El Gijón Sound Festival abría sus puertas el pasado viernes 17 de abril en la Colegiata, la cual acogía con gusto el interesante proyecto de la alemana, ya casi asturiana, Fee Reega. Ella nos trajo canciones personales, costumbristas e interpretadas con exquisito gusto junto a Dani Donkeyboy y Javier Bejarano. Después llegó la hora del experimento al lado de David Baldo, y con bases enlatadas emuló por los suelos alguna que otra actitud semi-punk al estilo “Iggy”. Dejémoslo en semi, que estábamos en un templo. Tras ella trajo la calma La Villana, donde Natalia nos cuenta historias, acompañadas por las bonitas armonías de su banda.
Volvimos a la crudeza, en la Sala Acapulco, y la Fender vintage de Ainara Lejardón, vibró y nos susurró, al igual que hizo su voz, canciones a veces crudas y a veces delicadas como la porcelana. Una verdadera delicia. En el mismo escenario, apareció tras ella Scott Matthew. Su voz y sus retóricas musicales tienen el regusto a bandas como Anthony and the Jonshons. El australiano, deja con su voz posos de nostalgia y nos regaló un concierto bonito y delicado al lado de una banda sobresaliente. Y de extra, una version de “I wanna dance with somebody” de Whitney Houston. Mientras en la sala Otto unos Trajano bastante flojos intentaban caldear a un público exigente, la guinda del pastel estaba en la Sala Albéniz. Allí los británicos Flowers abrían el show, con una propuesta de indie-pop que navega entre mares reverb-noise y shoegaze y que dejó encandilados a muchos de los allí presentes. Jóvenes, talentosos, ejecutores de armonías que rezumaban delicadeza demostraron que incluso con una sola cuerda pueden crearse grandes momentos. Si no que se lo pregunten a la cantante y a su bajo. Otro gran acierto del Gijón Sound Festival. Y entonces fue el momento de Luna. Muchos esperábamos la ansiada vuelta a los escenarios de una formación original que sigue en plena forma (mención especial a Brita Phillips). Fue una noche bonita, donde hicieron un repaso de sus principales discos y sonaron a lo que siempre sonó Luna. Sonaron con empaque y con gusto. Sonaron a super banda. Dean se mueve por el escenario como un pato mareado, como si nunca recordara el siguiente acorde que está a punto de brotar de sus dedos. Pero nunca falla. Y no es que nunca falle, es que siempre acierta. Que es muy distinto. Y qué decir de la clase de Sean a la guitarra. Deleitó a los paladares más exigentes. Cerraron con un bis compuesto por “Moon Palace” y un “Indian Summer” que bien podían haber alargado hasta horas intempestivas. Nadie lo hubiera reprochado.
Al día siguiente Tremenda Trementina inauguraban la jornada en la Colegiata. Parecía que la pequeña iglesia no era el lugar idóneo para recoger los maullidos de su último trabajo “Sangre Pop”. En algún pub escaleras abajo quizás todo hubiera encajado mejor. Después fue el turno de Noise‘n’Confusion. Las canciones de los asturianos, a medio camino entre el pop y otros elementos cercanos al consumo popular, digamos que se dejaron sonar sobre el altar, que ya es bastante. A pocos minutos y metros, en el Teatro Jovellanos la música de HUIAS fue una gran nube oscura, potente, sensual y retorcida que mojó a muchos y bien a gusto. Lo de trasladar escenas de rave mañanera a un teatro de forma tan excepcional sólo podría conseguirlo alguien como ellos. Obviamente, los aplausos al final fueron bien merecidos. Después salía a escena el británico Matthew Herbert (en la foto). Esto ya son palabras mayores. Él es el genio de los mil botones. El líder de la gran orquesta moderna, que crea canciones con sonidos tan dispares, tan orgánicos y tan artificiales, como una bolsa de patatas fritas o un músico soplando tras una trompeta. Y precisamente 11 músicos y un juego de luces sobre la escena le acompañaron esa noche en el teatro, donde Matthew explicó su música en clave de humor. Un humor ácido que también traslada a canciones, llenas de capas que se expanden como una gran masa. Este es el milagro de la música actual y su directo fue una gran muestra de ello.
A todo esto, en la Iglesia de la Laboral el excelente instrumentista Nick Mulvey nos envolvía con el maravilloso sonido de su guitarra comprada en Granada, armado con un montón de buenas canciones sacadas de su primer largo. La guinda la puso el acústico de la Habitación Roja, haciendo un repaso de sus veinte años en la carretera. Mientras la escena vasca se veía representada en la sala Otto con Moby Dick, los excelentes Rural Zombies y la confirmación de que Belako han llegado para optar a ser uno de los grupos referentes de la escena española en un futuro bien cercano.
En la sala Albéniz, The Ships abría el show para unos Jayhawks que llegaron con muchas ganas de escenario. Los temas de The Ships huelen a costa oeste e incluso a un “teen spirit” que empuja su música hacia nosotros con rabioso fervor. Tienen actitud y tienen talento y en Gijón se sentían como en casa (media formación es asturiana), así que su concierto fue un suculento primer plato que abrió boca para el gran bocado posterior. No me olvido de mencionar las idas y venidas de Paco Loco por el escenario, con el teclado desencajado. Sólo os digo que si antes de empezar una canción se quita las gafas, el espectáculo está servido. Con el ambiente bien calentito, The Jayhawks, sin Mark Olson en sus filas, saltó al escenario. Dieron un recital completo, repasando de forma excepcional su dilatada discografía. Allí sonaron canciones como “I’m gonna make you love me”, “Save it for a rainy day”, “Big Star”, “Waiting for the sun” o “Somewhere in Ohio”. Gary y los suyos estaban exultantes, excitados y muy a gusto sobre las tablas. Buscaron la colaboración de Paco Loco, amigo de la banda desde hace años, en un par de canciones y Paco derrochó a la guitarra gusto y buen hacer. The Jayhwaks juega en una liga superior, en la liga de las leyendas. Su concierto alegró los corazones de muchos y sólo os digo que Gary acabo saltando del escenario. Sin duda, una noche para recordar.
El punto final lo pusó la sala Acapulco, Sensacional, los gallegos comenzaron medio sorprendidos por el escaso público, pero a medida que el concierto avanzaba y la sala se llenaba quizá presos de una mayor confianza fueron subiendo enteros repletos de confianza y la sorpresa en las caras del respetable que asistían a la confirmación de que estamos ante una de los grupos que dará que hablar en un futuro. Ya con la sala repleta y el calor casi insoportable, El Columpio Asesino se entregó en una ciudad en la que se sienten como en casa, desde el día anterior se les vió participar activamente de las actividades del festival. Repasaron los temas de su último disco “Ballenas muertas en San Sebastian” y pusieron la sala patas arriba con clásicos, como : “Perlas”, “Toro”…. Cerrando un encuentro que ha dado un gran paso este año y busca con ansia consolidarse en la extensa escena festivalera española con una fórmula urbana de recintos pequeños donde el público y artista contagian mejor sus emociones.
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