No cabe la menor duda de que los años marcan las trayectorias de todos los artistas y los Kaiser Chiefs de 2020 no son los mismos que nos cautivaron a principios de siglo con la publicación de un primer e híper vitaminado trabajo de debut que contenía suficiente pirotecnia como para hacer que las fallas de Valencia se perpetuasen sin interrupción alguna durante mil días. “Employment” no solo fue uno de los grandes discos de la cosecha del 2005, sino que todavía hoy se mantiene entre lo mejorcito que se haya facturado en las islas británicas en los últimos tiempos. Pero eso ya pasó hace mucho tiempo, y la escena ahora es bastante distinta. De hecho, las producciones poco tienen que ver ya con la urgencia de entonces, tan bien constatadas en las obras creadas por Bloc Party, Franz Ferdinand, Babyshambles, The Rakes, Maxïmo Park y un largo etcétera de bandas que, junto a los propios Kaiser Chiefs, consumaron el resurgir de una escena que no levantaba cabeza desde el desmoronamiento del brit pop, una década antes. Ahora todo es mucho más milimetrado y limpio.
Aunque en disco suenen domesticados, los de Leeds siempre son una garantía sobre el escenario, y por eso la venta de entradas no fue mal en Barcelona. Pero la actuación de anoche no pasará a la historia por ser una de sus mejores comparecencias en directo. El siempre electrizante Ricky Wilson no estuvo entonado con la voz y la banda tiró de piloto automático en muchos tramos del concierto.
Kaiser Chiefs continúan con la gira de presentación de su último trabajo, “Duck”, y aunque ya habían pasado por nuestro país formando parte del cartel de algún festival, como el Santander Live Festival, en esta ocasión venían para ofrecer un par de shows en salas. De su nuevo disco tan solo presentaron cuatro temas. En “Target Market” jugaron a ser MGMT –los de ahora–, mientras que en “People Know How to Lover One Another” solo faltó el holograma de Michael Hutchence liderando la parte vocal; “Record Collection” funcionó mejor, pese a parecer un descarte de The Rapture; y también presentaron la prescindible “Northern Holiday”. En general los nuevos temas, unidos a un halo synth wave de los arreglos –sonoros y lumínicos– nos trasladaron al pop adulto de los ochenta –que empezasen el concierto con los primeros compases de “Money For Nothing” de Dire Straits, ya fue toda una puesta en situación–. Por suerte, no faltaron los saltos en el tiempo para rescatar las mayores gemas de su cancionero, cuando eran los reyes de los festivales de verano: “Na Na Na Na Naa”, en los primeros compases del concierto; “Everyday I Love You Less And Less” que enlazaron con “Ruby”, hecho que supuso uno de los dos picos de la noche; el otro llegó, justo en el tramo anterior al descanso, con la triada “Never Miss A Beat”, “I Predict A Riot” y “The Angry Mob”. Volvieron tras una breve parada con un rácano bis, que cerraron con “Oh My God”, dejando al público arriba, claro. Y así abandonaron el escenario, tras una hora y media de reloj dejando la sensación de haber estado en un concierto al que le faltó punch, en el que vimos a una banda que no conectó demasiado con el público, liderada por un frontman sin aquella energía que le caracterizó años atrás. Habrá que esperar al verano.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.