La verdad es que, en directo, Igor Paskual, para escritores esporádicos y vacilantes como un servidor, es una verdadera bendición. ¿No te acuerdas de qué tocó? ¿No encuentras inspiración para explicar lo que oíste? Da igual: tira de la anécdota, el sucedido, lo agregado. Paskual es tan locuaz que te da material para rellenar toda la crónica y esconder tus miserias. Lo hace, eso sí, como parte connatural de todo el planteamiento; con aparente improvisación… pero acompañado las canciones, interactuando con el personal, con frescura y buen humor (algún chiste se puede discutir, pero eso es cosa de gustos). El pasado viernes en el Shake de Bilbao, por ejemplo, presentó a una banda ficticia a la que canonizó y luego sorteó, imitó a algún compañero de profesión y a estrellas de la radio (y con talento), recurrió a los chistes sobre piques entre capitales, nos hizo un examen sorpresa sobre la letra de la primera canción que cantó, habló de temas de actualidad con sorna y de otros universales con sagacidad, y, finalmente, cuando, al vuelo, atrapó un comentario del público sobre su currículo, sin enojos ni represalias, entró al trapo con garbo. Lo mejor de todo ello es que, así como en esta crónica empezar por aquí suena a postizo e innecesario, en su caso, nada estropeó el espectáculo principal: su música.
En formato acústico, acompañado, tan solo, por Ángel Miguel, Igor Paskual se fue hasta las dos horas de bolo, tiempo en el que aprovechó para presentar su último disco y, de paso, recorrerse el resto de su producción en solitario. Según mis cuentas, no llegaron a la veintena de canciones por el canto de un duro: hubo seis del nuevo, once más de los dos anteriores, una versión de David Bowie y un guiño a su pasado al recuperar una canción de los Babylon Chat. Para aplaudir, en mi opinión.
Arrancaron, sin saludos, pero con la sonrisa por delante, con “Cansado de la vida”, de su último disco "La pasión según Igor Paskual". De hecho, las cinco primeras las descerrajaron del tirón, sin descansar para entablar conversación, ni tan siquiera entre ellos, que fue con un gesto de la cabeza que, en la primera, y sin parar de tocar, le advertía Igor Paskuall a su compañero que tuviera cuidado con la bola de discoteca que colgaba del techo, por ejemplo. Eso pasó con la primera, y, como digo, de seguido, llegaron otras cuatro, todas de sus discos más antiguos: “Pasos de baile”, la del vídeo con Vero Boquete, haciendo percusión con el cuerpo de la guitarra; “Chica de gama alta”, la de otro vídeo original, este con Manolo Preciado y Sergio Vinadé, donde Igor Paskual es capaz de tocar, pedir palmas, y sonreír mientras muerde la púa; “Tú y yo”, abierta a pulmón y ribeteada con alta costura a las cuerdas; y “Napalm” como colofón genial: estribillo rabioso, calibre narrativo y referencias futbolísticas. Como carta de presentación, así de sopetón, no estuvo nada mal, la verdad.
Igor Paskual aprovechó el primer descanso para brindar y, como ya he dicho, también para presentar a su banda virtual. Tras tomar aire, retomaron el concierto con “Alborada”, donde cantan aquello de que “no es amor, no es puro amor, esto es mucho mejor, esto es la vida sin adulterar”, que yo creo que lo entiendo a mi manera, pero me sirve, y me recuerda a aquella oda a lo normal que escribieron los Arab Strap: “There Is No Ending”. Perdón, eso es digresión y vuelvo al hilo y ellos volvieron al nuevo disco para seguir con “Nuestra señora de la consolación (hazlo tú)”, encadenada a “Nuevo bautismo”. Paskual aprovechó la introducción de “Bebemos”, aquella de otro video original para la colección, en el que, esta vez, salían gente como Nacho Vegas, Jorge Ilegales o Rafa Kas, para dedicársela a alguien que estaba entre el público, Jordi Vila, actual batería de Kinki Boys y con quien coincidió en una de las formaciones de los Trogloditas. Sin terminar la canción dedicada, ya estaba Ángel Miguel cambiando de arma para buscar su mandolina. Porque la siguiente fue “Volver” y su compañero le cedió la cabecera del escenario para que se luciera con el instrumento. Terminaron la canción con más gimnasia instrumental, de rodillas y celebrándolo. Afinando, se escuchó el chiste más malo de la noche, en mi (poco fiable) opinión, cuando al pedir cerveza fresca al camarero, se oye: “Atención… la barra, capital Pamplona”. La cordura regresó con la siguiente canción del repertorio: “Con la suerte de nuestro lado”.
Un momento álgido llegó con “El peor novio del mundo”, que Igor Paskual cantó a palo, abandonando su guitarra. Se bajó del escenario, olvidó el metro y medio de los consejos médicos para evitar el contagio, y se encaró, sin mala gana, con los integrantes de la primera fila. “Casanova” vino luego. Y, con la siguiente, asoman dudas y Paskual le pregunta a su compañero “¿la hacemos?”, a lo que el otro contestó sin dudas: “Sí, sí, hombre”. Y era una preciosista “Waterloo”. Paskual ya andaba a pecho descubierto, con la camisa vaquera desabrochada, cantando de perfil y con la mirada entornada. Con las cuerdas sordas y un riff pegadizo, atacaron “Tierra firme” e intentaron que la cosa creciera, pero no hubo colaboración extra: “No me extraña que no folléis”, concluyó el de Donosti con humor, ante la falta de entusiasmo.
Y ya estábamos, en realidad, en el cogollo del bis. Tras calentar jugando con los acordes del “Personal Jesus” de Depeche Mode, llegó la primera y única versión de la noche con un “Heroes” de David Bowie para la que recuperaron la mandolina y cambiaron de idioma. La siguiente también tuvo su aquel, porque es suya, la escribió él, pero hace tanto tiempo que escucharla en directo fue como viajar en el Delorean con la radio puesta. Era “El último brindis del año” de Babylon Chat, glam en plan Tino Casal más que Slade. Para presentarla, Paskual se explayó con anécdotas con mordiente: contó que alguien (no recuerdo quién, aunque lo dijo) cambiaba el nombre de la banda jugando con el éxito de karaoke de B-52’s, el “Love Shack”. Para terminar, como si fuera un adecuado resumen pautado, cerraron el concierto con una del nuevo, “Inmortal”, y con un clásico anterior, aquel “Música para traicionar” de su primer disco.
Quedaron fuera canciones que, no lo voy a negar, uno esperaba con ganas, como “Ratas”, una de mis favoritas de su último disco, y no importa, a estas alturas, que se nos vea el plumero y el gusto, pero aceptamos sin problema que Igor Paskual y su compañero Ángel Miguel tuvieron a bien mostrarse versátiles y acoplar su repertorio al formato del bolo. Elegantes y con buen sonido, sin remilgos ni reservas, defendieron su propuesta con soltura y buen pulso: rock and roll de léxico intenso y energía acústica que consiguen transmitir con todo el cuerpo. También eso lo explicó muy bien él mismo cuando dijo: “cómo se nota que esto es rock, que hasta se acoplan las guitarras acústicas”.
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