Segunda y última jornada del Indie+ Fest (EHUkultura / Black Izar, ver crónica de la primera) en la sala Mitxelena del Bizkaia Aretoa. Esta vez, con un cartel compuesto íntegramente por nombres de mujeres y con la incógnita de qué nos depararía la última de ellas por parte del público habitual en estos eventos, igualados en número para la ocasión por un respetable a quien los indies le suenan más a cosa de westerns de sobremesa.
Ante una audiencia más nutrida desde el principio que la semana anterior (la reapertura de la hostelería también resulta factor a valorar en cuanto a media de edad y asistencia), Eneritz Furyak hizo acto de presencia tal y como había terminado su prueba de sonido unos minutos antes. Pasito a pasito, con esa timidez que siempre la acompaña sobre las tablas, con ropa de andar por casa y unas gafas que nunca le había visto usar en sus actuaciones, se instaló en el centro de la alfombra que servía de refugio a toda la cacharrería de la que haría uso después, y pidió permiso para descalzarse y comenzar. Con esa alfombra como atalaya, nos hizo sentir invitadas a entrar en su hogar, quitarnos los zapatos y sentarnos junto a ella a disfrutar de la intimidad de las canciones que forman su próximo disco. Precisamente la primera fue la homónima "Emadan", en la que nos fijamos que despojarse del calzado tenía otro motivo más allá de la comodidad, porque un sintetizador de pedales la acompañó durante todo el concierto sirviendo a modo de banda. Mediante él iba tejiendo atmósferas que vestían de post ese folk tan intimista y a ratos oscuro que practica la irundarra, con ese sonido tan característico del instrumento, que lo asemeja a un órgano de iglesia y que nos hacía sentir como en una homilía en la que el gospel se confunde con el blues. Las pausas entre cada tema (en las que explicaba vergonzosamente el significado de las letras o anécdotas vitales al respecto) se fueron volviendo una charla entre amigas con la que, como ella mismo confesó, trataba de romper ese muro ficticio entre músico y público siempre presente, pero ahora exacerbado por la falta de expresión en los rostros de la audiencia. Las palabras enseguida pasaban de nuevo a ser susurro musical, sirviendo de catarsis para parecerse a una PJ Harvey más desnuda y menos descarnada, compensando el equilibrio mediante el peso de las letras y el significado que les aporta en el contexto del momento. Su chorro de voz (más o menos acompañada musicalmente según el momento) se hizo ariete conforme avanzaba el bolo y llegó a despojarse de las gafas y de la seguridad de su alfombra (previa petición de permiso por nuestra parte de nuevo) para acabar de derribar toda barrera y emocionar a los presentes con un puñado de canciones que son representantes tanto de Furyak artista, como de Eneritz persona.
Las proyecciones que presidían la sala rezaban su nombre, pero los que conocemos la trayectoria de la donostiarra (como ella misma se encargó de recordar después al presentar a quienes la acompañaban) sabemos que bajo Sara Zozaya se oculta no solo una solista, si no todo un equipo. Comandado desde la mesa de sonido por la experiencia y conocimiento de Urtzi Iza (Empty Files) y con las imágenes recopiladas entre Sebastian Sallaberry y Sara que servían de telón, el trío comenzó a desgranar el repertorio que conforman los dos EPs publicados hasta la fecha, con esos arreglos de Antton (Lukiek) arropando la voz que los caracterizan. Una voz que se refugia hora en los teclados, hora en la guitarra, y que a partir de la segunda canción también empezó a hacerlo en unas baterías (a cargo de Asier Renteria, de los bermeotarras Urgatz) que suman pulsión orgánica a los ritmos electrónicos que podemos escuchar en sus versiones grabadas. Y es que la versión en directo de la banda se ha consolidado como un ente propio; prueba de ello son "Benetan", en la que ambas guitarras tocan de pie subrayando la desnudez mediante el delay y una batería (ahora sí) de pegada analógica, y "Alien", en la que demuestran que Zozaya ha parado y visto con claridad quién es y quién quiere ser, mientras se suceden los fotogramas del videoclip que grabó junto a Sallaberry en el sofá de su casa durante el confinamiento. El Auto-Tune y los animes proyectados de fondo nos acercaban a la hospitalidad de ese sofá previo; con la voz tornándose en intimidad, hasta que la batería la obliga a elevarse en un derroche vocal con el que anticipan un final de intensidad en ascenso y ritmos cercanos al "Omega", acabando con una "Owltro" de angustia calmada que bebiendo del legendario disco de Lagartija Nick sonó a la vereda de María Arnal i Marcel Bagés.
