El techo con las yemas
ConciertosIzar & Star

El techo con las yemas

8 / 10
Holden Fiasco — 22-04-2018
Empresa — Izar & Star
Fecha — 19 abril, 2018
Sala — Kafe Antzokia, Bilbao
Fotografía — David Mars

Ya por su octava edición, el ciclo de conciertos Izar & Star sigue dejando huella. Tiene valor simbólico que empezara en una cúpula porque, en ocasiones, apunta al cielo. Algunos de los pocos, para qué nos vamos a engañar, pero selectos, nos aplaudiremos nosotros mismos, testigos que nos reunimos en jueves laborable en el Kafe Antzokia de Bilbao nos sentimos como si estuviéramos rozándolo con la yema de los dedos. El cielo, quiero decir, que me apetecía exagerar.

Se anunciaba doble concierto y doble ceremonia de hermanamiento, y vamos al grano. El primero de los bolos lo protagonizaba una banda mixta, pero no por su género, si no porque mezclan territorios históricos. Los Aterkings (foto inferior) han vuelto con fuerza, igual que se fueron, si es que lo hicieron. Ha pasado ya mucho tiempo desde "Aterqueens" (2006) y los años no pasan en balde, pero, desde el principio, dejaron bien claro que no han perdido un ápice de energía, y menos aún, el sentido del humor. Salieron al escenario con las mismas ganas de vacilar que de tocar, haciendo chistes onanistas sobre personajes catódicos y lanzándose a saco y con nervio a por las canciones en inglés. Sin artificios ni engañifas, el cantante cantaba las primeras con ayuda de un manojo de papeles que apretaba con el puño. Daba igual cómo lo hiciera o hicieran: sonaban intensos y espontáneos, sin antifaces ni apaños. Si alguna vez ocurre que no sirve con la eólica ni la solar, que vengan los científicos norteamericanos o rusos a estudiar a estos tíos. Si consiguen enchufarlos a una dinamo, yo creo que tendríamos energía renovable para largo: arrancarían una fenwis eléctrica de 1600 kilos solo con guiñar un ojo. Además, no escatimaron esfuerzo con ninguno de los dos repertorios que se repartieron ayer, el suyo y el de The Sonics, la banda con la que se hermanaban para la ocasión.

Fueron, ordenadamente, saltando de lo suyo a lo de ellos, más o menos, hasta casi el final. Lo hicieron, además, bien equilibrado: abarcando toda la magnitud de la banda que exploraban. Lo digo porque arrancaron con “Be a Woman”, si no me equivoco, que pertenece al reciente disco de los Sonics, This Is the Sonics, que grabaron hace dos o tres años y que era el primero en 48. Lo digo porque recuperaron el cuarteto de clásicos inevitables, “Strychnine”, “Psycho”, “The Witch”, todos ellos escritos en los sesenta por Gerry Roslie, y, por supuesto, “Have Love Will Travel” de Richard Berry, pero pregúntale tú a cualquiera de quién es. Lo digo también porque aprovecharon que los propios Sonics lo hacían y cantaron canciones de otros: Little Richard por partida doble, con “Good Golly Miss Molly” y “Tutti Frutti”. Lo digo porque, si con todo lo que ya he dicho no es suficiente, hubo más. También se acercaron al Boom y tocaron una “Cinderella” que, traducida al castellano, como me recordó al oído Jon, ya recuperan Toni Metralla y los Antibalas, aunque los Aterkings no incluyeron, como si hace Tonino, un acompañamiento de armónica. Los Aterkings no incluyeron ni armónica ni nada. Los Aterkings salen de caza mayor con las manos desnudas. Las canciones de los Sonics parecían salir de las mismas entrañas que engendraron las que ellos han escrito: crudos, puros; pura y cruda energía. Así sonó, por ejemplo, “Tutti frutti”, a t bustia, a consonantes palatilizadas como solo saben hacer bien en los baserris más distinguidos. Esa mezcla innata y excitante también se vio en dirue, dirue! como gritaba el cantante, una “Money (That’s What I Want)” que ya habían grabado, si no me confundo, en su primer disco. Puede que sea un éxito de Berry Gordy o que la hicieran famosa los Beatles, pero ayer sonó igual de cojonuda y apropiada en manos de los Aterkings. Precisamente de aquel primer disco, recuperaron “Pintan bastos”; y del Aterqueens, “Meteoritu”. Como una lluvia de ellos cayeron, rodando por las escaleras, incendiando un Antzoki al que le hacía falta llenar el eco del hueco.

Tras un largo descanso apiñados en la terracilla, por ponerle un nombre, se volvió dentro para asistir al segundo hermanamiento. En esta ocasión, se trataba de ver a Señor No repasando la carrera del guitarrista Ron Asheton. Aparecieron con cambios en la formación y en el formato. Decimos lo segundo porque, en lugar de combinar repertorios como hicieron los Aterkings, dividieron su concierto en dos sesiones: en la primera, con cuatro miembros, repasaron material propio. Tras un breve respiro, apareció Iñaki Urbizu “Pela” (foto inferior) para hacer cinco y atacar los ocho temas ajenos que habían seleccionado para la segunda parte. “La próxima fiesta de Ron Bacardi, que igual viene más gente que a la de Ron Asheton”, con humor, así se presentó un Pela que, a pesar del retintín, no se escudó en el escaso público para rebajar el nivel de su actuación. Y es que el vocalista de Sumisión City Blues y Piztu Punk, embarcado en la aventura itinerante de Marky Ramone y colaborando en proyectos tan interesantes como Motorsex, se ha convertido en uno de los vocalistas con más planta y empaque de la zona y de lo que queda fuera de ella. Y eso que tenía al lado a Xabier Garre, quien tanto en la primera como en la segunda sesión dejó claro que podría ocupar cátedra en la disciplina.

