Y el sueño se hizo realidad. Tal y como adelantábamos en la entrevista a su organizador, Aritza Landaluze, Kaiola Festibala ofreció sobre el escenario de la casa de Cultura Torrezabal de Galdakao una de las selecciones de artistas más extraordinarias que podamos recordar, al menos en lo que a músicas “difíciles” o “experimentales” se refiere. Una apuesta valiente, coherente y comprometida con unos principios artísticos alejados de modas y postureos, a la que deseamos muchos años de vida.
Borrokan fueron los encargados de dar inicio al evento. El sonido era excelente, como en el resto de la jornada, y ya desde un primer momento se congregó una cantidad de público nada desdeñable para un evento de estas características. Pese a ello, fue imposible evitar una cierta sensación de “ejercicio de calentamiento” en su actuación, como si todo el mundo necesitara un cierto tiempo para ubicarse y disfrutar plenamente de las sensaciones. Algo inevitable por otro lado en cualquier actuación de apertura y que en esta ocasión le toco pagar al magnífico quinteto de Bera. Un pequeño lastre ampliamente superado con una actuación excelente, intensa, apasionada, libre y al mismo tiempo certera, punzante y milimétricamente ejecutada. Borrokan poseen la precisión y la pegada del hardcore pero sus texturas, melodías y ritmos brotan con una pulsación propia, natural, que les permite llegar a terrenos muy alejados de esa premisa inicial y más próximos al rock abierto, moldeable e inclasificable de Captain Beefheart, que alguien, con muy buen criterio, escogió como banda sonora de apertura y cierre del concierto.
El terreno quedaba abonado pues para que Volcano The Bear florecieran con un show realmente “espectacular” y se metieran a todo el mundo en el bolsillo. Lo pongo entre comillas, porque poco o nada tuvo que ver con el mero despliegue tecnológico que acostumbramos a asociar a ese término. Lo de Volcano fue una performance de espíritu dadaísta y burlón y se basó en unos medios modestos, caseros y totalmente DIY. Mención especial merece la “trompeta-pértiga” que construyeron a base de una botella y varios tubos de plástico y sujetaron con ayuda del público. Uno de los grandes momentos de la noche, sin duda. Pero cuidado, el trío inglés lleva ya más de veinte años de trayectoria, tanto en grupo como en las decenas de proyectos y colaboraciones paralelas de sus componentes. Hay mucha sabiduría y mucha riqueza musical ahí. Y eso se traduce en un discurso sonoro fascinante. En algunos momentos pueden recordar a Can o a Soft Machine, en otros a unos This Heat con ganas de juego, en ocasiones se apuntan a viajes siderales de puro kosmiche y después bajan al fango y a la carnalidad de unos Coil, frecuentemente se producen interferencias que parecen surgidas de la más cochambrosa cassette arábiga de Sublime Frequencies o de los archivos sonoros de GhostBox… y todo tiene un aire surrealista/patafísico delirantemente divertido. En fin, una verdadera gozada.
Con Chris Pitsiokos/Otomo Yoshihide volvimos al terreno puramente físico de la intensidad, en un ataque sónico brutal y directo a nuestros sentidos. Aunque a decir verdad, su puesta en escena no resultaba menos espectacular que la de Volcano. Ver a Chris maltratar a su saxo cual John Zorn desbocado y especialmente a Otomo destrozando literalmente y rayando vinilos en los platos no deja de ser un verdadero goce visual. Pero si uno cierra los ojos, descubre un juego de texturas sonoras aún más espectacular (por seguir con el término) como un enorme mosaico de ruido en el que ir descubriendo pequeñas gemas escondidas. Eso sí, el ejercicio puede resultar extenuante, y se agradeció que el concierto fuera algo más corto que el resto. Este tipo de placeres/torturas se disfrutan mejor en dosis ajustadas.
Y en esas llegó el show de InorenEroNi, tan aparentemente desubicado con su esquema rock “convencional” como efectivo, hipnótico y a la postre perfectamente coherente con el concepto de experiencia sonora sin fronteras del festival. Efectivamente las formas y medios musicales del cuarteto nos son más familiares y reconocibles que las del resto, pero su discurso y su puesta en escena son igualmente únicos. Okene ejerció de chamán y la banda respondió a sus invocaciones con un mantra eléctrico especialmente intenso y un punto cósmico que se ajustó perfectamente al ambiente creado por las actuaciones anteriores. El caso es que todo ello derivó en una auténtica celebración tribal en comunidad, que alguno que otro se animó incluso a bailar (cosa que Okene aprovechó para ironizar , “decidme que he visto bailar a alguien y no han sido imaginaciones mías...”, y para animarnos a continuar) y que dejó un sabor de boca delicioso.
Eran casi las 2 de la mañana cuando Vibracathedral Orchestra iniciaron su set, y tras la fiesta de Inoren todos empezábamos a estar un poco cansados. El viaje astral que proponen exige atención y predisposición, y tampoco se trata de una nana que invite a dormir precisamente, por lo que hubo algunas deserciones (comprensibles) entre el público. No eran las mejores condiciones para apreciar y disfrutar del set, pero una vez asumido esto y concentrados en aprovechar la rara oportunidad de verles en directo, en mi opinión, ofrecieron un concierto colosal. Me gustaría mucho poder escucharlo fuera del contexto si existe una grabación del mismo para poder corroborarlo, pero en mi ligeramente brumoso recuerdo ha quedado una joya sonora de muchos quilates. Ahí veo a Neil Campbell en el centro del escenario, dirigiendo las operaciones desde una mesa central con sus cachivaches electrónicos y moviéndose y cambiando constantemente de instrumento, de forma cada vez más extraña y estrafalaria y acabar aporreando un tambor con el violín que acababa de usar para crear loops celestiales. Y ahí está el resto de la banda, entre más cachivaches, guitarras, pianos de juguete, campanillas, timbales esparcidos por el suelo… guiándonos por las estrellas en una excursión en la que creí ver a Bitchin’ Bajas, Sunburned Hand Of The Man y todas aquellas bandas que editaba el sello Fonal, tocando con Terry Riley entre imágenes de una película de Jodorowsky, o algo así. Ya digo que mi recuerdo es bastante brumoso.
Pasados unos días y asentadas las sensaciones veo Kaiola Festibala como una celebración de los medios modestos, pequeños y artesanales, del error y de la aparente torpeza técnica para imaginar y crear una música bellísima, enorme, infinita. Que sea por muchos años.
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