El inmueble que hoy alberga Bilborock se levantó como Iglesia de la Merced en el siglo XVII, y fue santuario religioso hasta que, en los años 90 del siglo XX, el edificio fue adquirido al convento por parte del Ayuntamiento de Bilbao para poner en marcha un proyecto que cumple 25 primaveras en activo con más actividad que nunca.
Reconvertido en templo musical como uno de los pilares sobre los que asentar el entramado Bilbao Ría 2000, acoge también todo tipo de actividades culturales: teatro, títeres, cine, performance, danza, recitales poéticos, workshops, seminarios, presentaciones literarias/discográficas, ferias de coleccionismo, desfiles de moda… además de contar con siete salas de ensayo equipadas para el uso de grupos emergentes. Pero es gracias a los conciertos y, más concretamente, al Concurso Pop-Rock Villa de Bilbao, que se ha establecido como referente absoluto en la capital a lo largo de estos cinco lustros.
El evento que ponía punto final a los fastos del aniversario era buena muestra de ese recorrido y de todo aquel indie que poblaba recopilatorios, anuncios y películas de la época. La banda de nuevo cuño Dadabe abrían la velada ante una más que respetable audiencia, dada la cantidad de actuaciones restantes y la sobreoferta actual de directos. Recientemente acuñada, sí, pero compuesta por músicos que compraron sus primeros instrumentos con pesetas, contemporáneos de su idolatrado Malkmus desde su propio nombre (DADABE es la icónica afinación del slacker rock primigenio), llegaron a tocar hasta dos versiones de Pavement a lo largo de su set. Con la melancolía de una Velvet Underground y trenzando guitarras como acostumbra el género que se mira los cordones, su actuación resultó sin altibajos, de bailar lento mirando al suelo, podría decirse. Da la impresión de estar ante un grupo de colegas que se han juntado a ensayar, y hay ocasiones en que ese aire fresco se agradece. Huelen a Benicassim, los vislumbras con portada de Aramburu, saben a Pepsi Boom. Esa generación de grupos y sellos que creó una industria de la nada, para acabar descubriendo que se trataba de la del entretenimiento. Llega un momento en el que la vida te alcanza. Suenan como unos Lagartija Nick suavitos, a ratos Morphine sin saxo, a ratos Los Planetas como todo hijo de su padre. Entonces lo llamábamos noise pop. Recuerdos colgando de un puente en el Kronen que une la margen izquierda y la derecha, el respetable empezamos a ser una reunión de BUP/COU. Como diría ama: “es lo que se llevaba entonces”. Hacia adelante como única dirección en la profética “Frontwards” del “Slanted & Enchanted”. “It's war if we fail (...) This battle's torn and we're weaving”.
Cecilia Payne resultan el relevo lógico al abrazar todas esas sonoridades que permeaban los inicios del Villa y el roster de sellos como Munster o Subterfuge. Llámalo shoegaze, llámalo dream pop, le tienen el tempo cogido al delay que tiñe de rosa “Loveless”. Con estructuras a la batería tan simples que se acercan al kraut por momentos en los que orbitan con los Galaxie 500 más psicodélicos con Kim Gordon a bordo. La chica de uno de esos grupos que rompieron el punk en 1991, justo lo que echo en falta cada vez que me enfrento al cuarteto. Esa garra riot grrrl que me pide las versiones más crudas de Albini cuando suenan a PJ Harvey. Pero es una cuestión de gusto personal. Soy más de “Tidal” que de “Fetch the Bolt Cutters”. Podrían ser al Inquilino, lo que Arima a Ama Say, y todo lo contrario a la vez. Esa forma de trenzar las guitarras tan Pixies (no sólo en el tema homónimo) y la firmeza de un bajo que antes retumbaba en LEUN, apuntalan un estilo propio en el que se sienten muy cómodas mientras los tres mástiles juegan con armonías vocales que sumar a las capas de reverb circundantes. Recuerdan a The Cardigans, más a “Erase/Rewind” que “My Favourite Game”. Más de anochecer que de amanecer. El batería sigue sin complicarse y ellas se muestran comedidas y un puntito contenidas, excepto en los interludios en los que dedican canciones con nombres propios entre la audiencia (Mungialdea siempre responde a la llamada de su escena local) para terminar por todo lo alto con la contundente “Away” (así sí que sí), una contraposición de codeína vocal y nervio instrumental que me resulta el punto álgido de su propuesta, el contraste adecuado para dejarnos con ganas de más. Todo llega(rá).
