No nos basta con la felicidad, reivindicamos la euforia. Así anuncian Elle Belga una de las canciones de su vivificante espectáculo en Kaiola. No se me ocurre mejor frase para definir la sensación que me(nos) embarga durante todo el Festival. Euforia de que se haya celebrado, de que hayamos disfrutado y saboreado cada actuación hasta el tuétano, hambrientos de esa experiencia única que es un concierto den directo, de esa comunicación artista/público/espacio personal y colectiva incomparable que se produce en cada uno de ellos, de que el entusiasmo de Aritza Landaluze, alma mater principal de Kaiola, no conozca límite y siga dispuesto a ofrecernos un regalo como este todos los años. Es posible, que los conciertos de esta edición, vistos en otro momento anterior, cuando uno se llegaba a sentir saturado de eventos y con un cierto punto de escepticismo (qué lejano parece hoy), no nos hubieran parecido especialmente destacable. Es posible, no lo sé. Lo que si sé es que el disfrute fue pleno de principio a fin en las 6 actuaciones, y esa euforia no me la quita nadie.
Euforia de descubrir al dúo asturiano Galgo y sus “bandas sonoras para películas que no existen aún”, y conmoverme con la elegancia de su música y su cuidadísima puesta en escena. Me traen ecos de Max Richter, Hauschka, Suso Saiz, de Heroin in Tahiti y de las creaciones de Tindersticks para la directora Claire Denis, de sonidos encontrados al azar bajo el polvo de vinilos antiguos. El poder evocador de su música es realmente fascinante, como si fuera capaz de recrear una obra de teatro de presencias fantasmales a nuestro alrededor que se acentúa con esa voz que repite “we were never really here”.
Euforia de emocionarme con Elle Belga a quienes confieso no haber prestado excesiva hasta ahora. Quizá por esa tendencia melosa en las voces que inicialmente me descolocan y no las encajo bien. Euforia de comprender, a medida que avanza el concierto, que ese es precisamente el atractivo, y de sentirme entonces desarmado, vencido, y caer rendido. Elle Belga son emoción pura, diáfana rayando, o más bien pisando sin complejos, la línea de la pura ingenuidad naïve. Referencias a García Lorca o Paco Ibáñez se mezclan con una versión celestial del “Panic” de los Smiths. Van a su bola.
Euforia de percibir el majestuoso inicio del concierto de Anari (no pude quedarme hasta el final) adivinando un sonido más enérgico que en ocasiones anteriores pero lleno de ricos matices, y que quedó confirmado por comentarios posteriores.
Euforia de reencontrarme con Moxal a quien entrevisté (a distancia) en pleno confinamiento mientras creaba “Arrebetxe” columna vertebral de su actuación. Tardo unas canciones en percibir la magia íntima de ese disco entre potentes oleadas de reverb. Pero una vez entona “difikultosua…” con ese tono de cuentacuentos terroríficos que tan bien le sienta, todo empieza a encajar y a crecer, como si esta canción le sirviera de trampolín para acabar sumergiéndonos en una bella ensoñación de aires tex-mex deliciosa y en una escena de cuentos nocturnos en la cabaña de cándida hermosura lynchiana.
Euforia de comprender cada día con más claridad que Ainara Legardon es una hechicera de la manipulación del sonido, que pese a lo alejado de su discurso musical me recuerda por algún motivo a auténticas alquimistas como Julia Holter o Laurie Anderson. Y eso que, en su presentación formal, ella sola con guitarra y teclado (+artilugios) puede hacer pensar en un planteamiento de canciones de post-folk de autor, pero es como si de esa imagen emergiese una amalgama de sonidos completamente diferente generados por un ente que no vemos, y cuyas técnicas nos son desconocidas. A través de su voz (cada vez más prodigiosa) y todo su cuerpo modela y esculpe sonidos hasta dejarnos totalmente embrujados en ese silencio final al que nos atrae, lenta, suave y progresivamente.
Euforia de asistir una vez más una nueva invocación de su particular lenguaje por parte de Aitor Etxebarria y su Ensemble. Único y de enormes dimensiones. Aitor se ha convertido por méritos propios en un artista que genera una especial expectación. Sabes (y aciertas) que va a pasar algo grande, en esa especie de free-rock-noise-ambient de cámara que practica. Es el Aitor Sound.
¿Exagerado? Es posible que me esté dejando llevar por el entusiasmo y la emoción de este feliz regreso. Pero así lo sentí y nadie me quita ya la euforia.
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