Histórica tarde de indultos en La Monumental
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Histórica tarde de indultos en La Monumental

10 / 10
Yeray S. Iborra — 12-04-2021
Empresa — Monumental Club
Fecha — 09 abril, 2021
Sala — Monumental Club
Fotografía — Daniel Vázquez

Era una tarde especial para Manel en La Monumental. Más si cabe para Guillem Gisbert, su cantante, que en ese mismo enclave había recibido su primer puñetazo.

Los Rodríguez teloneaban a Joaquín Sabina en las fiestas patronales de Barcelona, La Mercè. Fue en algún momento que el cantante catalán no precisó de los años noventa. No tenía más de dieciséis. Gisbert era fan del maestro; Andrés Calamaro, claro. Se dedicó a cantar a pulmón todos esos temas pegajosos, románticos, tórridos. Hasta que un bigardo le dijo: “Hasta aquí, niño”. Él mismo se sorprendió por el ímpetu que le llevó, chulesco, a cantarle todavía más fuerte, más cerca. Al oído. Merecidamente, le puso el ojo a la virulé.

"Gracias a la distancia de seguridad, hoy se puede cantar fuerte", recogía la broma.

El público profesó fe.

Era una velada como no recordaba desde hacía años La Monumental de Barcelona, que enterró –afortunadamente– lo de los toros en 2011. Reses (por público) y maestros (por la banda), o al revés, se tenían ganas.

El mismo Gisbert contaba que en los prolegómenos del bolo buscó en WhatsApp la primera vez que se habló de hacer algo en La Monumental. Hacía un año exacto. Entre medias, una pandemia, cancelaciones, incluida una en octubre, antesala del concierto presente, que tendría réplica al día siguiente. Ambas fechas ‘sold out’.

Ya salió aclamado el cuarteto de toriles. Pañolada antes de la faena. Pero después el ejercicio cumplió por encima de lo esperable: sin protocolos Covid, hubiesen acabado a hombros. Pero, ¿qué hace de un concierto bueno, uno memorable?

De la presentación de Per la bona gent (19) hace menos de dos años al concierto de este viernes únicamente difieren tres detalles (aunque notables). Gisbert no era tan ‘crooner’ por aquel entonces. Manel no era un cohete, una bici trucada, un horno con pirólisis: una máquina engrasada y despreocupada. Y, claro, el fatídico contexto.

La primera de esas variables es, sencillamente, apasionante e imprevista. Guillem Gisbert, aquel cantante espigado y estoico tiempo atrás, es hoy día una mezcla perfecta entre Matt Berninger (The National), elegancia y cable de micro al hombro, Julio Iglesias, mano al bolsillo y gestos casi censurados, y Jaume Sisa, cuentacuentos profesional. Fallando menos notas que los tres anteriores juntos.

Tiene el catalán un movimiento de calidades imantadas. Divertido, raro, vívido. El ‘setlist’ tuvo además diversos momentos para que esa personalidad en auge luciese: “Formigues” o, ya hacia el final, “Les estrelles”.

Después está lo de Manel como banda: nadie duda a estas alturas que tienen el repertorio más deleitable y popular del panorama. Pero a eso han sumado un manejo brillante de los recursos justos, algo que los acerca a la infalibilidad.

Vestidos de claro arriba, pantalón oscuro, con luces dicharacheras, son un grupo de crucero ‘premium’: entretenidísimos, fiables y sin prejuicio alguno. Cuando tocó, sonó todo a una misma cosa, una cosa muy arriba, pero también hubo dinámicas: agarradas para unos, rítmicas –sobre todo en la segunda hora de show– para otros.

Cumbia o synth. Manel ahora mismo corta, pega, deshace y edita el repertorio sabiéndose todos los atajos del pop: metieron dentro de “Boomerang”, en un sintel de corte grueso, “Benvolgut”, previo audio ‘vintage’ de una escapada de Miguel Indurain (Gisbert es un gran fan del ciclismo); llevaron “Amb un ram de clamídies” a un club ‘swinger’ barato; o “L’amant malalta” al puro AOR. Incluso probaron “Tipus suite”, su último estreno, en los bises. Como si no tuviesen ‘stock’.

Daba igual.

Manel están en un punto que, elijan lo que elijan, van a estoque. No quieren hacer sufrir: ni a ellos mismos, nunca vi tantas sonrisas cómplices entre el cuarteto, ni al público (nunca intuí tantas sonrisas).

Siguiendo con las mascarillas. El recital tuvo algo innegablemente excepcional: el ya citado contexto. "Que ve l’amor", estribillo de “Teresa Rampell”, es ya un clásico que se canta a pulmón, sí. Pero nunca había tronado hasta Palma de Mallorca. La gente lo imperó desde lo más oscuro de su confinamiento, como un grito de necesidad: energía colectiva medible, más allá de los decibelios. Una tensión desgañitada, de veces contadas el último año. ¡Para esto sirve la música en directo!

La de este viernes fue una histórica tarde de indultos. Sin duda, la más importante para los no taurinos en la mítica plaza de la capital catalana. La lluvia, que amenazó furibunda hasta el último momento, indultó a Manel. Manel y el público se indultaron mutuamente: permiso para la diversión, para la catarsis emocional. Para sentirse raramente ‘normal’. El añorado ‘normal’ de antes de AstraZeneca y demás. Vivir como sementales durante dos horas, algo sin duda a reclamar más a menudo: una vez por semana mínimo, bajo prescripción médica y por la seguridad social.

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