Onomásticas, principios, finales… Todo nos acaba alcanzando antes o después. Hace casi cuatro vueltas al sol despediamos a Yellow Big Machine, y el viernes nos concentrábamos en vanguardia practicamente las mismas caras (en los mismos uniformes, rigurosa etiqueta de amarillo por doquier) de las primeras filas de aquella histórica noche en Kafe Antzokia. Reunidas otra vez para una reunión de carácter excepcional. De las de pasar lista. Otra para la Historia. “Hardcore” vio la luz en 2009 (abría también su debut, “I’m Searching for Friends”) y asusta comprobar lo mucho que sonaban a METZ tres años antes que ellos mismos. Con “Alien” empieza a llegar la diversión a lo grande, primer rastro una pátina surf muy presente en su sonido, y un simple riff con batería a la contra que nos ponen a bailar para no parar. Angulosos. Con ese punto rockabilly/canalla de los Hot Snakes. Acometen “Phoebe” (¿es posible un título más 90s?) y cada uno toca la canción que le da la gana, así que paran, agradecen la oportunidad y que “haya vuelto la mejor década” (¿hace falta especificar cuál?) a pesar de que “siempre llegamos tarde”. “Beti berandu”. O pronto, según se mire, porque es cierto que empezaron cuando “su movida” ya no se llevaba y se despidieron cuando volvía a “estar en la onda”. “Betiko moduan, betikoa”. Finalmente la tocan al unísono sonando a los Nirvana de “Territorial Pissings”, pero con menos ácido de batería. Se les nota faltos de ritmo de competición, “Don't Complain” para engarzar como los QOTSA de “Feel Good Hit of the Summer”, pero con menor cantidad de drogas. Llegados a este punto han hecho balance de casi todas sus referencias discográficas. “Believe It or Not”. Como quien repasa la colección de CDs que reposa (muy posiblemente) en el hogar que nos vio crecer. Más Sugar que Hüsker Dü. Más Lou Barlow que Frank Black, aunque “Wind & Sea” resulte tan bipolar como las composiciones en pseudocastellano de los duendecillos. “Just Give Me Fire”. Álvaro es un compositor que puede que no se haya valorado como merece fuera de su marco generacional, pero dado el núcleo duro de fans que he visto siempre en sus bolos, dudo que le importe un comino. Lleva la batuta en directo en todo momento, cruzando guitarras limpias y distorsión junto a Pablo para conformar el sonido YBM, que se asienta en el bajo de Sergio (sólido y constante como en el post-punk) y esa bestia parda a la batería que es Rober, que se desgañita en una engañosa retaguardia haciendo esfuerzos por tocar sentado desde el minuto cero, cabeceando y arrojando botellines de agua a sus parches y platos en arrebatos de euforia que parecen ser su estado natural en un escenario. “It Happens All The Time”. El canto de las “Jericho Sirens” (“I need a doctor!”) suena a emo en “Peter” con esa sencillez que comparten midwest y garage australiano, y “Under The Rainside” mantiene coordenadas para refugiarnos bajo el tejado de The Replacements antes de que nos coja “Hostieja”, con su tercio final Jane’s Addiction, sin Perry Farrell y con el histrionismo en su punto. Los veo tan cercanos en tantos sentidos a unos Lukiek, por poner un ejemplo, que no me extrañaría nada verlos volver más o menos regularmente en ocasiones de tanto postín como la que nos ocupa. “Conquer The World” es el broche perfecto. Un manifiesto coral en crescendo para irse sin dejar una sola alma sin conquistar.
