Algo raro pasa. Es martes y una nube de prosélitos afincados en provincias de toda Andalucía estaciona en la sala Industrial Copera de Granada. La mayoría vuelve a su punto de origen la misma noche. “Ni huelga ni hostias”, reprende un malagueño. Enarcado de cejas.
Resulta que Interpol atrae con igual fuerza a la capa más epidérmica de los consumidores de modernidad y a depresivos incurables. Los neoyorquinos vienen con el carnet de teloneros de U2, después de darse un baño ante 45.000 personas en San Sebastián. Esto casi que les sabe a ensayo público; a ejercicio liberador y bajada a la realidad. ¿Realidad? Sin hits rotundos en la última década –a diferencia de colegas como Franz Ferdinanz o The Killers–, acaban de regresar a la independiente Matador. Su cuarto largo, el homónimo “Interpol”, es indigesto incluso para los estómagos más duros. Así que toca aflojar episodios celebrados de su discografía. Salmos eléctricos como “Success”, “Lights” o “Barricade” se alternan con comodines obligados: “Say hello to the angels”, “C’mere”, “Slow hands” o la sugerente “Stella was a diver and she was always down” (una de las mejores metáforas sexuales del pop del decenio).
El líder, cantante y letrista, Paul Banks, apenas se aleja del guión. Con su voz mercurial, en todo el concierto lanza tres o cuatro saludos secos. Y en un perfecto castellano, por cierto. Tras él, actúa como correcto secundario el nuevo bajista, David Pajo (Slint, Aerial M, Tortoise, Stereolab), que se ajusta con oficio tanto a las fases de bombeo como a los condensados voltaicos. ¿El resto? Interpol bordan ese sonido galvánico de reciente generación. El reverdecimiento de las ambientaciones cargadas y oscuras de los referentes ochenteros que nunca desaparecerán de sus menciones en los medios.
¿Defectos? Aparte de la perjudicada caja de resonancia en su velada andaluza, las ligaduras a la precisión les devuelven algo contenidos cuando deciden desmelenarse. Demasiado estáticos y, por momentos, farragosos en exceso. Una romería por el corazón de las tinieblas. Puro exorcismo en alta fidelidad. El after-punk sirvió para transformar el “que te jodan” en un “estoy jodido”. Inevitable, previsible: a la salida discrepo con camaradas del gremio viajados para la ocasión. Y sí, todos terminamos hablando de Joy Division y The Chamelons.
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