En Granada se toman el pop y el rock como una cuestión de patrimonio y por eso es posible trazar una línea que conecta a prácticamente todas las formaciones de la ciudad de los últimos veinte años a esta parte. Aurora son los últimos en llegar y ayer noche se presentaron en Madrid en su reválida más importante desde el nacimiento del grupo con el apoyo de Banin, que ejercía de quinto miembro a los teclados. No les sentó mal el escenario grande ni, sorprendentemente, la ya característica reverb de una Riviera en ese momento a media entrada pero con mucho hardcore-fan de los granadinos. Ahora mismo todavía cuesta ubicarles en un espacio concreto, debatiéndose entre la abstracción shoegaze y composiciones mucho más directas e inmediatas, como “Islas” o “Ave Fénix”, que dejaron para la recta final de su actuación. Instrumentistas más que correctos, heredan también uno de los grandes males de la tradición independiente nacional, una voz sofocada e impersonal que tiene además la responsabilidad de echarse a la espalda la mayor parte de líneas melódicas de las canciones.
La tradición es también un elemento esencial para enfrentarse a la música de Tame Impala, por mucho que un porcentaje muy alto del público de una Riviera hasta la bandera no tocaría ni con un palo muchos de los referentes que maneja Kevin Parker: progresivo, psicodelia pesada, electrónica minimalista,… Esto, que parece bastante evidente en sus dos largos hasta la fecha, lo es todavía más a la hora de llevar sus canciones a un directo con formas de jam y en el que se recrea vía proyecciones el estado alterado de los Pink Floyd lisérgicos del UFO. Tame Impala no son los primeros en hacerlo pero sí quienes mejor consiguen conjugar fenómeno de fans con el respeto casi reverencial que despierta su discurso musical: hace un par de años MGMT ofrecieron en ese mismo escenario un concierto que sólo sacó a la gente de su letargo cuando sonaron “Kids” y “Time To Pretend”, Animal Collective siempre pagarán su vocación experimental, mientras que Ariel Pink -posiblemente el más cercano en espíritu a Tame Impala de toda la pandi de la nueva psicodelia- aún no ha llegado a audiencias mayores y probablemente nunca llegue a hacerlo…
Resulta complicado pues analizar lo que Tame Impala representan a día de hoy centrándonos exclusivamente en sus canciones o su alucinado (alucinante) directo y dejando de lado la lectura de hacia dónde avanza el rock del siglo XXI. Cualquiera que ayer estuviera en La Riviera pudo comprobar como la banda australiana cerraba a golpe de Rickenbacker la boca de quienes señalan el rock como un sonido ajeno a la juventud. De igual forma que veinte años atrás Radiohead reformularon el progresivo para convertirse en la banda más importante de su tiempo, “Lonerism” es el disco que en los últimos doce meses ha definido el pop-rock anglosajón contemporáneo; y eso más allá de canciones-fenómeno como “Elephant”, con un riff memorable que ya se corea a la manera del “Seven Nation Army”. Un pequeño hito generacional que contradice el pesimismo de quienes señalan que todo tiempo pasado fue mejor.
Y lo curioso es que no niego que sea así para Kevin Parker, imbuido de cierto espíritu comeflores que se evidencia los pocos momentos en que abandona las seis cuerdas para aproximarse al precipicio del escenario, gesticulando como un Lord Byron en LSD. Pero no tanto para nosotros que entre versiones alteradas de los temas que componen “Lonerism” -cayó el disco casi al completo, a costa de "Innerspeaker"-, alguna sorpresa -“Half Full Glass Of Wine”, de su primer EP- y hasta algún pasaje inédito, durante la hora y media larga de actuación no dejamos de plantearnos que la cabeza de Parker es uno de los lugares más divertidos en los que se puede habitar en 2013.
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