Con el pleonasmo #culturasegura al parecer inevitablemente ligado a todo evento del sector desde hace casi un año, nos acercamos hasta Bizkaia Aretoa para la celebración de la primera jornada del Indie+ Fest organizado por EHUkultura y con la impecable producción de la que siempre hacen gala Black Izar.
Si bien una hora antes del comienzo ya se reunía a la entrada un puñado de incondicionales de los legendarios cabezas de cartel del día, la primera sorpresa llegó con la apertura de puertas, al comprobar que Baobabs Will Destroy Your Planet subirían al escenario con menos de medio aforo en la sala, a pesar de que el concierto era gratuito.
He de confesar que no conocía a la banda de Iruña, aún habiendo debutado en largo hace 5 años con un LP grabado en Abbey Road; pero con ese nombre tan peculiar, esperaba un combo de post-rock o de esa hornada de grupos de progresivo actual que tienen que limitarse a siglas en la prensa musical por su longitud de caracteres. BWDYP no son nada de eso, dejándolo claro desde el comienzo con unas atmósferas que recuerdan a Los Planetas y que estarían presentes a lo largo de todo su recital. La sombra de los granadinos es muy alargada en el indie estatal, pero conforme se iba sucediendo el repertorio, la personalidad de la banda fue viendo la luz. A destacar los teclados, su propuesta me trajo a la mente a Hertzainak y Split 77 por momentos, resultando su sonido en una bisagra entre el rock vasco menos punki de los 80 y el indie más actual. Mejores cuanta más contundencia aplicaban a sus canciones, con Ama Say y El Inquilino Comunista como referentes, el concierto resultó impecable en ejecución pero frío en su entrega. Seguramente, el hecho de que el bajista fuera remplazo de última hora con sólo dos ensayos a sus espaldas contribuyó a ello, pero acabó siendo un tanto plano a sabiendas de que tienen los mimbres para alcanzar picos más altos.
SUA son una de las bandas jóvenes más prometedoras de Euskal Herria por derecho propio. Demostrando que hacen caso omiso de cualquier comparación, tomaron las tablas como si fueran profesionales con una larga andadura. Con un setlist plagado de singles, destaca en directo la complicidad entre sus miembros, especialmente las dos mujeres al frente, cuya interacción constante y sonrisas en el rostro elevaban la energía del grupo hasta culminar en tropicalismo bailable, aporte al grupo de su batería, percusionista también en los cumbieros vascolombianos Mi Buenaventura. Y es que los de Mungialdea tienen una sección rítmica muy compacta, siendo en todo momento el ancla de unas canciones que navegan con soltura entre el indie, el post-punk y el power-pop. Todo este despliegue desde el escenario contrastaba con un patio que llegó prácticamente a llenarse al final. Porque es cierto que los protocolos sanitarios no se prestan a la algarabía, pero aún desde los asientos y con la expresividad reducida a un mar de ojos anónimos, se echó en falta algún tipo de respuesta por parte de un público más propio del teatro que del rock (a juzgar por su actitud hasta el momento). Eso no hizo mella en absoluto en la banda, que acabó en todo lo alto con una felicidad patente en su despedida, y en la actitud con la que suplieron la carente en el festival hasta que llegaron los siguientes protagonistas.
Aina eran una banda de Barcelona formada en 1995 y que se separó en 2003. Como comentaron después, Artur y Wences se conocen desde hace casi cuarenta años, y el estatus de culto que alcanzaron con su grupo anterior, sumado a la impecable carrera de Nueva Vulcano hasta la fecha, hacía presagiar un sold out, posiblemente con gente quedándose en la calle. Me da la impresión de que esto pudo venir motivado por una falta de promoción que me hizo echar en falta a muchos aficionados de los Nueva que conozco dentro de los límites municipales, pero aún así, la entrada superó holgadamente el centenar de personas. Centrando el bolo en su última referencia ("Ensayo", editado en 2020 por BCore y La Castanya, sello del batería Albert junto a su hermano Joan), Nueva Vulcano te hacen sentir como en su local en todo momento. Tocando al once, y con la voz encontrando con esfuerzo su sitio para dejarnos disfrutar de esa lírica tan particular (que adoptaron al formar el grupo de las cenizas de Aina y pasar a cantar en castellano), parece que estuviéramos en un ensayo entre amigos. Esa sensación de complicidad se vio refrendada en la perenne sonrisa de satisfacción de Artur y en sus interacciones con el respetable entre los cuatro bloques bien definidos que formaron su concierto. En ellas, subrayaron la cercanía de una banda que lleva décadas levantándose a las cinco de la mañana para preparar unos bocadillos que comer en un área de descanso, de camino a un bolo a cientos de kilómetros; que reivindica ser cultura, una cultura de la que también forman parte el Liceo Mutante de la camiseta que lucía Artur y Bonberenea, su alojamiento esa misma noche y escenario los 2 siguientes días. Las palabras resultaron ser tan importantes esa tarde como los son en unos himnos que por fin consiguieron hacer reaccionar a un público que se fue desvelando como jóvenes niños y niñas de toda la vida, viejos hombres y mujeres de verdad. Cogimos velocidad en las rotondas y no paramos hasta saldar la deuda que todas teníamos con el baile, aunque fuera con una butaca como pista. Bajo y batería sonaron como uno solo empujando los temas hasta un final EMOcionante, siendo su frontman y guitarra canalizadores de esa energía que contagiaron a todas las presentes, con un Wences en segundo plano seguramente debido a una ligera cojera en la que nos fijamos cuando abandonó el escenario. Dieron las gracias por el edificio y se fueron dejando sonrisas invisibles por toda sala.
Como reza el poema que leyeron durante su actuación: “a los melancólicos la nostalgia no nos afecta, nos da igual (...) esto es lo que no hay”. No habrá conciertos, pero cada vez que toquen Nueva Vulcano, sea donde y como sea, habrá una bandaza en el cartel.
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