La casualidad hizo que volviéramos a reencontrarnos con Godflesh el día en que en Londres se cometía un asesinato en nombre de la fe. Religión, muerte y alienación del hombre moderno, esos fueron los temas favoritos sobre los que se centró la discografía del dúo de Birmingham. Visionarios en fondo y forma, el de Godflesh es uno de los retornos menos sospechosos posibles, y eso a pesar de que la banda de Justin Broadrick y G. C. Green vuelve a los escenarios sin nuevo disco que lanzarnos a la cara. Es la consecuencia de adelantarse dos décadas a su tiempo: las canciones compuestas en 1989 siguen sonando infinitamente más modernas hoy que las de sus hijos putativos. Sin ir más lejos los locales Aathma, teloneros esta noche, superaron el trance poniendo de su parte con mucho volumen y ganas, aunque su intenso sludge tiene un algo de pirueta con red, el trapecio lo suficiente bajo como para no hacerse daño, como para no hacernos daño. Todo lo contrario que la propuesta de los cabezas de cartel, que en su día conquistaron territorios desconocidos y aún hoy transitan por ellos con la seguridad del que se sabe Mariscal de Campo.
Godflesh siguieron el guión más o menos establecido para esta gira: apertura con “Love Is A Dog For Hell” y dos bloques centrados en los que hoy parecen considerar sus dos discos más representativos, ambos de la primera etapa de la banda: “Streetcleaner” (1989) y “Pure” (1992). En ese sentido, llama la atención el deliberado olvido al que ha sido sometido en esta gira de reunión el experimental “Songs Of Love And Hate”, penalizado y del que no interpretan ni un solo tema.
Hoy el ordenador hace las funciones de esa caja de ritmos que les acompañaba en el pasado y, con el apoyo de unas proyecciones bastante primitivas, la intensidad de la primera mitad del concierto resultó brutal, un adjetivo que puede apuntar a tópico y que sin embargo en pocas ocasiones se ha ajustado tan bien a la realidad de lo que vimos y (sobre todo) escuchamos sobre las tablas. El hierático G. C. Green pulsa sin respiro las cuerdas del bajo, dibujando el colchón sobre el que Broadrick se desgañita de nuevo. Tal vez el hombre que en los últimos tiempos ha firmado discos como Jesu y JK Flesh considere que es buen momento para dejar de hacernos soñar con su música, para volver a gruñir. Sea lo que fuere, su voz suena a caverna otra vez, mientras la guitarra se debate entre chillidos angustiosos y un bramido amenazador. Todo pautado según el ritmo matemático y machacón que dicta el ordenador, tan fuera de sí que por momentos amenaza con descarrilar y llevarnos por delante.
Con el bloque de “Pure”, con “Spite” y esa especie de autohomenaje a Head Of David que es “Mothra”, el concierto alcanzó sus cotas más altas de intensidad. Lástima que en la recta final, con una herida en la mano de Broadrick sangrando ostensiblemente y el acto de rebeldía de una guitarra que se desafinaba por momentos, se levantara el pie del acelerador y el grupo decidiera retirarse definitivamente robándonos el bis.
¡Buenas noticias sin duda! Si vuelven a ofrecer conciertos de Godflesh eso solo puede significar una par de cosas. El retorno y nuevo material para nostalgicos como yo!