Directo, ruidoso e inspirado, Havoc publicó el año pasado su último álbum, "Espíritu" (mejores discos del 2020 de Zarata), uno de esos trabajos que quedó sepultado por el COVID. “Solo a mí se me ocurre sacar un disco justo antes de la pandemia”, dijo en uno de los dos pases donde por fin pudo presentar sus nuevas canciones. La carrera del donostiarra Pedro Gracia Pérez de Viñaspre casi siempre ha estado marcada por el malditismo y cierta fatalidad, a las puertas de un éxito que ha rozado varias veces y seguramente se le ha escapado por centímetros. Otros artistas que cantan en castellano, con mucho menos, han conquistado grandes audiencias. Las canciones siempre han estado ahí, sobre todo a partir de que en 2014 decidiese aparcar su carrera de cantautor por la música pop de estribillos certeros.
Havoc es una mezcla de Morrissey, alma grunge y, cómo no, Rafael Berrio. Al artista donostiarra fallecido el año pasado le reservó unas poéticas palabras al inicio de su actuación. “Este concierto está dedicado al hijo ingobernable del sol, al niño salvaje” expresó con el máximo respeto y cierta solemnidad, como si Berrio, a quién le unía una profunda amistad, aún estuviese entre nosotros. El público de Havoc no será tan numeroso como el de La Oreja de Van Gogh, pero suele estar arropado por el star system del indie local. A falta de Javier Sun, que no se pudo unir a la fiesta en “El pop murió”, subió al escenario Mikel Aguirre (La Buena Vida, Amateur) con el que no solo compartió una emocionante y eléctrica “Televisiones”, sino que se quedó hasta el final con “Lo Nuestro”, otro hit marca de la casa.
Aunque sobre el papel fueron dos actuaciones casi idénticas, la de las 7 de la tarde se llevó la palma. Con la sala llena y volcada, Havoc terminó por soltarse y probablemente se reconcilió con una ciudad a la que no terminaba de cogerle la medida. La incorporación de Xabier Villena a la segunda guitarra ha liberado al músico, que al fin puede dedicarse a cantar y moverse por el escenario libremente. Las nuevas canciones (“Y si tiembla el suelo”, “Llagas”, “Perros”, “Juntando los vientres”) son en general mucho más rugosas y cañeras y permiten lucirse a la banda, estupenda y muy engrasada, desde los hábiles punteos de Yon Vidaur hasta un Andoni Etxebeste que, ahora sí, puede comerse la batería.
Fueron 60 minutos X 2 que pasaron como un suspiro, rescatando parte de su pasado reciente (“Hélices”, “Un día”, “Cosas”, “Siberia”, “La chica del tiempo”) en un show frenético en el que no hay lugar para el relleno. La máxima parece ser tan sencilla como efectiva: tocar alto y fuerte sin olvidarse del espíritu pop, más que vivo y coleando. La imagen de su amado líder bajando del escenario y cantando “El agravio mundial” entre el público como si fuese Brett Anderson, de Suede, resume un feliz reencuentro.
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