En la primera parte, abrieron, si no me confundo, con “La ruta interior”, aunque algún fallo en el sonido no dejó apreciarlo bien. Cerraron, y vuelvo a esperar que acierte, con una afilada y extenuante “No me hables”. Por el medio, dejaron joyas recientes como “A veces no” o “Como una pompa de jabón”, además del corte de su último single, “Off”. Todas sonaron a escarpias de vello capilar, férreas como barrenas, intestinas como las propias vísceras de la banda. Xabi Garre cantaba como canta siempre, como si fuera la última vez, sonando lo mismo a la resonancia que dejan las lonjas vacías de los barrios del extrarradio de Iruña que a los apeaderos abandonados del cercanías de Madrid. Tenía una compañía distinta, sin embargo, y algo se notó. Joseba B. Lenoir (foto inferior y encabezado) ejercía en el otro costado, dándole una tonalidad distinta a las canciones. Pero, en general, sonaron como siempre suena Señor No: rotundos, puro rock and roll duro, al borde del infarto, picando cuerdas y parches, sin conservantes ni colorantes. Nos quedamos con ganas de más. En la segunda parte, solo recurrieron al comodín de los Stooges en una ocasión. Para cerrar el concierto, los cinco protagonistas del experimento recuperaron el “Real Cool Time” que Iggy Pop solía utilizar para invitar a té con pastas al público. Tiene su aquel que eligieran ésta porque el pobre Ron Asheton solía quedarse arrinconado con todos los invitados subidos al escenario, cerrando la canción con una demostración de por qué era un guitarrista excepcional. Antes de llegar ahí, empezaron con cuatro cortes de Destroy All Monsters, canciones que pesaban como el plomo y se veían densas entre tanta distorsión. Sin Niagara, por supuesto, aunque no se la echó de menos, y sin el saxo del original, arrancaron con “Bored”, siguieron con “You’re Gonna Die”, tocaron la espesa “Meet the Creeper”, y acabaron esta sección con la canción que rememora el día en que se cargaron a JFK: “November 22nd 1963”. Después le tocó turno a The New Order, cuyas canciones, “Lucky Strike” y “Hollywood Holidays”, les sentaron mucho mejor a Señor No y compañía. El batería de Señor No no, pero que no no, no tiene nada que envidiarle a la pegada de Dennis “Machine Gun” Thompson, batería de MC5 y compañero de Asheton en los The New Order. Pega el tío los redobles que parece estar apisonando grava. Cerraron el concierto con una de esas canciones magnéticas y directas que deberían ejercer de himnos alternativos. El “Columbia” de New Race, la banda en la que Asheton se unió, ahí es nada, a Rob Younger y Deniz Tek, sonó en manos de esta otra reunión de talento, tan intensa e impetuosa como debían tocarla los originales. Esos versos como patadas al vuelo, encajados en cada baquetazo, le sientan de miedo al nervio de Pela, y acompañado por la eclosión final de punteos al aire y distorsión, quedó todo como para ponerlo en una vitrina. Después llegó el bis con los Stooges y yo ya me he quedado sin fuerzas.

Voy a cerrar volviendo a lo que exageraba al principio, a lo del cielo y rozarlo. Voy a aprovecharlo para ponerme magnánimo y aparatoso. No sé a qué huelen las nubes, ni me importa, pero estoy seguro de que, en campo abierto, ya estés en Markina, Ann Arbor, Donostia o Tacoma, miras para arriba y puedes ver lo mismo: un inmenso azul celeste que, en ocasiones, solo refleja la luz o la oscuridad de nuestras propias miradas. En el Antzoki, si mirabas para arriba, veías techo, pero a nadie le quedó tiempo de retirar la vista del escenario. Lo que estaba ocurriendo allí arriba solo permitía mirar de frente o, a lo sumo, cerrar los ojos y empezar a memorizarlo. Ya está, he exagerado para un mes. Me atemperaré de aquí en adelante. Pero algo de cierto tiene: el ciclo Izar & Star lleva ocho ediciones demostrando la debilidad de las fronteras entre lo local y lo global, que toda la música se cobija bajo el mismo cielo. El jueves, lo importante no fue que las distancias se redujeran, que se pudiera cruzar el Atlántico de un salto. Creo que Detroit importó menos que nuestras provincias: fue el momento de nuestra música, la de aquí, que demostró su potestad para aspirar a lo universal y cosmopolita. Creo que la extrema satisfacción de muchos de los que me rodeaban, la sensación de haber asistido a algo mayúsculo que recordaremos durante mucho tiempo, estaba más relacionada con la reunión de protagonistas que con la mezcla de repertorios. En cualquier caso, que se repita. Y se repetirá.

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