El amanecer en la oscuridad
ConciertosFranco Battiato

El amanecer en la oscuridad

8 / 10
Chus Rodríguez — 15-09-2015
Fecha — 04 septiembre, 2015
Sala — Auditorio Mar de Vigo / Vigo
Fotografía — Sweet Nocturna (Cedida)

Hay dos formas, al menos, de encarar un concierto histórico. La de mi amigo Jose y la mía. Cuatro de septiembre de dos mil quince, Vigo, Battiato.

Mi amigo Jose ejerció de seguidor incondicional que paladea la canción ya sólo con la primera nota, de tantas veces escuchada, que decide ir con otro artista en el autobús de camino al auditorio, con otras músicas bien alejadas en las semanas previas, para no destapar la caja de Pandora antes de tiempo, para que explote el torrente de emociones y se abra la herida en el momento elegido: el directo.

Yo hice de joven simpatizante, encandilada por accidente un día, que no sabe explicar por qué le hace llorar, pensar y sonreír a partes igual el tipo zen de las gafas. Confieso que, por mucho que me apasione el siciliano, son muchos discos y, por tanto, canciones que no puedo siquiera tararear y la ansiedad que me producía imaginarme desde mi butaquita casi tocando al maestro, provocaron en mí la imperiosa necesidad de revisitarlo todo, y así estuve durante las semanas previas, desayunando, corriendo, leyendo con “L'era del Cinghiale Bianco”, “Patriots”, “L'arca di Noè”, “L'Imboscata”, “Fleurs”, “Apriti Sesamo”, me bebí la ópera de “Telesio” en deuvede y busqué sentidos ocultos al Joe Patti's Experimental Group mientras viajaba y no hablaba con nadie.

Se apagaron las luces, salió el pianista, el teclista y el cuarteto de cuerda y salió después el maestro. Aplausos emocionados pero un tanto opacos, se palpaba la tensión, respiraciones contenidas, tragamos saliva. “L'ombra della Luce” para abrir, penetramos directamente en los años noventa. Había ojeado lo que hizo en Gardone Riviera, uno de sus últimos conciertos italianos de este verano, y la selección de temas era casi perfecta, no esperaba menos para el inicio de su mini-gira española.

Franco-Battiatto

Sabía que “Pasacaglio” iba a caer en seguida y cayó, mientras yo llevaba un par de canciones escondiendo las manos debajo del trasero para no acompañar con palmas cada verso, enfadada a ratos con el excesivamente educado o tímido auditorio que aún no había roto la hierática postura inicial de mutismo respetuoso... hasta “La Cura”, en que me arranqué desde mi asiento con un inocente y casi imperceptible “¡bravo!” y aplausos que encendieron otros u otros encendieron los míos y así fuimos rompiendo el hielo que creamos con nuestras cabezas pensantes horas antes, qué cosas, el miedo a dejarse arrastrar.

Los que peinaban canas o ya no tenían que peinar, dudaron durante la primera parte del concierto, si iba a haber hueco, antes de los bises, para las gloriosas composiciones de los discos de los ochenta... y se solventó esa duda al romperse el auditorio -y esto fue ya definitivo para el transcurso del resto del espectáculo- cuando sonó “Un vento a trenta gradi sotto zero” y se rompieron las manos para aplaudir la “Prospettiva Nevski”, y más aplausos y palmas perfectamente acompasadas al son de “L'era del Cinghiale Bianco” y así viajaba subida al vagón del “I treni di Tozeur”.

Franco-Battiato-D

No soy de hacer un repaso de retahíla de las canciones que cantan los artistas en los conciertos, desgranando el dichoso set list, pero debo mencionar que Franco Battiato se despachó con cerca de una treintena de ellas, perfectamente escogidas en cada momento para enmudecernos, provocar nuestro sollozo, el crepitar del corazón bajo la camisa, el movimiento de pies y manos, y yo tratando de imitar su movimiento loco de “La Estaglione dell' Amore”, ya en pie, tratando de acercarnos unos cuantos a la primera fila, mientras el guardia de seguridad se extrañaba de que una veintena de talluditas gritase y se contonease dirigiéndose con ternura y calentura a un italiano de setenta tacos.

Franco Battiato iba a tocar en Vigo el 22 de mayo pasado, pero se partió una pierna bailando en Bari “Voglio Vederti Danzare”, porque Battiato es así, de darlo todo, maestro zen, meditación, cena vegetariano, pero tan vital y real que canta sobre las bondades del amor por la vida, como “el olor que dan los espárragos a la orina”. Y así pretendió finalizar, con su vals vienés, pero centenares de fieles nos hallábamos en pie aplaudiendo, negándonos a abandonar ese planeta en que vivimos dos horas de felicidad inmensamente battiata. Reclamamos su presencia y el maestro volvió y nos regaló una vez más su presencia con una tercer bis que convirtió el auditorio del Mar de Vigo en una pista de baile al compás del “Cucurrucucú Paloma, ay ay ay ay ay cantaba...”.

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