Tres años habían pasado desde la última visita a Bilbao del conjunto canadiense y tras las emociones generadas en esa ocasión, la expectativa no podía ser más alta. El colectivo de Montreal es probablemente una de las pocas bandas de post-rock que sigue ofreciendo cosas diferentes y una propuesta realmente genuina. Hacemos especial hincapié en el término colectivo ya que los ocho músicos que forman Godspeed You! Black Emperor (nombre que obtienen del documental homónimo sobre un grupo de moteros japoneses) tienen una visión política que va más allá de la mera melodía.
Antes de llegar al plato fuerte de la noche, Tashi Dorji nos ofreció una actuación poco convencional, en la que experimentó con la guitarra y sus pedales de efecto, en un intento de noise desestructurado que en mi opinión se quedó un poco frío. No llegó a conectar con el público en exceso, pero es lógico al tratarse de una propuesta que está más cerca de la performance que de un artista musical en sí. Al finalizar, más asistentes comenzaron a acercarse al escenario, no hubo un lleno completo, pero es que la sala Gold de Fever tiene bastante más aforo de lo que tiene el Kafe Antzokia, donde actuaron por última vez.
Poco a poco, GY!BE fueron introduciendo a los miembros con su ya tradicional intro cambiante “Hope Drone”. Junto con los paisajes sonoros que iban desarrollándose poco a poco, las primeras siluetas del proyector podían ser vislumbradas en las espaldas de los integrantes. Con una tenue luz, el ambiente que generaban los cuatro proyectores analógicos de Karl Lemieux funcionaba a la perfección como un elemento más a la hora de transmitir y emocionar. Y es que, los visuales forman en este caso una parte fundamental del grupo, más allá de aportar decoración. Cada película proyectada por el cineasta canadiense transmitía un mensaje claro, duro y contundente, que refuerza la ideología antisistema de la banda.
El concierto amaneció con la palabra “Hope” superpuesta a luces que iban siendo entrecortadas con las sombras de los dedos del proyeccionista. Según avanzaba el concierto, el mensaje iba a ir volviéndose más catastrofista y radical, transmitiendo la decadencia humana y la falta de empatía por nuestro planeta y todo lo malo que engloba ello. Con “Job’s Lament”, segunda pieza del nuevo álbum “G_s Pee at States End!”, entran en el grueso del primer movimiento de los cuatro que lo componen. El disco es la banda sonora de una sociedad al borde de la guerra total, del tira y afloja entre la perdición y la esperanza inextinguible de algo mejor, transmitiendo la idea de que ganar la guerra para construir ese mundo, implica inherentemente una gran cantidad de pérdidas devastadoras. Todos estos ambientes existen en un mundo de ansiedad, donde cualquier ápice de optimismo siempre está acompañado de algún peligro. Encadenando ese aura esperanzadora pero crítica con el comienzo melancólico de “First of the Last Glaciers”, las imágenes que se van superponiendo irían aumentando su dureza en un ejercicio de tensión, contención y su posterior liberación. Con fragmentos de la bolsa y un montaje cada vez más acelerado en la que nos mostraban la efimeridad de la vida al son de las tres partes de “Bosses Hang”, movimiento de su anterior trabajo “Luciferian Towers”, la canción llegaría a estallar en la parte final con un charles que va perfectamente sincronizado con un montaje visual apresurado.
Sorprendiendo a la multitud, llegaron los primeros rasgueos de “Rockets Fall on Rocket Falls” la cual fue aclamada. En esta pieza, la tristeza de los paisajes desoladores nevados intercalados con imágenes de construcciones brutalistas funcionaban antagónicamente, mostrando la belleza y la soledad de la naturaleza, frente a la frialdad y artificialidad de los bloques de cemento. Con una subida progresiva en forma de tormenta sonora, llegamos a extasiar en un caos frenético que daba paso a lo que sería el final de la actuación. Y es que siguiendo la tónica del mensaje que fueron comunicando a lo largo de la actuación de casi dos horas, todo se fusionó en un mar de llamas mientras el caos y el ruido se iban apoderando de la sala. Los clips de fábricas y bosques en llamas daban paso a un frenesí de distorsión, mientras que el celuloide se iba quemando y desintegrando delante de nuestros ojos, literalmente, y podíamos ver y sentir así ese colapso final de la sociedad, entre el ruido, el fuego y el dolor. Una experiencia totalmente sobrecogedora y que nos haría reflexionar y digerir todas las emociones percibidas.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.