Surcando la bienaventurada ola de eso que llaman segunda juventud, Greg Dulli vive instalado en un exultante estado de forma que tiene ahora mismo dos puntales: la solvente resurrección de los Afghan Whigs (que prometen nueva entrega) y la rotunda fiabilidad de sus acerados directos, sea en el formato que sea. Si aún resonaban los ecos del movimiento sísmico que el apabullante concierto que los Whigs ofrecieron, hace justo un año y tres días, en la sala Apolo (uno de los mejores de 2015), era en esta ocasión en la acera de enfrente, cruzando el Paral.lel, donde se planteaba la oportunidad de volver a ver al de Cincinnati en una versión reducida, como parte del ciclo Guitar BCN que acoge la sala Barts. Este formato redux -que ya ha explotado en varias giras por Europa en los últimos años- no es en absoluto una suerte de unplugged (aunque él empuñe la acústica), sino una versión esencial que permite a Dulli dar rienda suelta a ese rock cinemático, rebosante de testosterona y a la vez de una aguda sensualidad, que comenzó plasmar en algunos de los temas de “Black Love” (The Afghan Whigs, 1996) y desarrolló luego plenamente en la discografía de The Twilight Singers y, en menor medida, The Gutter Twins (junto a Mark Lanegan).
De los tres proyectos se nutre el repertorio de su actual gira, junto a su cuota de portentosas versiones, como la de “Black Is The Colour Of My True Love's Hair” (popularizada por Nina Simone) o esa “Modern Love” (David Bowie) que desfigura y hace propia, y con la que cerró la noche. Antes la cita fue pródiga en momentos de punzante intensidad, jugando en ese terreno en el que Dulli se defiende tan bien, y en el que lleva a sus canciones al cuerpo a cuerpo: embridó el piano con “Martin Eden” (tomando el relevo a Manuel Agnelli, de los italianos Afterhours, que había oficiado de telonero), cimbreó al personal con la nocturna “Step Into The Light” (pocas canciones más idóneas para el marco escénico, subrayado por el color negro y la media luz de las velas), aceleró con “Forty Dollars” y levantó a la platea entera con la torrencial “Summer's Kiss”. La guitarra de David Rosser (The Afghan Whigs), el violín de Rodrigo D'Erasmo (Afterhours) y el bajo del español Jorge Sierra hicieron el resto. Para cuando enfiló el bis, con “Candy Cane Crawl” y “Teenage Wristband”, ya se había vuelto a ganar sin reservas a toda la parroquia. Al fin y al cabo, su música exuda la misma carnalidad y vehemencia del mejor soul. Porque el mojo (o el roll, si se quiere) es algo que se tiene o no se tiene.
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