María Berasarte era una completa desconocida para el target objetivo del festival, pero ver entre bambalinas que se hacía acompañar por profesionales de la talla de Joseba Irazoki e Igor Telletxea (ambos en Etxeko Uzta, amén de múltiples proyectos), presagiaba una propuesta interesante y de calidad, como es habitual en ambos músicos de Bera. Y vaya si lo fue. Con un traje de chaqueta negro y los pies desnudos, María tomó el escenario con una sonrisa de oreja a oreja que no la abandonaría el resto de la velada y en compañía de David Azurza. El contratenor de Tolosa es un divulgador vocal y estudioso de la voz como instrumento, algo así como un Beñat Achiary de Hegoalde, cercano también al local Ibon RG. Comenzando el concierto como dúo, la mezzosoprano de Donostia presentaba "Lurra ta Bidea" a modo de repaso a su recorrido musical; y así empezó ese viaje con un "Origen" en el que el primitivismo de la garganta de Azurza se mezclaba con los lamentos, chasquidos, cacofonías, respiraciones y constante expresión corporal de María, convirtiéndose en un canto entre religioso y tribal. Irazoki esperaba pacientemente sentado para dar inicio a su participación con la aridez de su guitarra adaptando a Laboa en "Não Es Tu", donde sonaba como los Earth más polvorientos de camino a París, Texas. Aquí comenzaría a verse la querencia por el fado de Berasarte, género por el cual se dio a conocer, pero que prácticamente ha abandonado en pos de un estudio que la ha llevado a hollar el camino que lleva del clásico a la música sefardí, con todo lo que habita en medio y tenga sus raíces en la tierra. Una propuesta que me recordó de nuevo a una suerte de Arnal i Bagés cuando Telletxea se incorporó a la batería, para después hacerse cercana a Iván Ferreiro y pasar a versionar "Al Alba" como si Morente hubiera decidido homenajear a Aute en vez de a Cohen. Irazoki tiraba de slide para deconstruir "Txori Erresiñula" en folk marciano, muy a su estilo sin dejar de imaginarnos de fondo la figura de Harry Dean Stanton y su gorra roja. Las proyecciones anteriores habían pasado a ser una pared de luz uniforme para esta última actuación, sirviendo de código de colores de las distintas emociones que formaban parte del itinerario marcado por el grupo: de Portugal a Brasil, del fado a la bossa mediante el idioma, con un solo de batería que no desentonaría en el carnaval de Río o en un festival de jazz; pasando por arabismos que suenan a trip-hop cuando la percusión se limita al mínimo denominador de unos arreglos de guitarra que empezaron en el blues para acabar en ragtime con la popular "Loriak Udan". Como he comentado anteriormente, ella misma se declaró intrusa entre indies, pero con esa voz y en compañía de músicos que orbitan en esa esfera, nos hizo sentir a todas como en casa en un tablado que empezaba a parecer el salón de la nuestra propia a estas alturas. Azurza contribuyó a ello también en la última canción de la travesía, al reaparecer para "Ürxapal Bat" (poema herrikoia que data de 1805) y apelar a la universalidad de la música, con ecos de oración agnóstica y las mazas de un Igor convertido en Eric Jiménez tocando un paso de Semana Santa. En palabras de la propia Berasarte, las canciones vascas sí que son tristes, y no el fado, pero todas salimos de allí con la alegría de vivir que nos infundieron estas tres mujeres desde la familiaridad de su hogar común: el escenario.
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