Hacía tiempo que no veía al público ponerse en pie con tanta decisión. Considero que, aunque existan las ganas de ovacionar al artista, cuesta tener la determinación para ser el primero en alzarse. Joanna Newsom disipó ese dilema logrando levantar, tanto antes como después del bis, a casi todos los presentes en la sala BARTS. Una reacción de lo más lógica teniendo en cuenta el asombroso recital de la californiana que no dejó indiferente a nadie.
Con el arpa como epicentro, tanto del escenario como de su estilo, la californiana desplegó su imaginario poético a base de composiciones de tendencia barroca y, a la vez, luminosa. Aunque esto pudiera suponer todo un reto auditivo para el público, este parecía predispuesto a adentrarse en el delicado y complejo mundo de Newsom costara lo que costara. ¿El riesgo? No querer o no saber cómo descubrir ese mundo pese a que, una vez dentro, solo quedaba disfrutar de la sorprendente fuerza de “Monkey & Bear” o la elegancia de “Time, as a Symptom”, de la fluidez de su sonido y su capacidad evocativa. Dejarse llevar por el agudo y carismático timbre de Joanna que, arropado por los diferentes timbres instrumentales - arpa, piano, violín, flautas,... -, se alzaba sin miedo.
Pero más allá de la innegable calidad de su obra –sobre todo de su último disco “Divers”-, Joanna Newsom es libertad y pasión. Una joven que decide mantenerse fiel a su estilo personal y que ejecuta con entusiasmo y delicadeza cada uno de sus temas. La manera en que acariciaba con los ojos cerrados las cuerdas del arpa es la mayor prueba de ello. Y ante tanto talento concentrado en algo más de una hora, los asistentes no pudieron remediar alzarse con la misma pasión con la que Joanna Newsom ejecutaba su música. Caímos rendidos ante su magia.
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