Tendiendo puentes
ConciertosJerusalem Sacred Music Festival

Tendiendo puentes

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Yeray S. Iborra — 16-09-2015
Fecha — 29 agosto, 2015
Sala — Diferentes espacios de Jerusalén (Israel), Jerusalén (Israel)
Fotografía — Noam Chojnowski

En apenas cinco años de celebración, el Jerusalem Sacred Music Festival (JSMF), de iniciativa privada y participado principalmente por fundaciones (entre ellas la sionista Schusterman), se ha consolidado. El evento, parte del ciclo que se extiende de julio a setiembre Jerusalem Season of Culture –incluye el Frontline Festival, del que pudisteis disfrutar en MondoSonoro–, está promovido principalmente por hombres y mujeres en la cuarentena que han tenido la oportunidad de salir de Jerusalén y que ahora vuelven con la “responsabilidad”, recalca Itay Mautner (director artístico del festival), de hacer de la ciudad un lugar ‘habitable’. Es por eso que provocan diálogos interculturales e interreligiosos (Maqam Ensamble con Mark Eliyahu, músicos de hasta siete países que no hablan el mismo idioma pero que dominan la ‘música clásica’ de Oriente Medio), políticos (Hellen Sabella, cantante Palestina, actuó en la noche de inauguración del festival junto a músicos israelíes). Y provocan… Sorpresas mayúsculas (lean siguiente párrafo).

“Hay una gran afición por el flamenco aquí”, comenta Gil Rouvio (director comunicaciones), entre estornudos. No es el único que se ha resfriado estos días (máximas de 36ºC, mínimas de 18ºC). Sea como sea, ¡qué pasión por el flamenco en Israel! ¡Quién lo diría! Desde el minuto uno, desde que José Quevedo ‘Bolita’ y Rafael de Utrera (que tocaron junto al percusionista Wadi Atma) hicieran gala de sus dotes a los palos, el Liberty Bell Park, una especie de anfiteatro de sonoridad cálida y envolvente, se vino abajo. Sus cerca de 600 localidades y aproximadamente 400 kipás, cayeron rendidas. Y más cuando se atrevieron con unos arreglos delicados y extremos de “La leyenda del tiempo”, de Camarón. Otro que aprovecharía la acústica del recinto sería el cubano Omar Sosa. Junto a su piano haría las delicias de los más jazzies del festival. Y serían muchos: las entradas del festival estaban agotadas des de una semana antes del inicio de los conciertos. El público, aunque cuantioso (cerca de 10.000 personas) e intergeneracional, era poco variado: la presencia de judíos ganó por goleada. 78 shekels israelíes, unos 18 euros, se antojan demasiados para aquel que trabaje en las tiendas de productos chinos, ‘souvenirs’ y comida artesana de más allá de la Puerta de Damasco (dónde empiezan los territorios de la Autoridad Nacional Palestina).

Rafel-Utrera-concierto

Jerusalén es la ciudad de la discordia, mucho más que un amasijo de piedras de color crema-café; el punto clave de inicio de la Segunda Intifada y quién sabe qué más: sólo hay que ver la nueva trifulca el domingo pasado entre musulmanes y el ejército israelí. Sin ir más lejos, el pasado año el festival tuvo que cancelar el 50% de su programación por los bombardeos israelíes a Gaza y el clima belicoso en la ciudad, a causa de la ocupación. Jerusalén es lugar de conflictos religiosos, políticos y culturales. Cuando el JSMF se autodefine como “el único escenario posible para diálogos imposibles” –así lo expone Naomi Bloch Fortis, directora ejecutiva)– está en lo cierto. ¿Dónde sino iba a verse esa locura por nombre “Junoon” que el compositor Shye Ben Tzur y Jonny Greenwood (Radiohead) han inventado junto a una decena de músicos indios? En el escenario principal, entre paredes de miles de años de historia en la Torre de David, y donde tendría lugar el cierre del festival con bandas tan variopintas como la electrónica orgánica y de ritmos orientales de Cut ‘n’ Base o el trance de Tribal Dance, tuvo lugar un espectáculo de color y baile explosivo. Imaginen la fuerza de trompetas, castañuelas y percusiones, junto a la voz tántrica y persuasiva de Ben Tzur. Imaginen también, a un lado y sin demasiados alardes, a Greenwood. Soso y desubicado. A Max Romeo (mítico rastafari sesentón), en cambio, no le acusarán de desubicado: Jerusalén es una ciudad ragga por excelencia, ¡Mount Zion! El jamaicano llenó de meneos sandungueros el graderío.

Una semana, cerca de 70 actuaciones. Siete días con el diálogo por bandera, conscientes que el JSMF es el único festival que podría poner a cantar (así fue en el cierre) a musulmanes, judíos y cristianos sobre una misma tarima. Concretamente, entonando el “Every little thing gonna be all right” de Bob Marley. Entre los participantes del aquelarre: Max Romeo, Ethiocolor y Matisyahu, en boga los últimos días por el ‘affaire Rottotom’.

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