Stendhal Syndrome fueron los encargados de caldear una sala que rápidamente se llenaba para poder ver de cerca a Hurts. Aunque caldear no es quizás la mejor definición de lo que consigue su propuesta electrónica a camino entre The XX y Zola Jesus. Sonidos mecánicos, ritmos matemáticos y arreglos para cuerda que crearon una atmósfera –y sobretodo el abuso de la máquina de humo- hipnotizante y en la que hasta hubo lugar para una versión de “Glory Box” de Portishead. Apuntan maneras.
Apenas media hora después aparecían de riguroso blanco y negro los músicos de Hurts, esta vez con las nuevas incorporaciones de una violinista, y otro guitarra, aunque se echó en falta el corista impasible con toques Il Divo de la última vez. Lo que Hurts han conseguido tiene mérito, y es que en una misma sala estaban reunidos desde coolhunters y lectores de esta publicación, hasta madres con hijas pro Kiss Fm y Cuore. Abrieron con “Unspoken”, para continuar con “Silver Lining” y “Wonderful Life”, momento de locura general en la que incluso se vieron cuernos en el aire. Un sonido limpio, demasiado nítido y que, gracias también a la presencia de unos audiovisuales sobrios pero exquisitos, consiguieron llenar con creces el espacio de Apolo. Aunque hay algo sospechoso en esos coros y acompañamientos musicales, en lo que seguramente es más de un sonido pregrabado. La presencia de Theo Hutchcraft y Adam Anderson sobre el escenario estuvo controlada hasta el último detalle. Los movimientos minimalistas y dramáticos del cantante y la seriedad de Anderson tras el piano solo se truncaron en “Evelyn”, momento de enajenación mental guitarra en mano y en la que hubo algún roce sensual. Con poco más que “Happiness” en el mercado, no había mucho más dónde escoger el repertorio, aunque el dúo presentó dos baladas nuevas, “Mother Nature” y “Verona”. Llegó el momento de demostrar que estos británicos también sudan –aunque sea poco- y encadenaron “Blood, Tears & Gold”, “Devotion”, “Confide in me” de Kylie Minogue, con la Killeriana “Sunday” y las coreadas “Stay” y “Iluminated”.
Las rosas blancas sobre el piano menguaban, indicando que la cosa llegaba a su fin. El bis llegó con “Better than Love” bajo un suelo que tembló y contemplaba atónito como dos dandys recién llegados, consiguen colarse entre lo más alto con baladas noventeras sin apenas gracia y media docena de rompepistas synth pop que te alegran el día. Cabe decir que la última rosa del concierto cayó –tras algún que otro codazo y saltos imposibles- sobre nosotros, y hasta nos suplicaron un pétalo de recuerdo, entre miradas de envidia.
Al parecer hay que pegar saltos o rasgarse las vestiduras en el escenario para que no te tachen de estirado, en fin. A lo que iba: 'Verona' no es una nueva balada, está en la última pista de 'Happinnes'. La que ha escrito esto podía haber escuchado el disco entero antes de ir al concierto.