“Surfin´ Bichos son el mejor grupo que ha habido en España”. La frase no es mía, sino de Isa Cea, bajista y cantante de Triángulo de Amor Bizarro, que sabe de lo que habla. Pero la podría firmar. Los gallegos habían un ofrecido un set frenético, intenso y directo a la yugular, sin dejarse nada, como acostumbran (antes de ellos había sido el turno de Rusos Blancos). Tenía una lógica astral que Fernando Alfaro, Joaquín Pascual, Carlos Cuevas y José Manuel Mora salieran a continuación, porque la huella perversa, arisca y bíblica de los de Albacete está, de alguna manera misteriosa, impresa en el cripticismo surrealista, en el violento contraste entre luz y negrura de los Triángulo.
Noche primaveral muy agradable y ambiente familiar con algunas gorras de chulapos junto a la Casa de Campo. Alfaro y compañía volvían a pisar las tablas más de una década después de su anterior reunión (aunque en 2015 actuaron por sorpresa en el Contempopranea). Pueden hacerlo cuando les venga en gana, porque el milagro de los albaceteños -que surgiera como de la nada una banda tan especial en un desierto artístico que cultiva contumazmente la mediocridad- sigue perfectamente vigente, como pudimos observar con el esperpento eurovisivo de la noche anterior. Esta vez venían a celebrar efeméride concreta: El cuarto de siglo de “Hermanos carnales” (RCA Records, 92), obra capital que los situó para siempre en el Olimpo rockero de este país (ni indie, ni leches), pese a que algunos tristes pecadores -hablar con el colega mientras suena “Mis huesos son para ti” debería estar penado- sigan sin enterarse. Ya sabemos: nadie es profeta en su tierra, y menos en España.
Nos esperaba, en definitiva, el "San Isidro Experience", como lo calificó con su humor particular Alfaro, haciendo un guiño al respetable. Un auténtico lujo para los madrileños. “Cae la noche con su manto gris…”. Sin respetar el orden del álbum, como habían anunciado, el cuarteto abre fuego con un “Viaje de redención” que les devuelve como poderosa banda de rock curtida en mil batallas: Son las ventajas de la experiencia y lo que ha llovido, dudo mucho que en el 92 sonaran tan compactos. Las canciones reviven frescas y lozanas desde sus catacumbas, como tocadas por primera vez, con su veneno intacto, deliciosos matices de guitarras y sintetizador a cargo de Joaquín Pascual, base rítmica poderosa e impecable y un Alfaro a lo suyo, entre dentelladas de guitarras y palabras rotas y recompuestas otra vez, declamadas por un predicador del apocalipsis pop. El rompecabezas del disco se va completando: Del estribillo eléctrico y juguetón de “Hey, Lázaro” a las dos caras de “Mi hermano carnal”; del pop angelical de “Humo azul” o “Efervescente” a la maravilla hecha arpegio de “Mis huesos son para ti”, con esa turbiedad lírica tan suya. Y me choca que confesaran no haber tocado nunca joyas como “En otoño” (no les dio tiempo, en realidad), pero los años le han sentado de maravilla y podemos ser testigos privilegiados de la emoción que produce tocar una canción que no pudieron tocar en su momento. “Fuerte”, lo más cerca que estuvieron de un hit, suena como debe, asilvestrada, sin domesticar, con toda la humorística incorrección política de su letra. ¿Se van ya? su actuación se hace corta. Mucho.
Nos veremos de nuevo en la estación de las lluvias, cuando vuelvan para seguir celebrando uno de sus discos inmortales. “Hermanos carnales” no es un legado, es una bella y rara realidad paralela que ha cumplido veinticinco años y en la que queremos seguir viviendo mientras nos sea posible.
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