Treinta años después del lanzamiento de su “Appetite for Destruction”, el anuncio de su concierto en Bilbao (primero en el Nuevo San Mamés) generó debates que duraron meses, expectación a expuertas y llenó de ilusión a aquellos fans que no pudieron ver a Guns N’ Roses en los tiempos en que eran una banda de verdad. La prensa internacional e internet se habían encargado de mostrar que esta vez sí, la formación reunida para esta gira “Not In This Lifetime Tour” podia sonar a la altura de lo esperable y no era probable una repetición del ridículo de la anterior reencarnación del grupo. Esta vez Axl Rose, Slash y Duff McKagan lideraban un septeto poderoso en el que solo echábamos de menos a los originales y genuinos Izzy Stradlin y Steven Adler.
A eso de las ocho la pista ya estaba a tope y la grada empezaba a mostrar color. Es martes, Bilbao Rock City tiene unos 350.000 habitantes y hay 40.000 personas viendo un bolo (aquí hay pasta, chavales). Mark Lanegan y su banda densos y farragosos, calentando el equipo más que el ambiente y aportando una nota de clase, maneras y seriedad al circo que vendría después con piezas de su aplaudido “Bubblegum” como “Hit The City” o “Methamphetamine Blues” o el clásico de Screaming Trees “Black Rose Way”. Todo con la reverberación natural de un estadio todavía por terminar de llenar y un rayo de resol cegador castigando la tribuna sur. Asfixiante pero bien sabroso.
Con estricta puntualidad y tras los típicos dibujos animados 3D Full HD 4K en las pantallas gigantes (muy gigantes, la verdad), los Guns N’ Botox 3.0 aparecen en escena para arrancar con “It’s So Easy”. Pues bien, tal vez no sea tan fácil porque suena raro y la voz de Axl huele a autotune mal programado. Cierto es, la noche va a ser larga, estamos calentando motores y los ingenieros del espectáculo lo tienen todo bajo control. Si disparas fuegos artificiales a la vez que las pantallas de video van presentando, la excitación multisensorial reduce cualquier posible desilusión de los más quisquillosos. Standing ovation del respetable desde el primer acorde para confirmar esto que te comentaba y la traca inicial continúa con “Mr. Brownstone” y “Chinese Democracy”. Los músicos se turnan para correr y saltar a turnos de forma absolutamente coreografiada por los diferentes podios y escaleras que forman el escenario. Axl también corre (y muy veloz, además). Slash se marca un punteaco acojonante con una BC Rich muy fea.
Alguien aprieta el botón “Sonar Bien” en la mesa de mezclas y la historia cambia diametralmente en un solo instante: estamos en la jungla y vamos a morir. De manera proverbial, todo funciona. Axl levanta la voz y empieza a berrear como un gato sarnoso atropellado por un camion en la esquina de Sunset con La Brea. Con su mítico timbre de antaño, de verdad canta perfectamente, igualito que cuando tenía la mitad de edad. Despendole generalizado para el verdadero comienzo de esta celebración del Rock n´Roll. A nadie le importa ya haber hipotecado su segunda vivienda o gastarse la pasta de los libros del colegio de su hijo para pagar la entrada. Esto es un bolazo, hijos e hijas del metal. La pirotecnia sigue pero eso ya da igual, ahora estamos escuchando a la banda que llevó a lo más alto el rock en mallas. Había quien dijo que no se apreciaba cordialidad entre los músicos… ¿Cordialidad?¿Por qué?¿Para qué? En cualquier caso, con “Double Talkin’ Jive”, primer guiño al doble-doble “Use Your Illusion”, Duff parece ser el que se lleva bien con todos, se acerca vacilón a sus dos viejos compadres y el efecto es portentoso, tanto en el solo mozárabe aflamencado de uno, como en el retorno al estribillo del otro.
