Un valle precioso
ConciertosJosé González

Un valle precioso

9 / 10
Jon Pagola — 07-02-2022
Empresa — Donostia Kultura
Fecha — 05 febrero, 2022
Sala — Teatro Victoria Eugenia
Fotografía — Jokin Fernández

A las 19:30 horas, diez minutos antes de que José González se subiese al escenario, varias personas trataban de conseguir una entrada a ultimísima hora. Fue en balde. Hay hambre de conciertos internacionales en tiempos de pandemia, más aún si hablamos de figuras de primer nivel como el músico sueco de origen argentino. El Teatro Victoria Eugenia se llenó hasta la bandera para asistir a una ceremonia indie-folk de 80 minutos que no defraudó a nadie. José González hizo de José González, es decir, nos acarició en un show desnudo dominado por su melosa voz y la guitarra, al que le acompañaron unas sugerentes proyecciones de fondo y el fino trabajo de dos sonidistas que añadían pequeños matices (pregrabados, efectos) a la velada acústica.

Nadie se aburrió ante una propuesta tan esquelética y austera. Al contrario. El silencio fue casi absoluto, roto tímidamente por unos aplausos de acompañamiento durante “Swing” y, ya al final, en el segundo bis, cuando llegó el turno de la última canción de su cosecha, “Tjomme”, que flota sobre unas sorprendentes bases reggaetoneras. Más que un concierto parecía que estábamos ante una celebración pagana embellecida por los colores primarios (rojo, azul) que asomaban en una tela de fondo simulando un misterioso bosque.

Todo el concepto de la gira del músico que hace casi 20 años explotó con la televisiva -ahora diríamos viral- “Hearbeats”, que cayó en el primer bis, se basa en un bello refugio personal al que ha denominado “Local Valley”. No es solo el título de su excelente álbum del año pasado. Es también un plácido lugar apto para meditar (“Lasso in”), hablar de la cueva de Platón (“Leave off/The Cave”) y donde absolutamente todo es reconfortante y apacible. Las proyecciones fueron ganando peso, su papel resultó crucial para la configuración de una atmósfera ensoñadora; primero con la aparición de unas imágenes alienígenas que recordaban al videojuego Space Invaders, más tarde con el vuelo sincronizado de los pájaros, un cielo estrellado, mágico, al que entraban ganas de tocar con los dedos…

González se reivindicó como un excelente guitarrista con un impecable dominio del fingerpicking. Habló poco, pero lo que dijo bastó: halagó la ciudad y recordó el chapuzón que de pequeño se había dado en La Concha. Delicado como su música, sobre la tarima parecía un tipo corriente, uno más entre todos nosotros, cercano y amable, y al que el paso del tiempo no ha hecho mella en la salud de su fuerte pelo rizado. A la hora exacta abandonó la tarima por primera vez. Volvió enseguida para repasar sus dos grandes hits -“Crosses” y la mencionada “Heartbeats”, ambas muy celebradas por el público- y dio a elegir entre versionar a algunos de sus héroes, como Paul McCartney y Nick Drake. Se decantó por una recreación calcada del “BlackBird” de los Beatles, del “White álbum”, que la hizo suya y parecía compuesta por él. Abandonó el escenario. Y cuando regresó por última vez el valle había desaparecido: la proyección mostraba en tiempo real una ilustración de su figura silueteada tocando la guitarra en un cierre con el puntito justo de jolgorio.

 

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