Volvía por fin la doncella de hierro a Euskal Herria. Habían sido nueve duros años sin su presencia y ese hecho se notó sobradamente en la recepción del respetable: y es que un clamor colectivo, sincero y apasionado, acompañó al sexteto durante la hora y tres cuartos que duró el bolo. Un auténtico show con mil y un efectos e interacciones (tanto con el monstruo-mascota de más de tres metros como con el público) que hicieron de este concierto algo inolvidable para los que tuvieron la suerte de asistir a él. Sin embargo, y casi por encima de todo, sobrevolaba una sensación de victoria y de comunión total entre la comunidad heavy. Una celebración colectiva intergeneracional, aún cuando la media de edad superaba fácilmente los cuarenta y cinco años, y el sentimiento de reivindicación de toda una cultura musical y (casi) no ya una manera de vivir sino de sentir la música. Iron Maiden superó sus últimos shows en este mismo recinto de 2013 y 2014. Su posición central como elemento aglutinador de la historia del Heavy Metal sigue intacta, y ruge casi con más trascendencia que nunca.
Es verdad que a veces todo queda en casa, pero antes de que alguien se me eche encima, he de aceptar que The Raven Age es un buen grupo. Joder, claro que lo es: técnica depurada, canciones bien estructuradas y un acabado bien construído y empastado. La banda del hijo de Steve Harris (George, guitarrista y único miembro original que continúa) gozó de gran presencia de público (tres cuartos lleno en pista, o esa sensación daba desde arriba), aunque lejos de llenar las gradas. Por desgracia no pudimos pillarles desde el principio, aunque en el camino pudimos escuchar una muestra del comienzo: “Nostradamus” y “Forgive & Forget”, respectivamente, aunque a buen seguro que antes tocaron “Parasite”.
Una vez acomodados, pudimos apreciar a una banda bien asentada y con el mencionado respaldo por parte del público. Que a las 19:45 un telonero tenga ese apoyo no es algo que ocurra todos los días. Desde las gradas (tirando hacia atrás a la izquierda), no se apreciaba el sonido en toda su amplitud y por momentos parecía bastante enmarañado. Aun así, la fuerza de un tema como “Tears of stone” los mantenía a flote, con esas estructuras tan medidas y cohesionadas: estrofa-estribillo o aún más asiduamente empleado estrofa-puente-estribillo y vuelta a empezar. Todo está bien medido y ejecutado, a falta de -quizás– un punto extra de explosividad y garra frente a esas voces inmaculadas y agradables melodías.
“Seventh heaven”, en cambio, sonó como una apisonadora desde el principio. Fue este el primer tema que no era del nuevo disco. El solo de guitarra de Harris subido a la plataforma, unido por el posterior manejo del vocalista Matt James de un público ya entregado y al que hizo corear al unísono, la convirtieron en lo mejor del concierto. Pero aún había más: para empezar, enpalmaron esa última con “Angel in disgrace” en otra muestra de fuerza y garra para finalizar en lo alto con unos agudos impresionantes de Matt.
“Grave of the fireflies”, de ocho minutos de duración, sonó exquisita y contó con las aclamaciones del público, al cual posteriormente Matt puso a iluminar el BEC con sus móviles: la imagen resultó espectacular. George Harris, Matt Cox (bajo), Matt James y Tommy Gentry (guitarra) se colocaron juntos en el centro de escenario en lo que fue otro golpe de efecto. Los cinco se retiraron con un “Thank you my friends” de Matt y tardaron un poquito en regresar. Tanto que incluso parecía que no iban a salir.
Lo hicieron con el regreso al nuevo disco (el reciente “Blood omen”) con los solos vertiginosos de “Serpents tongue”. Hubo varios momentos en los que las guitarras no se oían bien, aunque los coros a dos y tres voces (presentes en casi todo el show) nos hicieron gozar de lo lindo. El rugido del público al terminar confirmó su aceptación. Y ya el último adiós llegó con la famosa “Flor de Lis”, inmaculada y casi poquita cosa si la comparamos con, por ejemplo, con “Seventh heaven”. Con esto no queremos decir que no sea Metal (no sean malpensados), solo hacemos una comparación. El éxito de The Raven Age en esta gira es un hecho, y a tenor de lo visto en el BEC ya tenía a un sector del público ganado de antemano.
35 minutos fueron los que separaron ese último momento con el comienzo del principal show. Iron Maiden iba a recibir un apoyo impresionante, pero también tenían algunas cosas que demostrar.
1) Superar los dos últimos shows en este mismo recinto.
2) El estado de voz de Bruce Dickinson.
3) Salir victoriosos de la arriesgada apuesta con el repertorio.
Cualquiera que los haya visto en esta gira o leído sobre sus conciertos puede pensar que la lista es innecesaria, pero no es lo mismo leer o incluso ver vídeos de Youtube que verlo in situ. Es por eso que hablo en primera persona, y puedo asegurar que superaron todos los retos que se les presentaron. Los conciertos de 2013 y 2014 no fueron del todo perfectos; en comparación (hablo de impresiones personales), lo que han hecho este 2023 los ha superado y seguramente dejará mayor huella que aquellas. Bruce está cantando mejor que en 2013 y lo del repertorio, aunque arriesgado, no fue ningún problema seguramente por la calidad de los nuevos temas. Más abajo ahondaremos en este tema.