Por algún extraño motivo, han decidido sustituir del programa de esta noche muchos de los grandes clásicos de su repertorio por los discutibles no-éxitos de su “Chinese Democracy” y ahora toca “Better”, zurullo horripilante que suena como una Rihanna metalera en el baño del Viper Room. De verdad, deseo que alguien le gustara este rollo y lo disfrutara, porque Axl y su corista Melissa “llego-a-todas-las-notas-con-mi-garganta-prodigiosa” Reese se entregaron completamente en su interpretación. A Slash le daba igual, el había venido a puntear. Siguen “Estranged” y la primera de muchas versiones y guiños: “Live and Let Die” de los Wings. En el retorno al “Appetite” con “Rocket Queen”, Richard Fortus, curtido en mil batallas se rebela con un solo digno del mismísimo Satán (ya llevaba demasiado tiempo en segundo plano y lo justo es justo, el tipo sabe tocar) para dar paso a Slash, que sentencia con su talkbox. “You Could Be Mine” para poner San Mamés patas arriba y, en uno de los momentos estelares de la noche según mi humilde criterio, Duff toma el micro y se marca un pistonudo cover del “Attitude” de los Misfits, recordando que esta gente era punki antes de heavy o chicle-rock. Breve, pero eficaz. Si alguien aún no se había rendido aún a la banda, la épica “Civil War” cumple con este propósito estupendamente. Tocada exactamente como hacían hace 25 años, con el wah de “Voodoo Child” para salir, da paso a un emotivo homenaje al difunto Chris Cornell con un “Black Holed Sun” atacado a la perfección. Sabiendo cómo y cuánto los Nirvana y la escena de Seattle vacilaban a los Roses, es curioso imaginar en qué contexto un tipo excéntrico como Axl podia llevarse bien con el cantante de Soundgarden. En cualquier caso, temazo. Ya habíamos perdido la cuenta de las guitarras que llevaba tocadas Slash y los diferentes sombreros de su cantante al que, en estos momentos, le colgaban más cadenas de oro del cuello que a M.A. Barracus.
Llegaron las consabidas presentaciones de la banda y Slash ataca con otro de sus favoritos, el tema de amor del “Padrino” de Nino Rota. Cada día la toca diferente y cada día la toca mejor. Cuando el público trata de tomar aire al unísono entra a degüello con “Sweet Child O’ Mine” y miles de pantallas de smartphone iluminan la pista. No voy a volver a tratar de convencer a nadie de que cuando pagas una entrada es más divertido seguir el concierto y dejar los rodajes para los profesionales del mundo audiovisual. ¿De verdad quieres perderte tu momento favorito para grabar una cosa que luego no se va a ver ni oir? Con “My Michelle” vuelven a confirmar que los clásicos suenan grandes, inmensos. Estos tipos quieren ser los reyes actuales del Stadium Rock y, ciertamente, se están ganando el título. Claro que Slash ya no tiene nada que demostrar, pero en lugar de darle a joyas de sus tiempos mozos como “Patience” o “Used to Love Her”, prefiere castigarnos con un “Wish You Were Here” instrumental con videos de nubes grises robados de un karaoke de lujo. No hacía falta, Saul, pero gracias de todos modos. Sale del atolladero con un guiño a “Layla” y aparece el Steinway de cola para que Axl lidere “November Rain” en un espectáculo espectacular a la que solo le falta la aparición de delfines amaestrados en el escenario. Parece que los supermontajes de video han reemplazado definitivamente a los monstruos mecánicos del ayer, véanse Eddie con los Maiden, el dragon fogoso de los últimos Stones o el ferrocarril infernal de AC/DC. Nuevos tiempos, nuevos gustos… Sniff! El público se desgañita coreando “Knockin’ On Heaven’s Door” y Axl sonríe emocionado dando paso a la devastadora “Night Train” que sirve como final fingido antes de los bises.
Tras la pausa, “I’m Sorry”, “Don’t Cry” para los más románticos, un enérgico “The Seeker” de The Who que suena de lo más curioso (llevan ya dos horas y media de concierto y, a estas alturas, todo es de agradecer) y cierran gloriosos con su himno “Paradise City”. Un gran aplauso, Guns N’ Roses, por reconciliaros con vosotros mismos, con vuestro público y vuestro repertorio. Nadie esperaba un bolo perfecto y casi todo el mundo temía una debacle. Para nada: hoy el circo del rock es vuestro pero solo hoy… no saquéis más discos, os lo ruego encarecidamente.
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