Al tratarse de un evento gratuito (como todos los circunscritos a las celebraciones del aniversario, como los cientos de conciertos del Villa y análogos, como debería ser la cultura en general, popular de la del pueblo), encontramos una gran cola de millennials en el exterior esperando a que los boomers dejáramos aforo libre para el capricho musical de la jornada. Siempre he considerado a Franco un meme (en el mejor de los sentidos) y, dejando de lado que abandonaron los escenarios (“Franco ha muerto”, anunciaron escuetamente a sus Franciscaners) pocos meses antes que sus antecesores, su presencia en el cartel resultaba apasionante. Siempre los he visto como unos Gudari Hilak, el reverso jeltzale de Lendakaris Muertos en clave synth vía Latinoamérica, una gamberrada que acierta más de lo que (premeditadamente) hace aparentar. El pit se puebla de nuevo de los mismos rostros de la despedida acaecida en Shake Bilbao durante (cómo no) Aste Nagusia 2018, para ver cómo dos txistularis acompañan al cuarteto en la subida al escenario, los cuatro de txapela y gerriko rojos con un polo amarillo que servía por igual de homenaje a los Yellow, que de uniforme de dantzari zipaio. “Que vuelva el Creditrans” debería bastar a cualquiera para comprobar el RH del combo. Los de la OTAn trece doce, y Euskotren sigue siendo esbirro de la Barik, imposible no cantar y bailar reclamando un comeback de la tarjeta blanquiazul. Sin respiro, imponen “El Régimen” que será dieta de ayuno intermitente a seguir. Hitazo que reivindica unos mínimos para músicos “amateur” que damos por hechos a diario en el circuito, y aquello es ya la Txitxarro a punto de estallar. Suenan a todo ese indie garagero bailable (The Strokes, contigo empezó todo aunque tuviéramos que tirar de Delorean) de su teens, pero con un punto de parkineo que suelta hostias como Arzallus a todo lo que no huela a DEIA. Un derroche de ejecución sobre las tablas (“hemos ensayado más para este bolo que en toda nuestra carrera”, me confesaron) sustentado por una sección rítmica (ambos también en Mi Buenaventura) tremenda, su setlist dice todo sobre su lírica: puertas giratorias en “Iberduero”, “Winston” para hombres, festivalerdos de “Cabeza de Cartel”, el más cabrón “Siempre Saludaba”, ésta con el virtuoso Sergio Tariskoo a la trompeta como primer invitado. “La Rave del Amor” hace de bisagra del show, que se atasca brevemente sin sonido de guitarra pero Rambo de la sempiterna Crew (¿acaso hay otra como para especificar?) desatasca con la profesionalidad de un reloj Suizo. Ovación para un equipo con el que hemos crecido, en el barrio y bajo ese mismo campanario. “Rivaldo” pone (más) tropicalismo a la receta, “Dictador” no es para nada peor, “MIN de Gloria” un trofeo con forma de palmadita en el hombro. ¿Qué es Belako? Con el segundo convidado se pasan la memeada, subiendo a Deu WAS para “Neoliberal” y sus “discoteca sí, hospital no” para bailar y bailar con los Carolina Durante del Botxo hasta “Canción para Cerrar”, el puto Antzoki o el antro que se tercie, pero pintxo en La Tortilla, Vladimir y a dormir como Santa Trinidad del Fin de Farra. Esta farra termina con el percusionista Parsito del Norte (Esteban SUA) exprimiendo con rascador, maracas, y lo que se le ponga por delante, el maracuyá de “Sumito en el Bertis” sobre una ensalada tan sorprendente, como refrescante. Gora Franco!!
