Nadie puede negar que Godflesh son una de las bandas más relevantes que ha habido en cuanto a metal se refiere. Siendo originarios de los West Midlands que vieron alumbrar el género en los 70, con Black Sabbath y Judas Priest como progenitores del heavy, ellos mismos son pilares de la vertiente industrial construida sobre los cimientos puestos por Throbbing Gristle y Killing Joke, además de trascendentales en sus aleaciones más extremas junto a Napalm Death o Kevin Martin. Su influencia abarca desde Neurosis a Code Orange, pasando por Korn, ISIS, o los euskaldunes Neila y Mutilated Judge presentes en el evento.
Dado el estatus de culto del dúo (no por el matiz minoritario que pueda otorgar la expresión, si no por su idolatrado legado) y lo poco que se prodigan en directo, una entrada cercana al sold-out no se presumía descabellada, pero terminó quedando en 200 personas que, aún así, dieron sensación de llenazo en Jimmy Jazz. Puntualidad suiza con los horarios establecidos por la organización de HFMN, y un perezoso goteo de público desde la apertura de puertas, que se veía sorprendido nada más cruzar el umbral del recinto con la ausencia total de merchandising por parte de los de Birmingham, que viajaban para sus tres fechas en la Península con lo puesto, instrumentos, portátil, y un puñado de pedales. Media hora después, la vibración proveniente del interior de la sala hace las veces de siete trompetas del averno para advertir de lo que estaba a punto de suceder y convocarnos a presenciarlo.
Altarage son producto de la mente de Javier Gálvez, cabeza pensante también de los enormes (y añorados) Horn Of The Rhino, que daban por terminada su trayectoria hace casi una década en pos de un extremismo musical que nunca se ha visto por estos lares. Explicar a qué suena el trío bilbaíno a alguien que no haya escuchado el “Grengus” de HOTR o el “Vexovoid” puede ser tarea complicada; el death metal que practican no es fácilmente digerible ni siquiera por estómagos adeptos al subgénero, así que los dronazos interruptus que dan comienzo a la apropiada “Foregone” sirven de iniciación a un final escrito. Negro el escenario, atravesado por un cegador contraluz blanco que acentúa lo espectral de tres Nazgûl con velo de luto, dispuestos a desatar la plaga sobre las bestias aladas sujetas con correas y colmillos que son sus instrumentos. Caótico resulta el sonido del primer tercio del set (cuadrado al milímetro entre drones y compuesto enteramente de su etapa en Season Of Mist) ante la ausencia de prueba de sonido previa y del habitual Xanpe tras la mesa, quien lleva grabando las composiciones de Gálvez desde que su grupo se llamaba Rhino a secas y los conoce y maneja a la perfección. Esas guitarras Portal ecualizadas en V y ese bajo escuela Hydra Head no se doman con facilidad, pero tras “Maneuvre” y adentrándonos en “The Approaching Roar”, la materia toma su sitio en el abismo. “Inhabitant” y “Knowledge” parecen venir de una tribu subterránea que adora la oscuridad, con los tambores de Phlegeton rayando al mismo nivel que su garganta en Wormed (aunque sufra con la exigencia de ciertas partes a lo largo de un set de 45 minutos clavados) y Mikel poniendo la herrumbre de Khanate y Burning Witch que se escucha en su one-man-band KANAHN. Volviendo a “Succumb”, “Watcher Witness” atestigua la devoción de Javi por Matt Pike y High On Fire, y una “Vour Concession” sin concesiones nos castiga con estrobos que acentúan la sensación de hipnosis colectiva de un doom pesado como un agujero negro que sólo deja escapar frecuencias graves. Llegados a este punto, o te tienen en el bolsillo, o esto no es lo tuyo. Gálvez alza su mano, como comprobando quién está con ellos, y acometen “Magno Evento” con luces a rojo sangre en un caos controlado que culmina como “Endinghent”, con ese paso penitente de “Barrier” y los mástiles clavados al suelo como cruces invertidas, apoyados en los amplificadores para entonar un responso de feedback y abandonar la homilía victoriosos.
Looking For An Answer son leyendas del grindcore estatal que cesaron su actividad en 2019, pero sus distintos miembros siempre han estado repartidos por multitud de proyectos como Nashgul o Machetazo, y podemos encontrar a cuatro de ellos completando el quinteto que forman Inerth. Apenas conocía a los madrileños más allá de alguna escucha puntual, pero todo el mundo hablaba maravillas de su reciente visita a Groove junto a Conteiner, así que mi curiosidad estaba por las nubes y vaya si se vio satisfecha. Comienzan igual que su EP homónimo, y desde el minuto uno de “Decrease” queda patente el nivel de ejecución de los cuatro instrumentistas, sostenido durante toda la actuación hasta rozar el absurdo. Santi sufre inicialmente para hacer oír esos guturales rasgados frente a la marabunta que retumba a su espalda, pero antes de “Resilience In” sus compañeros se han asentado y suenan como un reloj. Siguen desgranando su LP debut y el sludge de “Visions Of Truth” nos lleva a las raíces de Mastodon o a los Moho que llevan adheridos a la corteza del árbol genealógico de la banda; mientras que los ocho minutos de “Paranoiac Critical Solitude” los ven descender al doom con la mirada en sus pedaleras, para elevarse con aires progresivos en un puente final que sopla aires de Kylesa. En “Isolate” se ponen brutos con un death/thrash que podría bailarse en un moshpit hardcore, y los timbales de “Dismantle The Illusion” parecen la caballada del “Remission” en plena estampida, resonando con la misma fuerza con la que los grupos de Savannah tomaron el panorama metal mundial en su momento. Con “Nadir” se tornan atmosféricos, mostrando nuevas facetas como el post-hardcore de unos Breach o post-metal escuela Neurosis, trenzando un set con tanta dinámica que no hay cabida para el aburrimiento. “Brave New Cold War” los devuelve a esos viejos campos de batalla en los que se han fajado mano a mano Ramón y Makoko desde que tenemos memoria, con esa zapatilla característica del d-beat que nos hace recordar a Dishammer y desear que Mutilated Veterans vuelvan a editar un disco; rezumando trazas de industrial que lo mismo sirven de prólogo para la banda principal, que de antesala del final de un repertorio que termina como empezó, con su primer EP. Inmejorable broche engastando una versión del “Wardance” de Killing Joke muy a tono con los protagonistas de la velada, pero también con los Nirvana del “Bleach” o los Thou pervirtiendo el cancionero de los de Seattle. Una gozada de concierto.
