Cuando muera, alguien debería estudiar el cerebro de John Hiatt. Ya puestos, que hagan lo propio con su corazón, sus tripas y su garganta, porque todo en el cantautor norteamericano es un dechado de ingenio, emoción, visceralidad y finura. Pocos autores en las últimas décadas han dado muestra de su inagotable capacidad para componer canciones, una tras otra, todas ellas entre lo bueno y lo soberbio. Hiatt escribió la leyenda hace treinta años, cuando su inolvidable “Bring The Family” se convertía en uno de los discos de la vida de muchos aficionados a los sonidos americanos. Aparte de la insuperable banda que le acompañó en aquel álbum (Ry Cooder, Nick Lowe y Jim Keltner, que repitieron en su side project Little Village) sus memorables canciones le apuntalaron definitivamente como uno de los grandes cronistas americanos, credenciales que mantiene hasta hoy con una credibilidad de la que pueden presumir muy pocos.
Fue precisamente un tema de aquel disco, “Your Dad Did”, el que abrió con fuerza su set en Bilbao, mostrando desde el principio que, a sus 62 años, Hiatt aún está en plena forma. Tras “Marlene” y su emblemático “Perfectly Good Guitar”, quedó claro que el listón estaba altísimo, y que no parecía ir a bajar en ningún momento. Independientemente de la materia prima, es decir, las canciones, Hiatt y su banda son uno de los mejores directos de rock americano que se pueden ver en una sala hoy en día. El truco es sencillo: llevan actuando juntos un montón de años y Hiatt sabe rodearse de músico fieles que se adaptan a su cancionero aportando un punto justo de personalidad. Su banda es tan sólida como su pluma, desde su fiel batería Kenneth Blevins, que lleva con él casi tres décadas, al extraordinario guitarrista de Nashville Doug Lancio, recientemente ascendido a productor en el último álbum de Hiatt, pasando por las muy finas armonías vocales de Brandon Young o el inefable bajista Dave Ransom, que ya grabó con Hiatt su mítico “Slow Turning” y que, con el aspecto del peor profesor de matemáticas que hayas tenido, toca con pua con un ataque y una fiereza que ya querrían para sí más de una banda de punk.
Al mismo tiempo, por mucho que el show de Hiatt se beneficie enormemente de una banda tan excelsa y firme, en directo da la sensación de que el norteamericano sonaría igual de bien acompañado por el padre Abraham y los Pitufos. Con una presencia apabullante y una voz tan brillante como personal, Hiatt es el cantautor definitivo, un artista que en cada canción incluye una historia, un estribillo inolvidable y un sonido musculoso.
Hiatt pasó del sofisticado blues acústico de “Face Of God” y de citar a Apollinaire para presentar “Drive South” a colgarse la telecaster para engordar el sonido con temazos como “Real Fine Love” y “Paper Thin”, retomando la acústica (con Lancio a la mandolina) para volver a terrenos más orgánicos en “Crossing Muddy Waters” y entonar el cuasi-reagge de “Cry Love”, antes de bajar de nuevo con “Long Time Coming” y volver a la estratosfera con “Tennessee Plates”. Un repertorio variado e impecable, como no podía ser de otra forma con Hiatt, que enfiló el final con “Thing Called Love”, el emocionante “Feels Like Rain” y un apoteósico “Memphis In The Meantime”.
Firmado y sellado: un bolo perfecto, sin fisuras de ningún tipo, con Hiatt arrollador y una banda que ejerció de extensión de la personalidad del líder. El inevitable “Have A Little Faith” abrió un bis en el que Hiatt, visiblemente cansado, no cedió un centímetro y su legendario “Riding With The King”, dedicado, más que nunca, al gran B.B., cerró el set con una larga cola instrumental en la que Lancio se explayó sobre una banda en pausada búsqueda de un climax que, cuando llegó, lo hizo como sólo podía acabar este concierto. De forma perfecta.
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