El Inquilino Comunista son Historia viva del rock alternativo euskaldun de cuando hubo un tiempo en que la M de MTV tenía significado. “¡Los Sonic Youth vascos!”, nos camelaba el relaciones de la discoteca de Torremolinos del viaje de estudios al saber que éramos de Bilbao. Ama Say eran los Pixies en esa analogía, y junto a Cancer Moon (¿aceptamos Butthole Surfers?) conformaban nuestro personal Triángulo del College Rock. Porque REM siempre fueron la primera banda del grunge y el punk viene de las siglas Country, BlueGrass and Blues de la Gran Manzana. Lo demás es marketing, y el nuestro entonces eran fanzines y recortes. Nuestras siglas, TDK y BIC. Inquilino acompañaron en su adiós a Yellow porque ellos nunca se fueron. Son como las alas de Clarence. Como el cine de Capra. Una constante que pasa de vez en cuando de visita, como una vieja amiga. “Angels Heart” pone las primeras pulsaciones a latir. Leta. Javi Letamendia. Letamina. En mi cuadrilla a The Jesus & Mary Chain los llamábamos “los Jesús Maris” y Leta siempre fue Txumari en ese imaginario. Nos fascinaba cómo tocaba sin mirar su kit, pero sin quitar ojo al resto de compañeros en ningún momento. Sigue igual. Igual que me sigue fascinando ver a músicos que se miran unos a otros en directo. “Brick” y Armendariz nos quitaron el miedo y la culpa de ser jóvenes, y seguramente sea el primer tema instrumental que es tan estructural en nuestras vidas como los ladrillos de los edificios del Ministerio de Vivienda en los que crecimos arrancando placas con yugos y flechas usando los mástiles de los Real Bros. a modo de metafórica palanca. Ese riff es media preadolescencia entre los frikis de mi ikastola. El largometraje de Montxo, la mitad restante. “Domestic Lies” a diario porque siempre te saltabas la hora de llegada por miedo a perderte algo, y acababas encontrando inevitablemente la zapatilla de andar por casa de ama. “Wild Life” era nuestra visita privada a ese lado de la existencia que parecía estar reservado para VIPs, y que no era más que la vida misma sucediendo en las calles vestida de romanticismo anglosajón. No hacía falta ir tan lejos, el Getxo Sound, el Donosti Sound (“Ñoñosti” decíamos al abrigo del Golfo de Bizkaia, creyéndonos especiales cuando éramos clase obrera sobreviviendo a una nueva era, como todas las demás),nos enseñaron lecciones que memorizamos como en 'Fahrenheit 451', sin saber todavía que esas novelas existían allende fronteras en las que se hablaba euskera y se disparaba el calibre parabellum impuesto por la OTAN. Si vis pacem, para bellum. “Brains Collapse” siempre me recuerda a Brian, el alter ego de Miguel Ángel Martín y de la iconografía de Subterfuge Records, nuestro Sub Pop ibérico. Ese riff siempre me arranca una sonrisa, como volver a ver 'Killer Barbies'. “19th Day” era la punki, la respuesta rabiosa a un 20 de abril que nunca importó un carajo a nadie con criterio.
La temperatura del areto está ya a niveles en los que abandono el cuaderno y me sumo al pogo confiando en la memoria muscular de mi cerebro para lo que resta de crónica. “Pastis 91” es más calmada de lo que sugiere su título, y puede ser el tema más slacker de todo su “Dogbox”. “Sense Answers” para alterar nuestros sentidos en busca de respuestas, o para quedarte sin ellas si eras de colegio francés. Nunca entendí por qué los llamaban pijos. Si algo fuimos alguna vez, fue raros. Nada más y nada menos. Como “Crítica” en su momento, que no hizo aparición esa noche y tampoco lo esperaba nadie. “The Gag” y el caos controlado, como cada compás de la partitura a punto de concluir. Eché mucho de menos “Lucy”, he de confesar. 'Salto al Vacío' era casi un rito de iniciación tras la reconversión industrial y la infancia mirando constantemente las esquinas con el miedo a la jeringuilla imbuido en los sermones paternos, y sacábamos pecho ante las amistades españolas en las vacaciones en el pueblo asegurando que ese temazo era de un grupo del exótico Getxo. “The Fall” como canto del cisne del torrente de sentimientos (feels, dice ahora la chavalada) acaecido en el atrio, como las de Reichenbach ponían final a unas memorias que no tendrán fin mientras alguien, en alguna parte, las siga recordando. Me reconforta pensar en La Merced como ese libro de memorias a las que volver, al igual que salimos reconfortadas a la luz de una nueva madrugada de viernes para cruzar a la otra orilla; con la seguridad de que esas cuatro paredes que dejamos atrás tendrán lugar para otros 25 años de memoria, y la tranquilidad de saber que alguien, quien sea, escribirá sobre nosotras cuando hayamos muerto. Esperemos llegar a leer esas palabras (o a ver la película, en su defecto) algún día. Mientras tanto, aquí las mías. Urte askotarako, Bilborock!!
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