La expectación por ver a Godflesh era tal, que el grueso de las primeras filas daba por hecho que la pelota ya estaba rodando mientras el dúo llevaba a cabo un breve soundcheck previo a su salida a escena, enmarcadas sus figuras por las inequívocas llamas de la portada del “Streetcleaner” que se proyectaban de telón de fondo. Finalmente hacen aparición, y Justin se coloca su instrumento mientras viste camiseta de los pioneros británicos del power electronics Ramleh y se suelta la coleta, como advirtiendo de la seriedad de lo que tienen entre manos. Dos pantallas de guitarra a su espaldas secundan esta afirmación, y el Macbook a un lado asume su condición de drum-machine en la cadena de montaje que está a punto de ponerse en marcha. Arrancan con una base que podría sonar como un híbrido de Cypress Hill y Korn, y nos sorprenden con “Nero”, un tema con apenas un mes de vida con el que parecen querer decir que no están aquí para vivir de las rentas, que todavía tienen algo que aportar después de 35 años de carrera. JK escupe las letras como el Max Cavalera de los primeros Sepultura, y G.C. Green permanece perennemente impasible a su derecha, como un martillo pilón o una prensa hidráulica, con una sola función ejecutada a la perfección: aplastarnos. “Ringer” percute en esa línea, abrasiva y primitiva, ahondando en una interseccionalidad que lleva de Techno Animal a NIN. Metal para la pista de baile, impregnado de dub y marcial como EBM. Tercera canción y tercer álbum en hacer aparición en un setlist que llevaría a cabo un amplio repaso a toda su discografía. Para “Shut Me Down” se ponen el mono de trabajo como hace Steve Albini a diario, como cualquier peón arrastrando sus pesadas botas un día más, camino de su turno en la factoría de las pesadillas. Como en ellas, la tensión va acumulándose, sacudiendo por igual las columnas de la Jimmy y nuestras cervicales al ser liberada, y la sensación de peligro es constante, aunque aparentemente no suceda nada. Patrones lineales para resultados exponenciales, llegué temiendo un concierto monocorde y terminé viendo un bolo de lo más entretenido y heterogéneo. El mayor mérito de ello es de las siete cuerdas de Broadrick que, frente a las líneas de bajo cimentadas en cuatro notas de Green y las baterías electrónicas monolíticas, aborda sus partes desde una perspectiva casi free jazz, sin dejar espacio a la rutina en ningún instante. “Post Self” es la última en caer antes de empezar a tirar del cancionero del s. XX, tan deudores de (y adeudados por) los 90 como atemporales. “Dead Head” es la primera de las tres canciones de su legendario segundo LP que desatarían la locura entre los estajanovistas de la banda, con su violencia punk y un reverb en las voces que siempre me recuerda a Jane’s Addiction, y la propia “Streetcleaner” que la sigue consolida su condición de clásico de los sonidos más férreos. “Veins” y “Weak Flesh” echan la mirada atrás a su debut de 1988, aquel que empezamos a conocer como metal industrial junto a los Ministry, denso como petróleo que vibra en un bidón con los ecos metálicos de cualquier fábrica de un Birmingham pasado que, dicen, inspiró el Mordor de Tolkien antes de la llegada de la Dama de Hierro y su desindustrialización. Hay personas que cerraban los ojos y, con los brazos abiertos, trataban de sentir todo el espectro de frecuencias que emanaban PA y backline. Ecos de los contemporáneos Melvins y el “Ultramega OK” preceden “Like Rats”, sin duda el tema más celebrado de la noche, con el respetable gritando “you bleed like rats” como si tuvieran a los Borbones delante y haciendo headbanging como quien golpea un yunque en la forja. “Spite” tiene un beat hip hop que nos recuerda la influencia que tuvo el combo en la gestación de un nu metal que parece vivir un segundo advenimiento, siendo pioneros de sonoridades con las que, junto al sonido de las guitarras de Helmet, Ross Robinson moldeó el género a través de discos como “Roots” y bandas como Fear Factory o Slipknot. “Crush My Soul” hace honor a su nombre y al del recopilatorio “In All Languages” en el que se incluyó, quintaesencia universal de todos sus rasgos que precede un bis del maxi “Slateman / Cold World”, que se sintió un tanto protocolario, pero cumplió con su cometido de satisfacer a un personal sediento de evangelio hecho carne. Palabra de Godflesh que nos fuimos en paz.
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