Tensión, pogo y hambre atrasada
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Tensión, pogo y hambre atrasada

8 / 10
Javier Corral “Jerry” — 08-03-2022
Empresa — Last Tour
Fecha — 07 marzo, 2022
Sala — Santana 27 (Bilbao)
Fotografía — Dena Flows

El rock no muere. Incluso es capaz de parrandear un "fucking monday". Cerca de 1.300 almas rockeras (entre ellas bastantes músicos locales) de edades diversas, media más bien joven, y hambre atrasada tras tanta abstiencia, se reunieron en la sala bilbaína Santana 27 en torno a la llamada de una de las bandas punteras del rock contemporáneo, los Idles de Bristol. Amamantados en ese pospunk y post hardocore obsesivos y ásperos alrededor del Brexit, manejan antecedentes que pueden ir y venir de PILT a Fugazzi, de The Fall a Sleaford Mods, y presentarlo siempre con impronta peculiar y cierto humor furtivo.

Entre la frenética fisicidad y los sonidos más quebrados, no dan tregua en 90 minutos con mucha chicha, donde caben 20 canciones repartidas de sus cuatro álbumes. Al final no hay más misterio que juntar y coordinar un batería intenso, un bajo incesante, un par de guitarristas enloquecidos (uno más centrado, el otro más pluriempleado con incursiones en sintetizadores espeluznantes) y un frontman de voz ronca y presencia rotunda que se mueve como un primate, cuando no se apoya desafiante en algún monitor entre recitado y alarido. Ahí Joe Talbot ejerce claramente de maestro de ceremonias. Porque no cabe duda de que estamos ante la vieja ceremonia renovada del rock en su más cruda expresión. Tensión y pogo a partes iguales con la (sobre) excitación como leit motiv. O sea rock'n'roll.

Eso sí, estos Idles tienen poco de holgazanes. Más bien de obstinados. Todo está trabajado y medido al detalle. Sus inicios pueden hablar de punk rock de apariencia hooliganesca, pero nunca exento su ruido del nogal de la sustancia. En su cuarto álbum, el que ahora presentan en público y ocupa algo más de un tercio del tiempo, progresan hacia esos otros sonidos de la exigencia y eso es también rock'n'roll, o que es sino el kraut, la no wave o dejes industriales que conviven y convierten "Crawler" en un disco brillante y especial?). Y su directo actual (bastante más exigido y desarrollado que el que les vimos en un escenario grande del inovidable BBK Live 2019), se parcela sabiamente entre himnos frescos (pero nunca lineales), como el coreado "Never fight a man with a perm", la castrense "I'm scum", la apisonadora de "The wheel", o la perruna "Rottweiller", y un entregado trabajo de ritmos intrincados, también sombríos a veces, con un sonido espléndido en todo momento donde no cabe el descuido. Con esa espídica canción que cerraba su celebrado elepé de 2018, "Joy as an act of resistence", y que sirve ahora para finalizar sus conciertos, certifican su dualidad en un remate en espiral.

Así explotan tanto su lado más tribal y salvaje como el relacionado con su naturaleza expansiva y reseteada en la indagación hasta coquetear en ese margen de maleabilidad que distingue a las disciplinas con pasado, presente y futuro. Y negarle eso al rock es el gran pecado de los que lo confunden con una tísica franquicia.

Algo así se pudo vislumbrar en los dos platos previos al menú principal. Poco más de media hora tuvieron Bambara, quinteto masculino afincado en Brooklyn, en un set que fue de menos a más, pero que en ningún momento mostró nada especial, aunque en su parte final se acercaron a la intensión que pretendía su rock dramático inspirado quizá en bandas ochenteras como The Chameleons, los Birthday Party de Nick Cave o incluso los más góticos The Fields of the Nephilim, con un cantante un tanto afectado, aunque bien secundado en los coros. Por su parte el joven cuarteto femenino Witch Fever apenas llegaron a los 20 minutos (y tampoco vimos todo) en la apertura de velada. Venían de Manchester y parecían querer mezclar punk, doom metal con espíritu riot grrrl.

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