Esperar que tras entregar “Felt Mountain”(Mute/Everlasting, 00), un disco intrigante, hermoso y de intensidad igual de cercana que distante a la piel, se cree cierta expectación para palpar hasta qué punto es capaz de llegar su plasmación en directo hace engrandecer a un grupo -un concepto- como Goldfrapp. O, por el contrario, evidenciar sus limitaciones. Porque, según lo mires, hay que tener narices o ser un poco pretencioso para embarcarse en una gira con tan solo nueve canciones (ocho al olvidar en directo “Oompa Radar”) que, por muy impresionantes que sean -que lo son- se me antoja como limitado repertorio. Y eso, aunque la jugada parece salir bien por la respuesta del público, resulta poca cosa. Sobre todo porque las canciones suenan como en el disco y, siendo así, prefiero mucho más lo que transmiten en él -con todos esos climas y atmósferas aterciopeladas que flotan misteriosamente- a su imagen real. Alison Goldfrapp (a lo Marlene Dietrich) y su grupo son demasiado humanos, demasiado reales, como para que su onírica propuesta y su carga más de paisajes que de caras, llegue a la materia más que al vapor. Para eso es mejor cerrar los ojos. Y sí, funciona a medias, pero desilusiona que sea narrable y que ya lo haya vivido antes. Alison usa trucos con el micrófono y canta “Lovely Head”, “Pilots” o “Utopia”, pero no puedo engañarme: me siento un mero espectador. Porque, en directo, Goldfrapp no abruman y eso me parece poco para una propuesta de pura esencia lírica.
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