Ha llegado el momento de que Foo Fighters repasen su carrera y se planteen de una vez por todas cuál va a ser su futuro a medio y largo plazo. Especialmente porque Dave Grohl lleva editados tres discos como ex-Nirvana y cada uno de ellos –y cada gira de presentación- nos ha mostrado a una banda en una forma y con unos objetivos distintos. Por eso ha llegado la hora en la que Grohl tome de una vez por todas el camino por el que conducir su trayectoria venidera. Porque Foo Fighters no resultan creíbles cuando, ahora, la emprenden con los desdibujados –aunque curiosamente los más certeros- cortes de su álbum de debut. Quizás porque se muestran en su salsa con los del segundo e incluso –aún aburriéndonos- con la mayor parte de los del tercero. Puede que sea a causa de ese abusivo aire edulcorado que desprenden. De todos modos, no lo decimos por nosotros, sino por él. Que su nuevo disco nos parece un bodrio, sencillamente no lo compramos y listos. Pero nos gustaría que Grohl pudiese seguir deleitándonos con buenas canciones y no con anodinas demostraciones de cómo un enérgico vocalista y guitarrista (ex-batería) y uno de los bajistas más personales del rock alternativo estadounidense prefieren mutar intensidad en comercialidad, guitarras rabiosas en apáticas y, sobre todo, grandes temas de rock en insulso pop para quinceañeras. Y, precisamente porque con él hemos pasado grandes momentos. ojalá pueda.
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