Gernikako Lekuek es un festival que empezó su andadura en 2014 con una particular filosofía que sigue manteniendo casi diez años después. Como centro de su ideario, la valoración de toda expresión e inquietud artística que encuentre su creatividad en los espacios asociativos de Gernika, a través de un evento organizado desde el voluntariado y voluntariamente carente de patrocinio, que acerca a Busturialdea una variedad de géneros musicales abierta a todo público, franja de edad y espacio del municipio. Los grupos que se van sumando a la agenda se tornan en copartícipes del proyecto, colaborando en llevar adelante un concepto de festival local e internacional a la vez, emotivo y entusiasta, coral y armónico.
Acudimos a la cita el viernes 24, día comisariado por el colectivo asambleario Pantx! Records de Bilbo, que promueve la música jamaicana con la lucha política como base y que acercaba a Bizkaia la única actuación en Euskal Herria del legendario Dennis Alcapone. Para abrir boca, se nos convocaba en Aterpe Taberna, plaza habitual para las bandas locales, para una andanada de distinto calibre a cargo de las cabezas rapadas que surgieron de plantar la semilla de Jamaica en la Inglaterra punk de finales de los 70.
El Oi! está viviendo estos últimos tiempos una era dorada en EH, al amparo de sellos como Mendeku Diskak o Tough Ain’t Enough Records y compartiendo fronteras estilísticas con Catalunya y UK, con disqueras como La Parca Te Busca o La Vida Es Un Mus de referentes. Refrendado por una potente y jovencísima escena heredera del RRV y el street punk, y enmarcada en pleno revival 80s, el género parece tener querencia por el área de Urdaibai, concentrando gran parte del talento en bandas afines al movimiento Bermeo Skins y espacios como La Kapilla o el Iparragirre Rock Elkartea del que provienen los primeros protagonistas de la tarde noche.
Kolpeka apenas cuentan con una demo y un flexi de tres canciones en su haber, pero con edades comprendidas entre los 18 y los 20 años, son de lejos los más jóvenes, y por ende, uno de los grupos con mayor proyección entre los ubicados en sus coordenadas, sobre todo si nos atenemos al salto cualitativo entre sus dos ediciones hasta la fecha. “18 minutos de pura brutalidad, como a ti te gusta”, me aseguraba Anso antes de ponerse tras la batería para completar el cuarteto y acometer un repertorio sin respiro entre cada uno de sus ocho temas, incluida una reveladora cover de Killing Time. Reveladora porque beben más del NYHC que del UK82, cómodos en ese crossover hardcore, ya sea lindando con Boston o New York, como con Tampa Bay o la Bay Area. Nos aplastan con "Nagusikeri Faltsue", con un Katxi incapaz de estarse quieto, como sin saber hacia donde desatar su rabia en forma de soflamas guturales que los acercan al thrash e incluso el death, alumnos aventajados de la nueva vieja escuela de lo suyo. “Siempre Rudo” es una declaración de intenciones como lo es su versión de “Backtrack”, y no se pueden tomar a juego “Escápate” y esa declaración de guerra propia aparecida en el recopilatorio “Chaos in Basque Country” auspiciado entre nuestras fronteras. “No tienes donde correr”. Una sección rítmica que roza lo tribal de los Sepultura pre-Roadrunner y fraseados onda Madball o SOIA, sin renunciar a guitarrazos skate punk y solos oriundos de la soleada Venice Beach que bien podrían venir de Mike Ball o Scott Ian, para terminar con el puñetazo que es “N.S.P.”: “¡No soporto la paz de los cobardes!”. Poco más que añadir.
Los bermeanos Sta. Cruz cuentan con una escueta discografía que se resume en un 7”/K7 y dos canciones incluidas en sendos recopilatorios, “Kaosa Euskal Herrian” (Mendeku) y el anteriormente mencionado “Chaos in Basque Country” (Tough Ain’t Enough), lo cual no impide que sus conciertos se tornen en cogorzas multitudinarias que congregan a marinos de otras naves (como el batería de Tatxers o Andoni VULK) junto a tripulaciones fieles a navíos en los que también bregan sus miembros, como Revertt, Ogro y Aŕesi. No reman tanto hacia el skinhead hardcore como se les pudiera suponer, y el Oi! no deja de ser una influencia más de un rock'n'roll a nudillo desnudo que se torna en pub rock entre ríos de zerbeza y puños en alto. “Olvida tus penas ahogándote en mares de alcohol”. Atacan el charles con el clasicismo de unos AC/DC, pero disparados por sus cañonazos de guitarra y bajo son una locomotora, una trainera que solamente avanza y no conoce más ziaboga que los speedicos virajes de batería. Un “Asedio Constante”, sin duda. Eneko (Feline) es un greaser poseído por la camaradería que exuda su música, mitad Bon Scott, mitad Iggy Pop; un camorrista imposible de contener sobre las tablas, siempre buscando el enfrentamiento con los suyos micrófono en mano, bien para golpearlos con él escupiendo hooliganismo y fraternidad, o bien para cederlo a la tropa y tomar aire para el siguiente asalto. La mar y el salitre son inherentes a su propuesta, como demuestran ese bermiano (“Erregie zaldidxe”) que articulan en letras que parecen salir de canciones marineras y que tornan sus conciertos en borracheras en tierra firme tras volver de altamar. Nos llega “La Muerte Por Babor”, y a lomos de la muerte (“sendo!”, rugen) también el final del bolo, con ese himno que es “Bermio 1939” y sus “MA-TXI-TXA-KO!” de parranda en el mosh. Como un tiro.
