El invento del chilango Camilo Lara es un vehículo lúdico de tres marchas, a saber: samplers variopintos (de lo sublime a lo canalla), ritmo endiablado y alquimia festiva: todo lo que mezcla, se mezcla bien. El jueves celebraba su cumpleaños en Zaragoza, ciudad que visitaba por primera vez desde 2007; quiso hacerlo a su modo, con un baile de salón todo formalote, de etiqueta (por fuera de la camiseta) y un mensaje claro en la ropa: "Give cumbia a chance". Vamos, que no se adentró en el minuet, aunque con él nunca se sabe... su habilidad para mezclar la música de nuestros abuelos indianos con la que oirán nuestros nietos robóticos es admirable, y efectiva en los directos.
La noche comenzó con Lara invocando a la cumbia una y otra vez, secundado por bajo y batería y armado de la cajita de las maravillas, una de esas que lanzan de todo y dependen mucho, sin embargo, de la pericia que exhiba el dedo de su manejador. De ahí en adelante, el no parar; los mensajes no llegaban claros abajo por deficiencias en el sonido (se oía mucho mejor a los lados que en el centro de la sala), pero el motto básico lucía limpio y claro: no hay excusa para dejar de festejar, en las buenas y en las malas.
Hubo momentos álgidos: "Escríbeme siempre" se coreó hasta la saciedad, "Hiedra venenosa" expurgó los males del desamor, "México" sonó como un lamento en medio de una verbena -no hay nada más terrible y, a la vez, más tierno que la cara de un payaso cuando se quita el maquillaje- y "Yo digo baila tú dices dance" fue el raíl perfecto para la comunicación entre artista y público. Un par de bises alargados hasta la extenuación saciaron el hambre de la muchachada, con algunas presencias ilustres: Santi y Nacho de Niños del Brasil, Oskar de Las Novias y Leo Susana, entre otros. Y allí bailó hasta el tato.
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