ADE es un importante evento realizado en Ámsterdam en torno a la música electrónica en cualquiera de sus variantes, con una programación multidisciplinar y extensísima que toma numerosos (y variopintos) lugares de la capital holandesa, engolándola con sus colores amarillo y negro. Dentro del festival se ubicaba la actuación de Jon Hopkins, actualmente uno de los principales referentes del género gracias a su originalidad, profundidad y evidente talento. El británico llegaba a la mítica sala Paradise con su último álbum bajo el brazo, "Singularity" (Domino, 18), referencia con la que confirmó estatus tras remarcar con convicción las virtudes de su excelente entrega previa, "Immunity" (Domino, 13).
No es de extrañar, por tanto, que el también productor agotase entradas con mucha anticipación, y se encontrase con un recinto (literalmente) abarrotado hasta la mismísima puerta por un público ansioso de celebrar cada uno de sus temas. La obra del músico se caracteriza por una elegancia suprema, aristas hipnotizantes y, además, la insinuada humanidad de sus piezas. Una serie de cualidades también latentes durante los ochenta minutos que Hopkins estuvo sobre el escenario, aunque, tal y como suele suceder en estos casos, el autor apostó por pisar el acelerador y meter marchas adicionales hasta dar a sus composiciones un aspecto diferente. Sucedió así que el ritmo aumentó exponencialmente, arrastrando tras de sí a un público ansioso y entregado a la causa. Durante la epifanía cayeron “Collider”, la inmortal “Open Eye Signal”, “Neon Pattern Drum”, la propia “Singlularity”, “Everything Connected” o, ya en los bises, sus relecturas del “Two Dancers” de Wild Beasts y el “Magnets” de Disclosure, además de “Light Through The Veins” funcionando como cierre definitivo.
Las magníficas proyecciones y la presencia de dos artistas desarrollando su espectáculo con coloridos neones a ambos lados del púlpito hicieron el resto, realzando poderosamente las propias virtudes de la ceremonia. También el generoso volumen y la buena acústica del emplazamiento ayudaron a enmarcar un espectáculo con tintes mesiánicos para el propio estilo. En la actualidad, Jon Hopkins maneja (y genera) el pulso de la electrónica, al menos de aquella que nunca descuida el sentido y sentimiento de las composiciones. Y de esa que, en directo, tampoco rehúye el subidón con el que voltear a una audiencia fascinada.
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