Kult Parnaso son inevitable herencia del extinto Trinkete Antitxoko en un intento de seguir formando un triángulo cultural que siempre han establecido en Gernika junto a Iparragirre y Astra, pero les diferencia un puntito canalla que se puede sentir en su forma de hacer (como ejemplo, el podcast musiculinario “Jazz con Papada” que realizan en su espacio) y que le viene que ni pintado a las dos propuestas de la velada.
Pelomono (foto de encabezado) eran unos completos desconocidos para mí, más allá de saber que son un dúo formado por Pedro de Dios (Guadalupe Plata). Muy recomendados por Ander (Les Pedantes), me acerqué sin ninguna preconcepción hasta el edificio industrial para encontrarme con el kit de batería más raro que he visto en mi vida: un cubo de basura a modo de timbal base, un cubo de pintura como aéreo, y de bombo, una maleta de piel sujeta de pie con una cuña, como si fuera uno de esos bucket drummers que se exhiben en la esquina de Madison Square. Los granadinos, sin embargo, parecen haber frecuentado más el polvoriento cruce en el que Robert Johnson vendió su alma al Diablo, y ataviados con una máscara de luchador mexicano y una careta de gorila suben al escenario para comprar las nuestras con su blues surf oscuro. Primigenios y primitivos, cinemáticos, como si la guitarra viniera de un desierto que mezcla la aridez de “Paris, Texas” con el comienzo del “2001” de Kubrick, sólo que el simio no va armado con un fémur, sino con baquetas, mazas y maracas. Resultan hipnóticos como unos Iron Butterfly, interminables como el rollo de papel en el que Kerouac escribió “En el Camino”, y convierten el parnaso en una suerte de club clandestino de jazz, como Ry Cooder tocando en la taberna de Mos Easley pero con más humo. Patrones de batería circulares nos atrapan, como unos The Ex afrikaans (“soon all cities will have the same monuments”, pero Gernika tiene los suyos propios) o el motorik de Pony Bravo sonando en la Alhambra. Andaluces y fronterizos, vienen presentando su apropiadamente titulado “Gibraltar”, música para hacer surf sin olas en el Sahara, y manejan la tensión como unos Tortoise narcóticos liderados por Dylan Carlson, con puntuales arreglos de sintes que lo mismo suenan arabescos, que dub, que a Devo. Nos incitan al baile con ragtime, pero sin salir de la arena y adentrarnos en el mar; litúrgicos y terrenales como David Eugene Edwards o Mark Lanegan, pero con grietas pop por las que escapa Brian Wilson. Terminan añadiendo al set un instrumento casero entre la ocarina y la flauta, como desvelando que en realidad son unos encantadores de serpientes que nos han manejado a su ritmo y antojo. Ya si eso, otro día comentamos lo de hablar en los conciertos.
Tras el aperitivo, Sonic Trash salían con la atmósfera del garito en el punto justo para su receta, y pusieron toda la carne en el asador desde el pistoletazo de salida. Si los habéis visto en alguno de los bolos de la gira de “King Kong Party”, ya sabéis lo que hay y cómo las gastan, pero a pesar de la aparente precariedad de tocar a un palmo sobre el suelo, en Kult Parnaso consiguieron un sonidazo que nos hizo disfrutar hasta la médula el talento compositivo detrás de esos temas. Hacen del lugar un Studio54 personal, sudor y tabaco, y se echan a la carretera lisérgicos y garageros, como puestos de LSD y anfeta pero con más escuela que un pupitre. Son los chicos malos que te robaban el bocata en el recreo o el dinero del jantoki, la Banda del Patio/Parnaso: Ekaitz con gorra y camisa Beach Boys haciendo las veces de Ray Manzarek y David al frente como líder de la pandilla, un Morrison crooner apoyándose constantemente al micro en el saber hacer de su lugarteniente Juanjo al colchón de la guitarra, mientras Lander ejerce de abusón capaz de cualquier cosa a las cuatro cuerdas y el recientemente incorporado Danel (Dead Bronco) aporta una fisicidad a los parches de la que carecía el aporte de los anteriores Mario o Marina. Una pegada que los acerca más si cabe a Lagartija Nick, con el vicio de El Columpio Asesino, pero de Bilbao. Inevitablemente botxeros, reivindican antros de la villa como Gure Txoko, High o el que nos acoge, porque para ser txirene, puedes nacer donde te salga de las narices. “Bilbao Speed City” o “Ez Dago Anfetarik”. Nocturnidad y alevosía. “Ahoaz bagoaz”, pero sin fanfarronerías. “Tic, tac, tic, tac”, la hora de volver a casa llegará, pero de momento las cortinas ocultan la luz del sol y las perversiones. Sigamos bailando. El estupendo sonido de la sala permite percibir matices del rock alternativo 90s como Smashing Pumpkins o Screaming Trees, cómodos en ese malditismo y estatus de banda de culto, pero también luminosos como en el brit pop bien de Ocean Colour Scene, Pulp o Suede con un Brett Anderson crápula al frente. Para cuando llega “Hey Chica!” parecemos estar en unos baños en los que todo lo que sucede es turbio, empañados de vapor pero sonando cristalinos como chupitos de vodka. Café, copa, puro, y “Acelerado” nos dispara por los vértices de los Triángulo de Amor Bizarro más noise rock para terminar entre ovaciones del respetable. Larga vida a Lekuek y sus gentes.
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