Cuando tienes canciones enormes y un buen sonido es difícil no hacer un concierto correcto. El de Josh Rouse el pasado sábado lo fue, pero supo a poco después del derroche de pop poderoso que le vimos en el Primavera Sound de 2005. Esta vez no brillaba el sol en lo alto y la banda era más reducida (bajo y batería), así que ya empezó con desventaja. En la sala Bikini las canciones del de Nebraska sonaron ramplonas, desprovistas de la poética y el eclecticismo de sus discos. “Givin’it Up” perdió sus gloriosos violines de entrada por un cutrísimo niaro-niaro cantado por un Rouse de lo más indolente y “Slaveship” fue un bis de los más triste sin sus salerosas notas de piano. En general, su repertorio pareció decantado a un sonido más adulto, rozando la radiofórmula, lejos de los tintes americana o el gusto por el clasicismo de los setenta que se intuye en sus discos. Pese a todo, hubo momentos emocionantes. Especialmente cuando el americano se quedó solo a la guitarra (“1972” y la final “Sad Eyes” no pudieron inspirar ningún pero), o cuando el jolgorio inundó el escenario (“It’s The Nighttime” con el telonero J. Tillman haciendo el indio, lata de cerveza en mano fue de lo más cómico). Como en su anterior visita a la sala Bikini, su novia Paz Suay le acompañó en algunos temas, la tierna “The Man Who…” que explica el inicio de su romance y un avance de su nuevo disco grabado en los estudios de Paco Loco en El Puerto de Santa María.
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