Seis minutos antes de la hora ya empezó a sonar el inevitable “Doctor Doctor” de UFO, preludio tantas veces del gran show, con un BEC absolutamente entregado, saltando y cantando la canción como si estuviésemos en pleno concierto. Ver a miles de personas coreando y tarareando hasta las partes instrumentales demuestra por qué el Heavy Metal es un estilo que tiene tanto arraigo, dedicación y tantas claves tribales. Difícilmente podremos presenciar una auto reivindicación y un “aquí estamos” más incisivo en la mayoría de las manifestaciones de la cultura popular.
El tema final de la película “Blade Runner” de Vangelis sonó a continuación, añadiendo más expectación si cabe al comienzo del show, que inevitablemente vino con “Caught somewhere in time”. El público no cabía en sí de gozo y coreaba el estribillo con más ahínco quizás que su sucesor “Stranger in a strange land”. Del disco “Somewhere in time” sonarían cinco temas, igual que del último “Senjutsu” (2021), con lo cual solo quedaba sitio para cinco temas más del resto de su discografía. Es verdad que las canciones del “Somewhere in time” tuvieron desigual acogida (todas fueron muy bien recibidas, pero algunas mucho más, se entiende), y, por otra parte, elegir cinco temas nuevos, que no son cortos precisamente, supone mucho tiempo: cuarenta minutos en total, casi nada.
Aun así, y como ya hemos señalado en la introducción, la calidad del último disco (joder, ¡el mejor desde “Brave new world” por lo menos!) supuso un factor determinante tanto en la calidad del show como en su acogida. Y es que la validez de “The writing on the wall” es indiscutible. Maiden vuelve en este último disco a construir temas coreables y estribillos atractivos, quizás difuminados en tanto minutaje pero siempre con el sello de calidad presente. Adrian Smith hizo la introducción con la acústica para arremeter seguidamente con la eléctrica, una eléctrica que lució con especial brillo en todo el concierto, sin desmerecer a Dave Murray ni Janick Gers por supuesto.
“Days of future past” es la corta del disco, con solo cuatro minutos de duración, una auténtica gozada con su inevitable intro instrumental y la consiguiente ascensión típica de la doncella. En esta sí que la voz de Bruce sufre un poco. Otra más del último disco, la voluptuosa “The time machine”, resultó enorme y placentera. Una de las pocas concesiones a los ochenta vino de la mano de “The prisoner”, un clásico indiscutible aunque no al nivel de, por ejemplo, “Halloweed be thy name” en términos de trascendencia y popularidad. Aún así, la exaltación del público fue digna de admirar.
El nuevo disco tiene otro temazo de diez minutos llamado “Death of the celts”, en la que el escenario se cubrió de humo y la pantalla de detrás del escenario evocaba un paisaje celta. La propia estructura y el empuje de la canción te arrastra sin remedio en unos desarrollos que parecen pensados para llevarte en volandas con sus crescendos. Y el verbenero riff guitarrero llevó la fiesta a todo lo alto en un ambiente festivo como pocos. La fase que siguió fue la más explosiva de la noche con nada menos que cinco temas ochenteros uno detrás de otro.
“Can I play with madness” fue un triunfo absoluto que nos impresionó, “Heaven can wait” puso al público a botar y juntó a los tres guitarristas y a Steve Harris en medio del escenario en una imagen que se nos quedó grabada; “Alexander the great” aumentó la leyenda y nos obsequió con solos de Janick y de Dave; “Fear of the dark”... en fin, os podéis imaginar el jolgorio y el rugido colectivo. Y ya como única concesión de la etapa de Paul DiAnno, la inmortal y nunca superada “Iron Maiden”. Bruce también tuvo el detalle de hablar de nuestro país (The Basque Country) y de deletrear Bilbo con sus cinco letras.
La última muestra del nuevo disco fue con “Hell on Earth”, que dura nada menos que once minutos. Hay que tenerlos bien puestos para tocar esta después de las anteriores, pero la canción despliega toda su épica de forma especialmente eficiente y se deja querer en sus subidas, bajadas y desarrollos, mas sobre todo tiene un regusto a clásico que lo convierte en especial. En este show no faltaron las típicas peleas con el monstruo, un Eddie evolucionado que batalla contra Bruce con disparos de láser, humo, explosiones y toda una parafernalia que combina música y performance de una manera más que entretenida. Las llamaradas de fuego milimétricamente coordinadas con la música ponen los pelos de punta. La dirección en la que van, incluso el tipo de llamarada coincide con la duración de las notas. Impresionante.
Sabemos que Steve Harris, líder absoluto, ya no se pasa todo el concierto de arriba a abajo y sin parar de correr, pero joder, a su edad sigue manteniendo todo su carisma, se pegó unas cuantas carreras y también le vimos saltar en más de una ocasión. Bruce manejó al público a su antojo y con una solvencia y saber estar reseñables. Puso a cantar a los seguidores por sectores, les hizo mover los brazos de lado a lado, hacer la ola... todo al servicio del espectáculo. “The Trooper”, eterna y mítica, y “Wasted years” (celebradísima), pusieron el broche de oro a un concierto que podríamos calificar de memorable. “Always look on the bright side of live”, tema final de “La vida de Brian”, nos señalaba inequívocamente el final del show. Increíble, como siempre, ver a miles de personas cantar la canción a pleno pulmón en un ritual que los acompañará siempre. Esperemos que la doncella no nos haga esperar demasiado la próxima vez.
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