Hasta las moscas prestaron atención

Hay dos cosas que llaman la atención en un concierto de Lambchop. La primera es la ruptura de la simetría tradicional del rock. La banda de Kurt Wagner -él a un extremo, al otro el baterista- se posiciona en forma de media luna para materializar el eco que sus temas llevan implícitos, amén de mostrar el proceso orgánico de las canciones matiz por matiz, arreglo por arreglo. Como un acantilado en forma de U donde se reverbera hasta el aliento. La otra es la diferencia decibélica entre el la canción en sí y la respuesta del asistente, donde la desproporción es a la inversa que en la mayoría de los casos: en sordina cuando tocan, intensa cuando callan. Y como en las referencias irónicas que siempre han caracterizado veladamente al músico de Nashville, sucede que, en uno de los momentos de más gravedad del directo, cuando Wagner ejecuta susurros y el resto de músicos se esfuerzan en pos de la mesura, a alguien se le caen los vasos y el eco de los cristales rotos es captado por él. Y nuestro hombre se desconcentra,  y todos, banda incluida, nos reímos.

En esta gira sin disco ni recopilatorio nuevo, con William Tyler de vuelta, los americanos buscaron equilibrar su cancionero entre los noventa y los 2000, entre “What Else It Could Be?” y “Gone Tomorrow”, entre la quietud y las ganas, en ocasiones, de salirse del patrón de hombre melancólico y opaco fugándose hacia el apasionamiento. Hasta las moscas prestaron atención en la hora pasada que duró el concierto. Finaliza el mismo y en el bis con “Young Americans”,  casi de manera festiva, todos celebramos que contradecimos a Bowie cuando decía aquello de “porqué tenemos que vivir veinte años para morir cincuenta”. Wagner nos demuestra que no es así.