Es la mayor pesadilla de los técnicos de riesgos laborales. De los fisioterapeutas y los padres. Niño, vigila la espalda.
Arquea el cuello como una ganzúa.
Se encorva y se retuerce sobre el banco. Toca algo diminuto con el piano de cola. Una idea inspirada en “Small memory”. Pero la poliedria no tarda en aparecer, ese batir de helicóptero perturbador que rompe con la delicadeza y el color cristalino de las teclas. La fórmula se repite todo el concierto.
Introspección y estruendo. Jon Hopkins es un tipo de contador de historias del séquito Nils Frahm, atrevido y contemporáneo, íntimo y misterioso, pero también capaz de inocular un ritmo destructivo.
Le telonea Hayden Thorpe (ex Wild Beasts) sin demasiado dinamismo en L’Auditori de Barcelona. Voz susurrante. Fúnebre y dormilón. Mientras, fuera, se forman montoneras en la entrada, muere en sus últimas horas el Brunch in the city. Si alguien decide empalmar un evento con otro, solo ese alguien, puede valorar todavía más lo excepcional de la música electrónica hecha para mucho más que volar mecido por química de estraperlo. Porque no hay ningún productor en el panorama actual en el que resulte tan creíble el vaivén entre los paisajes, el bucolismo orgánico (“Recovery”) y la tormenta digital. Solo Jon Hopkins puede contar ese cuento con tanta verdad.
Ser puro fuego con “Singularity”, con la que la gente se levanta –una de tantas– de las butacas, y después, de vuelta a la chepa, a las teclas (“Abandon window”).
El cajón de la magia del británico permite, sea cual sea la plaza, el baile. Y cuando se pone a los platos, se plegan de una los asientos del imponente escenario de madera barcelonés donde se da el recital. Él también es esa fuerza. Y la busca, alzando las manos con los vítores, algo torpe. Tímido. De puntillas sobre unos calcetines a topos. Medio risueño.
Y un movimiento hace olvidar a otro. Esa es la obra de un narrador de extremos: de las dificultades manifiestas del viaje a la madurez ("Singularity", 19) a las semi respuestas meditativas ("Music for psychedelic therapy", 21). El directo incluyó mucho del primero y una inspiración muy clara del segundo (sin ningún tema manifiesto). Lo mejor de sus mundos. El nervio del voltaje y la finura de los teclados.
Esos a los que mira como si no fuesen sus manos las que lo aporrean. Como si cada acorde estuviera por descubrir. Cabeza gacha y mirada fija, la del que rebusca entre un montón la canica buena. La-buena. Hasta cuándo aguantará esa espalda. Hasta cuándo resistirá su música como excusa terapéutica.
Jon Hopkins es la lujuria de celebrar con efectos mínimos; tremendamente atractivas las luces, más cálidas, caleidoscópicas o punzantes. Pero también el ambient puro, de puesta en escena con piano de cola, su habitual cacharrería analógica y músicos como Leo Abrahams (guitarra delay), Emma Smith (violín) y Daisy Vatalaro (chelo). Que lo digital no despiste.
La hora y media de directo suma temas desconocidos, deformaciones, progresiones, efectos en cascada, incluso serpenteos hasta el house. Un formato ideal el de este Polarity Tour, de esperado paso por Barcelona, y que emociona sobre todo porque queda fuera de plano: cada uno compone con su mente. De pie o sentado. Aquí no hay únicamente un pecho alborotado por los bajos. Hay miles de recuerdos, caricias y pellizcos. Sueño y vela. Participar de la historia con piel.
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