalle tan cutre como incomprensible a este nivel), y el empeño de parte del público en contarse sus vacaciones mientras delante de sus narices se tocaba la sublime “Unfinished Sympathy”, una de las mejores canciones de…¿siempre? Sí, algunos no podían reprimir las ganas de jolgorio.
Y se colmaron: Jungle y Sam Smith se encargarían de descomprimir el exceso de solemnidad y el bombardeo de datos deprimentes a base de disco funk orgánico y vibrante para todos los públicos los primeros, y de melodías pop, góspel y soul el segundo. Ambos se meterían al público en el bolsillo, los primeros desde una puesta en escena de luces de neón, el segundo con una escenografía teatral muy adecuada para su estilo. E house soleado de la surcoreana Peggy Gou cerraría un evento que puso fin a un verano intenso que nos ha deparado grandes momentos. Pese a los caprichos del cielo.
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